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Inconformidad
y escritura
(El cuarteto de Lima)
Luis Rafael Sánchez |
La raza del escritor atormentado tiene en Franz Kafka un espécimen magnífico. La presencia continua en su obra de episodios que suceden al margen de la lógica sana, episodios de una tejedura rayana en el absurdo, inspiran la creación del adjetivo kafkiano.
Bautizamos kafkiano cuanto se manifiesta incoherente y desafía la razón. Y cuanto ocurre en la bruma sofocante de la cotidianidad apesadillada, como ocurren las tramas de El castillo, El proceso, La condena. Sobre todo de La metamorfosis, en cuyo repertorio de aciertos predomina la naturalidad con que se relata la deshumanización del protagonista, Gregorio Samsa. Desde luego, una naturalidad calculada en tanto que artística.
Sin embargo, zafándose del sambenito de pesimista y lúgubre, de buenas a primeras Franz Kafka incurre en el desliz optimista y afirma: “Nos echaron del paraíso, pero el paraíso no fue destruido.”
Por motivo de la escritura del muy breve Cuarteto de Lima, que leería en ocasión de la primera Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, retorné al paraíso original. Un ejemplar de la Sagrada Biblia, en versión de las lenguas originales hecha por Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colunga, facilitó el retorno, necesario para confirmarme la impresión de que allá reinó la voz soliloquial. Mas, ¿por qué no iba a reinar una voz única donde todo era obedecer? En el movimiento segundo de este Cuarteto de Lima re-escribo la impresión.
Adán y Eva vivían desnudos. Ni las zambullidas en las corrientes aguas, puras, cristalinas, ni el dormir abrazados, los sacaban de onda. ¿Por qué? Porque los aprisionaba la inocencia. Una prisión que cumplían en el oriente del paraíso original o jardín de las delicias.
Todo paraíso engendra su serpiente. Un mediodía descendió en el paraíso original el afamado travesti Luci Fer. Descendió travestido de glorioso pájaro de fuego. Una vez en el suelo, el glorioso pájaro de fuego se travistió en serpiente. Una serpiente dispuesta a poner fin a la inocencia perniciosa que minaba a Adán y Eva, según refunfuñaba para consumo de su ejército de diablejos subalternos.
Luego de subir al cucurucho del árbol intocable y hurtar la manzana proscrita, luego de frotar la manzana contra su pellejo y extraerle fulgores, la serpiente en que se travistió el glorioso pájaro de fuego en que se travistió Luci Fer, se allegó a donde siestaban los adolecentes castos. Siseó y siseó y siseó hasta que despertó a Eva. Falsa y chacharona, le dijo: “Tu humilde servidora te obsequia un humilde aperitivo. Cómelo sin reticencias, tiene pocas calorías y ningún endulzante artificial.”
Flaca a pesar de golosa, una flaca a quien nadie le disputaría el hoy codiciado título Miss Espina de Bacalao, Eva mordió el humilde aperitivo, lo consideró super y despertó a Adán para que le metiera el diente, asimismo. Quien nadie le disputaría el hoy codiciado título Mister Vellos le metió diente, muelas y colmillos al aperitivo super.
Cumplida tan maligna faena la victoriosa tentatriz huyó del paraíso original e ingresó a la región menos transparente del aire. Ingresó como musaraña en la cual se equivocaban la ciencia y la ficción. Es decir, ingresó travestida de pajarraco que carcajeaba, así como carcajea la villana de la telenovela Avenida Brasil.
No bien la manzana se escurrió por el ducto intestinal Eva reparó en lo que reparó. Y fue en ser la propietaria de dos blancas colinas que remataban en pezones y de una enigmática cicatriz, de trazo leve, al sur del cuerpo. La madre de todos nosotros aprendió que estaba desnuda y se sintió culpable. De ahí que, con la velocidad del rayo, se vistiera las blancas colinas y la cicatriz de trazo leve con rosas deliciosas del jardín.
No bien terminaba de escarbarse las muelas a la búsqueda de manzana remanente Adán reparó en lo que reparó. Y fue en que era el propietario de un carnaval de vellos negros y de un enigma colgante. Reparó, además, en que el enigma se inquietaba si miraba las blancas colinas de Eva. A continuación cayó en la culpa de estar desnudo. Sin pensarlo dos veces el padre de todos nosotros se improvisó un bóxer con hojarasca, raíces y bejucos.
Cuando el Creador realizaba los culivicentes que le oxigenaban el sistema sanguíneo, desinflamaban las coyunturas y espantaban el colesterol malo, reparó en lo que reparó. Y fue en que Adán y Eva llevaban cubiertos los enseres de pecar. Carcomido por la sospecha se disparó hacia donde se alzaba el árbol intocable. Faltaba lo sabido.
La ira santa lo poseyó: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.” Sabiéndose juzgadas de antemano, las cobardes y viles criaturas no se fugaron, sí se prosternaron a escuchar el veredicto.
Mortificado hasta el cabo el Creador los interrogó por qué no se apiparon de frutas más raras, más exóticas. Guanábana puertorriqueña. Níspero dominicano. Marañón cubano. Segundamente, con los aires de un doctor en saborología y letras, el Creador se atuvo al prejuicio: Total, tan desabrida que es la manzana. Terceramente, el Creador oprimió el control que abría los portones del paraíso y abrió todo el pecho pa echar este grito: “¡Fuera, escoria mortal, fuera!”
Reducido a zigzag Adán balbuceó las palabras que Franz Kafka tomaría prestadas milenios después: “¡Nos echaron del paraíso!” Insumisa, mas sin exagerar la nota, Eva balbuceó las palabras que haría suyas el más atormentado escritor del siglo XX: “¡Pero el paraíso no fue destruido!”
Frente a lo perdido lo hallado. Tras media noche de ronda por el valle de lágrimas la escoria mortal procuró descansar. Procurar descansar sin investigar los enigmas respectivos fue imposible. De ahí que, a la luz de la luna y las estrellas, Adán y Eva realizaran la première del beso y el abrazo. Luego, practicando el método del así sí, así no, así sí, investigaron los enigmas respectivos. Desobedientes, rebeldes, inconformes, fabricaron el paraíso nuevo en los límites de su carne fresca.
Posteriormente, los antojos de Eva de guanábana puertorriqueña, níspero dominicano y marañón cubano auguraron la fiabilidad del método así sí, así no, así sí. Ratificó la fiabilidad el arribo de una cigüeña enorme que trajo colgando de su resistente pico al rollizo Caín y al debilucho Abel. Por cierto, los anales del crimen registran a Caín como el primer asesino: todo paraíso engendra su serpiente.
Si del futuro de la literatura debo hablar en la Universidad Peruana Cayetano Heredia, en ocasión de la primera Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, ¿por qué hablo del paraíso original, del travesti Luci Fer, de la escoria mortal y otras referencias novelísticas contemporáneas de Matusalén? Hablo del pasado por una razón amarga: im-puntual como el Señor Godot, el futuro nunca llega. O, cuando llega, llega travestido de presente.
Aparte de que Adán y Eva, personajes importantes de la novela de creación colectiva más fascinante jamás publicada, habitan la eternidad literaria junto a Edipo, Antígona y Fedra, junto a Don Quijote de la Mancha, Hamlet y Segismundo, junto a Madame Bovary, Joseph K y la tribu Buendía. Sin embargo, responsable para con mis anfitriones peruanos, esbozo un par de ideas acerca del utópico futuro de la literatura. Mejor dicho, de la inevitable conciencia crítica que reclamará su hechura, tal como la reclamó en el pasado y la reclama en el presente.
Escrita sobre papiro o papel rayado, escrita con pluma de avestruz, lápiz o bolígrafo, escrita en taquigrafía o a maquinilla Remington, escrita en computadora de memoria infinita, la literatura no tendrá más salida que reivindicar la desobediencia, la rebeldía, la inconformidad. El tema, el asunto, el desmantelamiento de la realidad o la institución de la fantasía, los tics que solventan los estilos nuevos, la armazón verbal donde nada sale sobrando, vienen por añadidura.
Reivindicar la desobediencia, la rebeldía, la inconformidad, sí. Pero, sin excusar la verdad monda y lironda de que el cuento no es el cuento, el cuento es quien lo cuenta. Reivindicar la desobediencia, la rebeldía, la inconformidad, sí. Pero, sin empujarlas hacia el callejón sin salida del oportunismo, de la receta, de las novedades natimuertas: todo paraíso engendra su serpiente, incluso los tristemente frágiles paraísos letrados.
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