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Juan Domingo Argüelles
La poesía en el Diario de Carlos Edmundo de Ory
Lo que un poeta piensa y siente sobre la poesía está, sin duda, en sus propios poemas, pero también en sus páginas autobiográficas, en sus declaraciones y en sus textos teóricos o críticos. Prácticamente todos los poetas han reflexionado sobre su creación, ya sea en sus poemas o en sus demás escritos personales.
Por ello, además de leer su poesía, es bueno leer los diarios, epistolarios y autobiografías de los autores. Lo mismo Hölderlin que Blake, Valéry, Pound o Eliot (entre tantos otros) escribieron páginas que acompañan necesariamente la comprensión de sus obras y la iluminación de sus oficios.
Leyendo el Diario, del poeta español Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923-Francia, 2010), tenemos una imagen completa de él. Revalorado en España y en el ámbito de lengua española gracias a Félix Grande, que publicó y prologó una antología de su obra con el título Poesía 1945-1969(1970), Carlos Edmundo de Ory tenía, desde muy joven, una idea muy clara de su búsqueda lírica. De su diario dijo: “No es obra de imaginación. Non est inventus.” Como, de hecho, tampoco lo es la poesía, en ningún caso, sino obra de emoción e inteligencia que se funden para expresar algo único, diferente a lo que expresan otros. Por algo, el primer epígrafe que impone De Ory a sus cuadernos íntimos es esta frase de Emerson: “El hombre no es más que una mitad de sí mismo; la otra mitad es su expresión.”
A los veinte años de edad, De Ory asegura que el oficio del poeta es arte de hechicería. Partiendo de esta certeza, anota lo siguiente en su diario: “Cuando una poesía nace –igual que espuma, que viento o que luz–, sucede que un ángel ha muerto en el cielo, se ha suicidado en el cielo.” Ya desde entonces, el poeta español sabía que el poema se hace con un lenguaje distinto y en un idioma diferente a cualquier otro para expresar el amor y el dolor, la desgracia y la belleza. “Lo único que me fascina es el amor y el dolor. Como hombre, he de decir que todo se resume en eso, en el amor a los seres humanos afines, a la naturaleza, a la música, a la poesía”, diría ya en la madurez. Pero nadie puede hacer poesía de la invención. Es magia, pero hay que vivirla. En este punto, Carlos Edmundo de Ory adoptó como divisa la sentencia de Goethe: “Antes de cantar, el poeta debe vivir.” Esta misma certeza él la expresaría así: “No hay poesía sin experiencia.”
Y así vivió De Ory la poesía: con una intensidad cercana a la locura, pues ningún poeta que se precie de serlo es, simplemente, un ser racional. “No concibo a la poesía sin locura”, anota en su diario. Y tenía razón en afirmar tal cosa y creerla. El 11 de octubre de 1950 refiere lo siguiente sobre lo que razona (con locura): “Turguenev, tratando de la desgraciada vida de los artistas, la mayoría de los cuales son unos desgraciados, afirmaba que, si para no vivir así decidieran levantarse la tapa de los sesos, habría que convenir en que los artistas desaparecerían, pues ‘todos son más o menos desgraciados’. Comienza por no creer que puedan existir artistas dichosos. ‘La dicha es reposo, y el reposo no crea nada’. Entonces, después de comprender y aceptar la eterna verdad, aconseja y dice: ‘un escritor no puede dejarse vencer por el dolor; debe utilizarlo todo. El escritor es un hombre nervioso, siente más que los otros. Pues bien, por eso mismo debe refrescar su carácter, debe siempre y absolutamente observarse y observar a los demás. ¿Sufrís algún mal? Sentaos y escribid. [...] El dolor pasará y queda la página excelente’.”
De Ory se aconsejaba al tiempo que aconsejaba lo siguiente a los demás: “Aprovecha las ganas de escribir, y escribe.” Así lo hizo él en todo momento, porque la vocación poética es una angustia o no es nada. Y nos dejó versos como los siguientes: “Amo a una mujer de larga cabellera/ como en un lago me hundo en su rostro suave/ en su vientre mi frente boga con lentitud/ palpo muerdo acaricio volúmenes sedosos/ Registro cavidades me esponjo de su zumo/ mujer pantano mío araña tenebrosa/ laberinto infinito tambor palacio extraño/ eres mi hermana única de olvido y abandono/ tus pechos y tus nalgas de dobles montes gemelos/ me brindan la blancura de paloma gigante/ el amor que nos damos es de noche en la noche/ en rotundas crudezas la cama nos reúne/ se levantan columnas de olor y de respiros.”
“La poesía la oigo retumbar en mis entrañas” dice, escribe. Santidad o locura, he ahí el dilema. Carlos Edmundo de Ory optó por lo segundo, si es que acaso la locura puede ser una opción. “Siento el aura –dice. Para mí la poesía es un manicomio.” Y lo fue.
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