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A Diario, el teatro físico de Alaide Ibarra
A diario, dirigido e interpretado por Alaide Ibarra, es un espectáculo unipersonal de teatro físico que consiste en cumplir ese ideal que dramaturgodirectores como Wedekind y Craig, le exigían a sus actores: comportarse como una marioneta bajo las órdenes de la imaginación de un demiurgo que quiere ver al actor cantar, bailar, hacer acrobacia, circo, gimnástica emocional e intelectual.
En ese riesgo transcurre A diario, un trabajo que la propia actriz, directora, ¿dramaturga? ha elaborado para hacer visible la soledad, la imaginación y las ansiedades de un inmigrante que se construye a sí mismo en una especie de entrenamiento; es una crónica, un ensayo de identidad que fluye a través de un discurso donde el cuerpo crea su espacio, se transforma en (el) objeto, en (el) espacio, en una atmósfera donde algo le pasa a alguien y, al mismo tiempo, algo pasa sobre la escena para construir una práctica que utiliza la palabra en su mínima expresión, como un fantasma que se concentra en los paquetes de periódico que pueblan la escena.
Este cuerpologo, esta monología, indaga en lo acrobático sin ser un espectáculo decidido a impactar por el dominio de lo circense. Alaide Ibarra no tiene prisa, elabora ideas corporales que sabe puntuar con movimientos que redondea como si fueran cadenas discursivas que ofrecen en cada eslabón una expresión anímica y una protesta, una declaración de guerra a la monotonía de un “teatro sin palabras” (que se exploró en los años ochenta sin grandes sorpresas), que no quiso endeudarse con la abarcadora y poderosa pantomima de Marceau.
Es un silencio existencial y técnico. Ibarra demuestra que no es necesaria la prolijidad verbal para mostrar un ceñido mundo conceptual que exprese el dolor de saberse en una geografía que niega los espacios vitales, y que propone la melancolía y la nostalgia, el imperio de un mundo que transcurre atravesado por la zozobra permanente del humillado migrante ilegal.
Si se menciona la pantomima como una tangente es porque la primera escuela de Alaide Ibarra la conformaron sus padres, Humberto Ibarra y Verónica Soto, que durante más de dos décadas la han mantenido cerca de un ejercicio escénico que va de la pantomima callejera a La comedia del arte y, hoy, en la producción de un teatro que no requiere del sostén verbal para ser comprensible y divertido.
Si bien esa formación es muy inicial, creo que dota de un carácter idiosincrásico al rigor que viene de su formación europea y canadiense. Alaide Ibarra emprendió durante un año un peregrinaje a través de México, apoyada por el Fonca, para presentarse en escenarios (por llamar de algún modo esa precariedad rural donde no existe el teatro) donde el teatro se disfruta como si se tratara de un partido de futbol. Los lugareños terminan por rogarle al artista, primero huésped incómodo, que no se vaya, que continúe su pedagogía y su arte.
Alaide Ibarra tiene el sino del inmigrante que no es profeta en su tierra y, sin embargo, se ven con asombro sus virtudes. Un funcionario, seguramente bien intencionado, le advirtió, dice, que “todavía no estamos preparados para sus búsquedas”.
Dividida entre sus estancias europeas y México, Alaide se resiste a creer que la noción de teatro físico resulte extraña en México, a pesar del reconocimiento que tiene la Scuola Teatro Dimitri, donde cursó una maestría, y las escuelas de Circo de Quebec y Verdún, donde estudió cuatro años y pudo aprender la técnica Decroux. Sabe que es cuestión de esperar... pero en movimiento.
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