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La tetralogía de
Eraclio Zepeda
Marco Antonio Campos
El último hombre,
de Mary Shelley
Luis Chumacero
Lo bien hecho...
Ricardo Yáñez
Inconformidad
y escritura
Luis Rafael Sánchez
El eructo de
los ruiseñores
Mario Roberto Morales
Saul Steinberg: exilio
desde la Novena Avenida
Leandro Arellano
La vida de Gerardo Deniz
José María Espinasa
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Felipe Garrido
Un sueño
Muchas noches me asomo y te veo en primera fila. Me gustaría que estuvieras nada más tú. Que no hubiera nadie más. Que me vieras suspendida en los trapecios, así como estoy, desnuda, sólo con resplandores. Para esto me he preparado: para actuar sólo para ti. Para que tú me desprendas los velos y me muerdas. No quiero que nadie más me vea. Quiero que me mires sólo a mí. Unos payasos que van adelante hacen que te me pierdas. De pronto no sé dónde estás. Luego te veo, enfrente, al lado de la pista. Tengo miedo de que no te fijes en mí. Pero levantas la cabeza y tu mirada me sigue. Entonces, con pasos largos voy trazando una figura para que ya no puedas quitar de mí los ojos; para que quieras conocer mi carne que tu mirada pone toda trémula. Dejo caer el manto, alargo un brazo al trapecio y me elevo. Tus ojos me siguen. Yo quisiera, cuando termine, caer en tus brazos y que me apretaras y que ya nunca me soltaras y que yo no volviera a despertar. |