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Tributo a Paco de Lucía,
mostro de Algeciras
Estamos despidiéndonos en la entrada de un gran hotel en el que, claro, salvo el azul del mar, nada es lo que parece. Ha terminado el Festival Oasis Jazz u Latin Fusion de Cancún dedicado a Paco de Lucía. Tras el intercambio de abrazos, vamos cargando instrumentos y arrastrando maletas cuando sentimos un suave jalón en la camisa. Al girar encontramos la mirada de dos niños. Él tiene siete años. Su hermana, catorce. No es la primera vez que coincidimos. Sonríen en silencio, dulcemente. Parece que han desviado el camino hacia la alberca. Nos conmueve su estar en otro tiempo y espacio. De pronto y sin más, nos dicen adiós. Recobramos la compostura. Son los hijos de Paco de Lucía. Para ellos y su madre hemos venido a tocar.
Ha comenzado la inevitable etapa de los tributos y homenajes (se vienen otros en España) y, con ella, la de la turbulencia sentimental. Hablamos de ese momento raro en que el famoso deja de pertenecer a sus más cercanos familiares para ser disputado por colegas, amigos, políticos y demás personas –otros “familiares”– que, en buena lid o por conveniencia, reclaman tiempo con el muerto, con su nombre y apellido. Porque se sabe: tras su fallecimiento nada impide que la biografía del artista se modifique en beneficio de quien la usa. Nada es más fácil que abusar de los ausentes.
Caso contrario, felizmente, fue el de este tributo ocurrido cerca de la playa donde vivía y donde murió Paco de Lucía. Varias cosas nos dieron gusto al recibir la invitación. La primera fue que la mexicana Gabriela Carrasco, su viuda, estaría presente con sus hijos. La segunda, que la periodista, escritora y promotora Lydia Cacho era parte del comité del festival organizador, lo que inyectó un espíritu límpido al encuentro. La tercera, que muchos de los más cercanos y relevantes colegas del genio de Algeciras estarían tocando también. Y no pudo ser mejor.
Fundado en los años noventa, el Oasis Jazz u Festival ha presentado a grandes compositores e intérpretes (Chick Corea, Diane Reeves, Maceo Parker) y, aunque recientemente se vio debilitado en el ojo público, este 2014 cobró nuevos bríos decidido a mantenerse con un largo aliento. Su plan fue que los amigos de Paco de Lucía se presentaran con distintas formaciones. Así, lo mismo sonaron los conjuntos de sus familiares y colegas José María Bandera y Antonio Sánchez, que el trío de Carles Benavent, que las orquestas de Paquito D’Rivera y Óscar de León, que el combo del flautista Jorge Pardo (algunos con magníficos cantaores y bailaores). Y funcionó. La Arena Oasis lució pletórica ambos días.
Nosotros destacamos los oficios de Sánchez y Bandera en las guitarras, así como los de Benavent (bajo) y Pardo (flauta), todos miembros del grupo de Paco de Lucía en distintas etapas. Nos referimos a la crema y nata del que en algún momento se conoció como “nuevo flamenco” y que, como le pasara a la obra de Piazzola en el tango (bien lo recordaba Paquito D’Rivera), tras sufrir críticas de los puristas, hoy es una escuela definitoria para el género. En todos ellos, claro está, dé por sentado el virtuosismo técnico, estimada lectora, lector dominical. Y sepa que en el flamenco esto sí importa, y mucho, contrario a lo que varios “críticos” piensan por ignorancia o por la anquilosada disputa –en realidad inexistente– entre la destreza y el feeling. Digamos que estos artistas tocan para sus colegas y se preocupan por la velocidad y pulcritud, lo que sumado a la creatividad de falsetas e improvisaciones ocasiona una evolución constante en su discurso y, por consecuencia, en el aplauso mundial. Es decir que éste, como todo arte mayor, sigue siendo egoísta en su semilla. Aprécielo en los discos de Paco de Lucía, por favor. Deje que su piel cambie de tensión y se ponga rabiosa.
A toro pasado, finalmente, pensamos en lo difícil que resulta presentarse en contextos así. Está la audiencia que se nutre con melómanos más o menos dedicados. Están quienes aman las relaciones públicas. Están los periodistas, de entre los que apenas un puño entiende la sustancia escénica. Están los amigos del desaparecido, su mujer, cuya sabia lucidez sale poco a poco de la desolación, sus hijos, esos dos pequeños orgullosos en quienes se justifica lo que ha sucedido y que, como en otro tiempo los Chiquitos de Algeciras (Paco junto a su hermano Pepe), parecen sentir la música desde la prístina pureza de los sentidos. Los abrazamos desde aquí por el legado de su mostro portentoso, el hijo de Lucía. Buen domingo. Buena semana. Buena bulería.
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