Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 30 de noviembre de 2014 Num: 1030

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Verano e invierno
en Balkonia

Ricardo Bada

Patrick Modiano:
esas pequeñas cosas

Jorge Gudiño

Edmundo Valadés
y la minificción

Queta Navagómez

Seis minificciones
Edmundo Valadés

Halldór Laxness, un
Premio Nobel islandés

Ángela Romero-Ástvaldsson

Gente independiente
(fragmento de novela)

Halldór Laxness

Clamor por
Camille Claudel

Esther Andradi

Leer

Columnas:
Galería
Honorio Robledo
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Germaine Gómez Haro
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50 aniversario del Museo
Diego Rivera-Anahuacalli (I DE II)

Una de las fantasías que logró cristalizar Diego Rivera al final de su vida fue la construcción de una casa excepcional que, en un principio, habría de habitar con Frida y además albergar una selección de su portentosa colección de 59 mil piezas de arte prehispánico. El proyecto fue creciendo y rebasó la idea original: Diego soñó entonces con la creación de una Ciudad de las Artes, un espacio que integrara arquitectura, pintura, danza, música, teatro, artesanías y naturaleza. Enclavado en una extensión de 5 hectáreas de espacio ecológico, el Anahuacalli (“casa del Valle de Anáhuac” o “casa cerca del agua”) es una imponente construcción de piedra volcánica inspirada tanto en la arquitectura prehispánica como en elementos funcionalistas y art déco, una mezcla estrambótica que hace de este recinto un edificio único en su género. El artista comenzó a bosquejar su idea en 1943 con la asesoría de su amigo y colaborador, el arquitecto y pintor Juan O´Gorman. El Anahuacalli fue inaugurado en 1964, y su cincuenta aniversario, celebrado este año, propicia la remembranza de este gran proyecto.

Diego Rivera se apasionó por el mundo prehispánico a su regreso de Europa en 1921, donde había vivido y estudiado desde 1907. En esos años le tocó presenciar la efervescencia de las vanguardias artísticas y testimoniar el descubrimiento de las llamadas “artes primitivas” por creadores como Gauguin, Matisse, Picasso, Brancusi, quienes revolucionaron las formas estéticas de su época, animados en gran medida por esas culturas remotas. El México postrevolucionario en el que Rivera comienza su gran carrera de muralista distaba mucho de valorar la riqueza de su pasado antiguo y sus raíces indígenas. Diego se dedicó a explorar con fervor el pasado precolombino y el mundo indígena, y se convirtió poco a poco en un fanático coleccionista de piezas prehispánicas y de arte popular, lo cual registró en sus pinturas y además conservó para nuestro deleite en las dos sedes que generosamente legó al pueblo de México: el Anahuacalli y la Casa Azul.


Museo Diego Rivera-Anahuacalli

En 1956, Rivera pidió a los arqueólogos Rafael Orellana y Eulalia Guzmán la catalogación de su colección y la selección de las piezas que habrían de exhibirse en el recinto en construcción, ya definido como museo. La museografía estuvo a cargo de Carlos Pellicer, quien expresó lo siguiente: “La atmósfera de este museo creado por su genial donador no tiene igual en el mundo entero. Su alta espiritualidad y su belleza hacen del Anahuacalli un museo inolvidable… El esfuerzo personal y el genio artístico del coleccionista y su conmovedora generosidad se reúnen en este museo de manera monumental.”

Además del concepto arquitectónico altamente original que diseñó el muralista, una de sus principales particularidades es el simbolismo que encierra cada espacio interior del recinto, inspirado en la cosmogonía prehispánica. La primera planta representa el Mictlán o Inframundo, evocado mediante una atmósfera sombría lograda por la luminosidad restringida de sus pequeñas ventanas cubiertas de alabastro. Por el contrario, las siguientes plantas inundadas de luz hacen alusión a la tierra y al cielo. En una de ellas se ubica el taller del pintor, que nunca ocupó y en el que actualmente se exhiben catorce bocetos de medio y gran formato de algunos de sus murales. Los plafones de las salas están dedicados a diversas deidades antiguas y son una obra maestra de diseño e ingeniería, elaborados con la técnica de mosaico colado bajo la supervisión de O´Gorman.


Las hijas de terracota. Instalación de Prune Nourry

Tristemente, Diego Rivera no alcanzó a ver su proyecto concluido. A su muerte, acaecida en 1957, su gran amiga, cómplice y ferviente admiradora, Dolores Olmedo, tomó las riendas de la construcción hasta su finalización, fungió como directora vitalicia del Museo y lo financió hasta su muerte con sus propios recursos. Se creó entonces el Fideicomiso Museos Diego Rivera y Frida Kahlo, en los que su incansable directora, Hilda Trujillo, ha jugado un papel determinante en el rescate y estudio de los archivos que han arrojado invaluable información inédita para el desarrollo de nuevas líneas de investigación. Asimismo, Hilda Trujillo ha conseguido dinamizar el Anahuacalli y atraer un mayor número de visitantes –con sorpresa fui testigo, un jueves por la mañana, de la afluencia de público abundante y heterogéneo– con la presentación de muestras temporales de artistas contemporáneos y una importante exhibición conmemorativa del cincuenta aniversario.

(Continuará)