Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
La tetralogía de
Eraclio Zepeda
Marco Antonio Campos
El último hombre,
de Mary Shelley
Luis Chumacero
Lo bien hecho...
Ricardo Yáñez
Inconformidad
y escritura
Luis Rafael Sánchez
El eructo de
los ruiseñores
Mario Roberto Morales
Saul Steinberg: exilio
desde la Novena Avenida
Leandro Arellano
La vida de Gerardo Deniz
José María Espinasa
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Febronio Zatarain
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
María Bravo
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal
|
|
Febronio Zatarain
La Cuaresma
Mi madre era una gran narradora. Mi hermana Chayo y yo éramos su público cautivo. Una vez nos contó que cuando recién había cumplido los ocho años y cursaba el segundo grado, estaba lavando los calzoncillos de sus hermanos, y mientras los restregaba en el lavadero tarareaba las tablas de multiplicar: dos por una dos, dos por dos cuatro, dos por tres seis... Su madre estaba a un lado de la hornilla zambullendo en una olla de agua hirviente una gallina acabada de matar para desplumarla. El canturreo de mi madre transportó a mi abuela a su infancia, y se acordó de su hermano Modesto y de su hermano Cruz quienes, a pesar de llevarse tres años, habían empezado al mismo tiempo la escuela. A mi abuela nunca la mandaron, pero se había aprendido algunas de las tablas solamente de escucharlas de sus hermanos. Y mientras su hija Chilo recitaba la tabla del tres, ella la secundó: ...tres por siete veintiuno, tres por ocho veinticuatro, tres por nueve veintisiete... y se quedó un ratito en este último verso, porque de todos los que conocía ése era el más bonito; se le figuraba una mujer de pelo largo, con unos pies curiosos de tres dedos, con su cintura angosta y su torso plano y ondulado como los arenales del río... Cuando regresó a las plumas de la gallina, su hija Chilo terminaba la tabla del cinco y comenzaba la tabla del seis. Ésta ella nunca se la aprendió porque a Cruz, al único de sus hermanos que logró terminar el cuarto grado, le había costado mucho trabajo aprenderla. El siete por cuatro que venía del lavadero le hizo recordar que fue precisamente esa tabla la culpable de que Cruz repitiera año. Algo de muy hondo le dijo que la escuela en vez de construirle un futuro a su hija, la podía llenar de miseria y soledad. Sabrá Dios cuántas tablas más irá a aprender, y de seguro esas tablas asustarán a los hombres. Al siguiente día mi madre avivó el fuego de la hornilla con las hojas de su cuaderno y le ayudó a mi abuela a preparar los chiles rellenos, la capirotada y las torrejas, pues era Miércoles de Ceniza e iniciaba la Cuaresma. |