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Kubrick: la brillante oscuridad del erotismo
J. C. Rosales, N. Pando, R. Romero, S. Sánchez, E. Varo
Ilustración de Juan Gabriel Puga |
Entre Lolita (1962) y Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), de Stanley Kubrick, existe una distancia temporal de treinta y siete años. Sorprende que, pese al tiempo transcurrido, en ambas cintas hay un juego de lenguaje, un silencio que al espectador le corresponde significar. Se trata de cintas cuyo contenido puede ser apreciado por cualquier público. No obstante, hay elementos por interpretar; en este caso, la manifestación del erotismo en la trama.
Para Georges Bataille, el erotismo es la “transición de la discontinuidad a la continuidad”, y su culminación se logra a través del acto sexual. El humano se olvida de su individualidad para situarse por un momento en la eternidad. En estos dos filmes, el acto sexual entre los personajes principales queda resguardado en fundido a negros. En Lolita es válido sugerir que el director recurrió a dicha técnica cinematográfica por cuestiones de época: en los años sesenta la trama, por sí misma, causaba escándalo; sin embargo, no es posible decir lo mismo de Ojos bien cerrados, estrenada a finales del siglo pasado, cuando la sexualidad había dejado ya de ser censurada para ser explotada.
En el caso de Lolita, en la escena de marras que tiene lugar en el hotel, Lolita y Humbert han dormido separados. La ninfeta Lolita se acerca al catre de Humbert y le susurra: “¿Por qué no jugamos un juego?” Los personajes olvidan que son hija y padrastro para relacionarse como amantes. El fundido a negros impide que en la pantalla se exhiba sexo explícito.
En Ojos bien cerrados, observamos a Alice bailar al ritmo de “Baby did a bad bad thing”, frente a un espejo; William se acerca a ella, ambos se encuentran desnudos. Comienzan a besarse, aunque ella mantiene fija la mirada en el espejo; así, cuando estamos a punto de contemplar la unión de los cuerpos, la escena se diluye.
Durante el fundido a negros, ¿qué pasa con el receptor? Según Bataille, el ser humano busca la plenitud de su interior en el exterior, busca un objeto de deseo, y el deseo por sí mismo es su faceta primitiva, su interioridad controlada por las restricciones impuestas dentro de lo social. Es así como, al corresponder a nuestro lado salvaje, usualmente el objeto de deseo se encuentra prohibido.
En el caso de Lolita, podemos ver cómo Humbert, desde el primer instante en que observa a la ninfeta, la vuelve su objeto de deseo, a pesar de ser consciente de que se trata de un deseo prohibido socialmente, dada la minoría de edad de ella. Busca devorar a Lolita como un cherry pie, apoderarse de la reina siendo él un caballero que va “hacia atrás y hacia adelante”, tratando de saltar sobre las demás piezas. Por su parte, en Ojos bien cerrados, tanto Alice como William, a pesar de su deseo, nunca habrán de consumar la transgresión por miedo a la pérdida del ser amado.
Bataille distingue tres tipos de erotismo: erotismo de los cuerpos, de los corazones y sagrado. Ninguno de ellos se manifiesta de manera aislada, y en ambas tramas siempre hay uno más recurrente, complementado por los otros dos.
El erotismo de los cuerpos es egoísta e involucra el interés por lo material. El erotismo de los corazones se vuelve el más pasional por mantenerse en la incertidumbre; los amantes pueden separarse en cualquier instante sin que jamás hayan abandonado sus formas discontinuas. Por último, el erotismo sagrado es aquel donde el ser logra su disolución, y pertenece plenamente al continuo; en él, a través del ser amado, se deja de existir como individuo aislado y, por ende, más que nunca es posible la realización de un ser no discontinuo.
Tanto en Lolita como en Ojos bien cerrados nos convertimos en espectadores de la consumación del deseo de los personajes. La diferencia sustancial entre ambas historias reside en la manera en que los personajes hacen posible la consumación de su deseo.
En Lolita vemos cómo la consumación del deseo de Humbert Humbert transmuta el erotismo de los cuerpos en erotismo de los corazones; Humbert sufre la pérdida de su ser amado: Lolita se ha entregado a Clare Quilty, un famoso dramaturgo y guionista. Ninguno de los personajes habrá de consolidarse dentro del erotismo sagrado, pues la reciprocidad de sus sentimientos sólo se habrá de mantener por muy poco tiempo en el erotismo de los cuerpos, y una vez que se presenta el fracaso del erotismo de los corazones, sólo queda pertenecer al continuo y renunciar a una individualidad carente de sentido. Es por eso que Humbert asesina a Clare Quilty: después, sólo le queda morir.
En cambio, en Ojos bien cerrados los personajes experimentan los tres tipos de erotismo de manera recíproca. El erotismo de los cuerpos es el primero en manifestarse: en una reunión social, mientras Alice baila con un sueco millonario, William se convierte en objeto de deseo de dos modelos. En voz baja, el hombre sueco le revela a Alice: “uno de los encantos del matrimonio es que hace de la decepción una necesidad para ambas partes”. Ella también lo desea; sin embargo, esa noche termina teniendo relaciones sexuales con William, su esposo. Al día siguiente, cuando ella le confiesa haberse querido acostar con un marinero, la felicidad de la pareja entra en peligro.
Hay confesiones de los deseos de engaño, un beso robado, una prostituta bien pagada, una orgía, pero nunca hay traición: William es solamente espectador. Al final, una prostituta lo salva de su propia desnudez, pues él no puede olvidarse de su individualidad, no sin Alice. Una vez que todo secreto ha muerto, la historia finaliza con la consumación del deseo a través del erotismo sagrado.
Para algunos animales salvajes, la oscuridad es el lugar donde su vista se vuelve más aguda. Sería en vano negar que la sexualidad nos vuelve salvajes; la oscuridad es un espacio vacío cuyo silencio, ante los ojos del humano, se vuelve revelador, pero ¿serán nuestros deseos la llama de dicha oscuridad? Habrá que escuchar el fuego que arde internamente para descubrirlo.
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