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¿Dónde está Dios?
Para Federico Campbell
¿Podemos vivir sin Dios? Esta pregunta es tan absurda como preguntar si podemos vivir sin agua. Recuerdo, en este sentido, una parábola que contaba Lanza del Vasto: un hombre se puso en marcha para visitar a su amigo el pez que vivía en un estanque. Mientras caminaba, buscaba un tema que pudiera interesarle a ese amigo poco afecto a las conversaciones. Por fin, antes de llegar, lo encontró: el agua. Nadie, pensó, podría revelarle como él cosas fundamentales sobre ese líquido. Llegó hasta la orilla del estanque y aguardó. Cuando por fin se encontraron, el hombre exclamó: “Amigo, háblame del agua.” Entonces el pez lo miró con sus ojos de pez y con su lengua de pez respondió: “¿El agua? ¿Qué es el agua? Muéstramela.”
Las parábolas son polisémicas. La significación que a mí me interesa en relación con ésta, es la que se refiere a Dios o al principio vital. Al igual que el pez de Lanza, vivimos en Dios, pero no podemos decir nada sobre él; incluso, como el pez, no sabemos ya siquiera que está allí. Bajo un mundo desencantado lo perdimos de vista. Los avances de la humanidad lo han hecho cada vez más innecesario para tapar nuestros agujeros y resolver nuestras carencias. La mayoría de edad, para decirlo con Dietrich Bonhoeffer, que ha alcanzado el mundo, nos ha dejado sin ese Dios instrumentalizado que, en el fondo, nunca ha servido más que para engañar nuestra impotencia. Pero también nos ha preparado para saber: 1. que la conciencia, como lo señalaba Boris Pasternak en boca del doctor Zhivago, es como el faro de un tren: sólo sirve para iluminarnos en el tiempo, en el exterior de la historia. Volverla hacia adentro, es decir, hacia donde Dios nos habita, es destructor. Nadie, semejante a lo que le sucede al pez con el agua, es consciente de sus riñones o de su corazón o, para decirlo en los términos de los avances genómicos, de su genética o de la infinita multiplicidad de sus genes. Y, sin embargo, están allí, sin que lo sepa nuestra conciencia, trabajados por un inmenso misterio que la ciencia nunca responderá. 2. Nos permite también mirar, a quienes aún podemos sentir el agua desde la experiencia de la fe, a Dios en el mundo de otra manera, absolutamente ajena al Deus ex machina que construyó y acompañó a la humanidad hasta recientes fechas. En éste, el gran acontecimiento de la Encarnación que fundó la vida de Occidente adquiere una dimensión distinta. En él, Dios, contra la imagen instrumentalizada y omnipotente que nos habíamos hecho de él, se nos revela como un hombre que en sus límites está, valga la inmensa paradoja, abandonado a ese Dios imperceptible que nos trabaja por dentro y que llamaba “Padre”. Visto desde allí, ser cristiano no significa ya ser alguien que se comporta de cierta manera, un tipo especial de hombre: un pecador, un penitente o un santo. Significa ser simplemente un hombre como Jesús lo fue, un hombre con y para los otros. “Cuando uno renuncia –escribe Dietrich Bonhoeffer– por completo a volverse alguien […] con el fin de vivir en la multitud de tareas […], entonces uno se pone en las manos” de ese Dios que está en las profundidades, más allá de la conciencia, para con la conciencia dirigirse al servicio de los otros. “Dios […] es impotente y débil en el mundo. Sólo así está con nosotros y nos ayuda [no] por su omnipotencia, sino por su debilidad […] La evolución del mundo hacia la edad adulta […] hace tabla rasa de una falsa imagen de Dios y libera la mirada del hombre para [saber que] Dios […] adquiere su poder y su sitio en el mundo por su impotencia” y su aparente ausencia. La experiencia atea del mundo nos permite ver lo que la revelación cristiana tiene de único: que en la experiencia de la ausencia de Dios, que está escondido en la carne, el hombre se deja tomar por él. Dios es lo que está más allá de la conciencia, en lo escondido, en lo pobre, en lo inestable y profundo como la vida misma; Dios está precisamente allí, alimentando la vida, donde nuestros ojos, como los del pez de la parábola, no ven.
Lanza del Vasto, der. |
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.
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