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Saul Steinberg:
exilio desde la Novena Avenida |
Foto tomada de eye-like.blogspot |
Leandro Arellano
Para Hugo Gutiérrez Vega, en sus ochenta años
Hay publicaciones cuya existencia es inseparable de algún personaje, grupo, moda, época o ciudad. The New Yorker (El neoyorkino) bien puede representar un ejemplo vasto en ese sentido. Si la tecnología digital no lo inhuma, la década próxima cumplirá un siglo de vida impresa. Desde su fundación ha representado no sólo una faceta del Nueva York abierto y generoso, razonable, atento a la vida, sino también un espacio de crítica a la inercia y el status quo, una ventana a otras perspectivas y visiones. La revista ha sido un bastión de artistas y escritores de todas partes. Uno de ellos –cuyo primer centenario se celebra en junio venidero– se convirtió en sinónimo de la revista en la década de los sesenta.
Saul Steinberg nació en 1914 en Ramnicu Sarat, en el sudeste rumano, a un par de horas de manejo de Bucarest, una ciudad con poco más de 42 mil habitantes conforme al censo de 1912. Aunque nació un 15 de junio, Steinberg celebraba su cumpleaños el 16, el Bloomsday, dada su afición a Joyce y la incertidumbre que le despertaban los calendarios juliano y gregoriano.
Se mudó a Bucarest la familia cuando Saul contaba cinco años. Su padre, Moritz Steinberg, era impresor y empastador de libros, y Rosa Jacobsen, su madre, una mujer imponente y autoritaria. Saul mantuvo durante toda su vida un cariño devoto por su única hermana, Raquel, un año mayor que él, quien le correspondía del mismo modo. La familia era judía de origen ruso por ambos costados y la lengua familiar el yidish. Al comenzar la escuela en la niñez, Saul padeció los primeros acosos antisemitas.
En Rumanía estudió filosofía un año y viajó luego a Milán a estudiar arquitectura en el Politécnico de aquella ciudad. Milán ya era entonces una ciudad moderna y cosmopolita, un laboratorio de la modernidad, en la que florecían el arte y la literatura, y el Politécnico era una escuela de gran reputación.
Saul nunca más volvió a vivir en Rumanía, a donde sólo regresó unas pocas veces de vacaciones.
Masques de Saul Steinberg, foto de Inge Morath |
En Milán descubrió las que habrían de ser sus pasiones: el dibujo, las mujeres, viajar y ganar amigos, entre los cuales contó más adelante a Henri Cartier-Bresson, Vladimir Navokob, Saul Bellow y muchas otras celebridades. Pero recién instalado en Milán se lamentaba de falta de dinero, hasta que un amigo le aconsejó vender sus dibujos. Así fue como en 1936 debutó en el periódico satírico Bertoldo, para el que creó más de doscientas caricaturas y de allí pasó a Settebello, hasta que fue decretada la prohibición de trabajo a los judíos, impuesta por un Mussolini envalentonado por la invasión a Etiopía.
César y Víctor Civita, judeo-italianos amigos de Steinberg, partieron a EU en 1939, y ahí César comenzó a colocar caricaturas de Saul en revistas famosas como Life y Town and Country. Cuando se graduó en arquitectura –en 1940– sus dibujos y caricaturas aparecían ya con regularidad en esas y otras revistas, como Harper’s.
Tíos por parte de su abuelo que habían emigrado a Estados Unidos a fines del siglo XIX huyendo de la persecución antisemita, primero, y luego unos hermanos de su padre también emigrados, buscaron patrocinar el ingreso de Steinberg a aquel país. Mientras tanto, al amparo y protección de varias amistades, por quienes mantuvo gratitud toda la vida y a las que permaneció siempre fiel, vivió oculto de las autoridades fascistas.
Ante el acoso antisemita del régimen, Steinberg abandonó Italia en 1941, dirigiéndose a Portugal, mas ese país le negó el ingreso –bien que fuese sólo de tránsito– y lo devolvió a Italia, en donde halló que Rumanía también le rehusaba renovar su pasaporte. Acabó Steinberg refugiándose por breve tiempo en un campamento de apátridas y meses después, con la ayuda de amigos y familiares, viajó a la República Dominicana, donde hubo de permanecer un año en espera de la visa de ingreso a eu, visto que la cuota de ese año para nacionales rumanos estaba cubierta. Allí convivió con otros refugiados rumanos, pescó malaria y comenzó a colaborar con The New Yorker.
El 28 de junio de 1942 viajó a Miami y al día siguiente se trasladó en autobús a Nueva York, ciudad que sería su hogar el resto de su vida, y los Greyhound se convirtieron en un medio favorito de transporte.
El 19 de febrero de 1943 fue un día convulso en su vida, pues de un tiro obtuvo la ciudadanía estadunidense, fue comisionado a la Reserva Naval del ejército de ese país, asignado al ramo de propaganda de la Oficina de Asuntos Estratégicos –los servicios de inteligencia–, de donde fue enviado de inmediato a China. Más adelante continuó ese trabajo en India, el norte de África –Argelia– e Italia.
Al volver de la guerra se avino con facilidad al Nueva York de la época. En 1945 fue incluido en una exposición colectiva en el Museo de Arte Moderno: Fourteen Americans. All in line fue su primer libro, al que siguieron muchos otros de dibujos e ilustraciones. Creció su fama con rapidez y se convirtió en un fenómeno comercial. Con sus ingresos sostenía –lo hizo siempre– a su familia inmediata y extendida, a las mujeres que amaba y a amigos que lo necesitaran, igual que apoyaba causas que lo conmovían.
Hedda Sterne, una pintora reconocida por propio derecho, de origen judeo-rumano como él, se convirtió en su esposa y lo fue toda la vida. La conoció cuando ella, asentada en Nueva York unos años antes que Steinberg, lo invitó a almorzar y permaneció allí seis semanas. Fue ella quien lo introdujo a la sociedad neoyorkina, al tiempo que “le recriminaba su fatalismo judío y su superstición rumana”.
Un judío centroeuropeo en el exilio, Steinberg pensó que Mickey Mouse era producto de los prejuicios de Walt Disney, y al momento advirtió las duras condiciones de los negros en Estados Unidos. Pero igual, pronto descubrió que era imposible entender a eu sin conocer a cabalidad el beisbol.
“Ya puedo morir feliz, ya vi los dos océanos”, dijo la primera vez que viajó a California y contempló el Pacífico, y en abril de 1947 viajó a México para visitar a Hedda, quien estudiaba y trabajaba con Miguel Covarrubias.
Dibujar para Steinberg era la forma de manifestar su visión de la vida. “Soy un escritor que dibuja”, dijo alguna vez. Editó libros con su obra y pintó murales en varias ciudades, igual que sus dibujos y caricaturas, aparecieron en las revistas Life, Flair, Fortune, Harper´s Bazar, Town and Country y otras más, pero fue sobre todo el caricaturista e ilustrador en The New Yorker por antonomasia. En sus largos años como colaborador creó noventa portadas para esa revista y más de mil 200 dibujos.
En 1968 fue electo miembro de la American Academy of Arts and Letters. Luego recibió un doctorado honoris causa del Royal College of Arts de Londres en 1988 y la Universidad de Yale también lo distinguió con un doctorado honorario en 1989, junto con Isaiah Berlin, Stephen Hawking y el arzobispo de Canterbury.
Dibujos tomados de: hoodedutilitarian.com |
Calvo, flaco y miope, fue siempre esmerado en el vestir. Había nacido en la clase media trabajadora, pero su talento y su éxito (su dinero) lo elevaron a la alta burguesía. Ajeno a las prácticas del judaísmo, siempre ayunó en Yom Kippur sin embargo. Su antagonismo con la guerra de Vietnam fue abierto, en tanto que aportó dinero a los opositores a las dictaduras chilena y argentina. Y una visita a Rusia de cinco semanas la caracterizó con un olor curioso: el del miedo. Le había recordado la atmósfera de Rumanía.
Sus dibujos e ilustraciones todavía se siguen reproduciendo aquí y allá. Una de las más famosas, acaso la más popular de las portadas que creó, fue Vista del mundo desde la Novena Avenida, en 1976. Dicha portada se tornó más adelante en un cartel y otros productos. Stienberg llegó a ser conocido como “El hombre del cartel” y las interpretaciones sobre ese dibujo son variadas.
Caricaturista e ilustrador con fuerte influencia cubista, además de las publicaciones en las que contribuía, expuso su obra en galerías y museos, y publicó en vida siete libros con sus dibujos y caricaturas. Su amigo Roland Barthes escribió una brillante introducción a su libro All Except You.
Supo exprimir provecho a su arte haciendo mucho advertising. Vendía bien su obra comercial y vendía –hoy que se debate la cuestión en foros internacionales– no los derechos de propiedad de su obra sino sólo los derechos para hacer uso de ella.
De cualquier modo –para que no se desanimen los jóvenes–, ya famoso, rico y con una cauda de amistades tan distinguida, muchos de sus trabajos eran rechazados... Su obra se exhibe hoy en medio centenar de ciudades como Búfalo, Baltimore, Chicago, Basilea, Nueva York, Cleveland, Dallas, Delaware, Detroit, París, Hamburgo, Valencia, Jerusalén, Krems, San Antonio, Houston, Estocolmo, Bruselas, Washington, Nuremberg, Hanover, San Francisco, Santa Bárbara, Estrasburgo...
Deirdre Bair –autora estadunidense que ha escrito también biografías de Samuel Beckett, Anais Nin y Simone de Beauvoir– escribió una voluminosa biografía (Saul Steinberg. A Biography, Doubleday, EU, 2012, de donde se ha extraído la mayor información de la presente nota), sobre este caricaturista e ilustrador judío-rumano-estadunidense, cuya carrera exitosa y enorme sentido del humor no impidieron que lo envolviera una inmensa nostalgia por su patria, que lo agobió toda su vida.
Melancolía, depresión o nostalgia, lo que fuese, lo cierto es que lo abrumaba la ordinaria superstición fatalista rumana. F.M. Cioran le dijo alguna vez que todos sus temores, penas y miserias provenían de ser rumano. En su vejez tuvo cercanía con Norman Manea, a quien en sus primeros encuentros sociales provocaba con preguntas como: ¿hay tal cosa como una literatura rumana?
Foto: Evelyn Hofer, 1970 |
Manea mantiene que la obsesión de Steinberg era “en realidad nostalgia de su familia y de su lengua”. Manea, él mismo otro judío-rumano exiliado en Nueva York, en un ensayito espléndido y emotivo, titulado “Hecho en Rumania” (en el libro The Fifth Imppossibility, Yale University Press) dice que, al envejecer, Steinberg se iba quedando solo, pues sus contemporáneos y amistades eran cada vez menos.
Los dos exiliados se hicieron amigos –sobre todo– a partir de una mañana cuando Saul llamó por teléfono a Manea y éste respondió convencionalmente al saludo y la pregunta de aquél. Entonces Steinberg le replicó: “No, no puedes estar bien, sé que no puedes. Cargamos una maldición. El lugar del que provenimos lo llevamos dentro. No se alivia con facilidad. Acaso nunca.”
De su arte, Manea dijo: Saul es un prestidigitador de la realidad que, por medio del arte, hace al público consciente de las cosas ordinarias. Más recientemente, el crítico Charles Simic escribió que no obstante su fama y prestigio, el sitio de Steinberg en la historia del arte sigue irresuelto.
Murió de cáncer el 12 de mayo de 1999 en Nueva York. Antes de morir, dejó establecidos los términos de la Fundación Saul Steinberg, cuya labor es “facilitar el estudio y aprecio de la contribución de Staul Steinberg al arte del siglo XX”.
Lo cierto es que Steinberg es heredero de una vasta y magnífica cultura plástica, como pueden ser las formas escultóricas de Brancusi y los colores y líneas de Corneliu Baba –su contemporáneo–, entre otros. De manera central, es legatario también del arte secular de los iconos rumanos, esa mezcla de fe religiosa y talento artístico que desarrolló la Iglesia ortodoxa de su país.
Charles Simic señala que el arte de Steinberg pertenece a la escuela de Rabelais, Cervantes, Gogol y Mark Twain. Como esos escritores, para quienes el humor era inseparable de su visión del mundo, Steinberg se sobrepuso o soportó el exilio poblando los espacios con sus grafías decisivas y punzantes.
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