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La tumba del revolcado
Lo mismo pasea su patetismo en diminutos y paquidérmicos go-karts en los que le dejan ganar, que autoriza la compra de un avión cuyo costo supera los 300 millones de dólares para que lo use quien habrá de sucederlo, que suelta campechanamente frases tan desafortunadas como ésa según la cual, palabras más o menos, “no se va a acabar el mundo, pero sí este sexenio”, tal si fueran situaciones equivalentes; o esa otra en la que sostiene el despropósito de que su “misión” consistió en llevar “alivio” a miles de familias mexicanas… Y lo mismo, según se ha dicho fuerte y quedito, le gustó tanto Hidalgo, la historia jamás contada (Antonio Serrano, México, 2010), que de inmediato “giró instrucciones precisas” –para decirlo con ese lenguaje hueco que tanto le gusta a él y a los que son como él– para que algo similar; qué se dice similar: ¡mejor!, se hiciera con José María Morelos y Pavón.
Total, si el cura Hidalgo ya tiene su película, bien hechecita, lucidora, técnicamente contemporánea –para no seguir evocando esas antiguallas cartonpiedrescas de peluquines obvios y falsísimas calvas que cada mes de septiembre la televisión sorraja en la mansedumbre de sus audiencias– y, según eso, hasta atrevidona… Si don Miguel Hidalgo y Costilla tiene pues su peli en los meros tiempos bicentenáricos, ¿por qué no habría de tenerla el otro “padre” de la patria, que chance y hasta lo sea con más merecimientos? Contimás que el cura del paliacate viene siendo paisano, faltaba más, faltaba menos…
Fuerte y quedito también se dijo que, precisamente en virtud de las precisas instrucciones giradas, fue que quien las recibió en tanto subalterna ad-hoc, de la nada y de volada hizo aparecer un membrete oficial tan ad-hoc como ella misma, pertinente y conducente para, bajo su amparo y haiga de ser como haiga de ser, el conductor de cochecitos/comprador de avionzotes/decidor de infortunios/decididor de miles de daños colaterales, antes de irse a Galicia o al rancho del Peje, pudiese ver una pantalla bien grande y bien llena con su regio capricho.
El membrete es el simple y nulamente creativo vocablo “cine”, pero nacido lleno de peros: creada por decreto –por no usar la fea palabra “capricho”–, la oficina en cuestión fue dotada, ipsofacto y simultáneamente, de opacidad y de arcas llenas, y para efectos prácticos fue creada con el propósito –ya que de Conaculta Cine se habla aquí– de saltarse oficialmente las oficiales trancas. En otras palabras, de eludir la ley y el reglamento conducentes en materia de apoyos gubernamentales a la cinematografía.
Lo dijo claro y conciso Víctor Ugalde, presidente de la Sociedad Mexicana de Directores y Realizadores de Obras Audiovisuales: “Todas las normatividades fueron saltadas. Llegó el santo dedo de Conaculta Cine y dio el dinero de sus partidas especiales, cuando todos los directores hacen carpetas y buscan apoyos […] Al final del sexenio regresan los viejos vicios.”
Baba de perico no es, porque la danza involucra similares millones de pesos a los que anualmente le son asignados al imcine –al que por cierto, conveniente y necesariamente, dejaron totalmente fuera del enjuague–: 40 millones de monedas de ésas que en otros tiempos llevaban la efigie, sí, de Morelos, para hacer Morelos, a los que se suman a saber cuántos millones de los 60 que costó hacer Colosio; cuántos de los otros 60 milloncejos que está costando 5 de mayo –20 de los cuales, dícese, salen de unos Estudios Churubusco en plena remodelación–, y cuántos de los no se sabe cuántos que habrá de costar Ciudadano Buelna. Cuatro filmes de a, digamos, 40 millones por piocha, son 160 millones de devaluados, que para no ir más lejos alcanzarían para apoyar, bajo los esquemas de Fidecine y Foprocine, unas dieciséis películas, es decir cuatro veces lo que se ha hecho y está haciendo, con la nada despreciable ventaja de hacerlo sin trapacerías legaloides y partidas especiales.
La película, por cierto, es dirigida por el mismo Antonio Serrano del Hidalgo…, y en ella participan Dagoberto Gama en el protagónico, así como –sin contar a los declarados alrededor de 3 mil extras para escenificar vistosas batallas–, Raúl Méndez, Juan Ignacio Aranda, Gustavo Sánchez Parra, Stephanie Sigman, José María Yazpik, Jorge Poza, Juan Carlos Colombo.
Podría decirse que la obvia intención de quitarle el bronce a la estatua se cumple sólo en parte. Puede afirmarse que, de haberse enterado de los cómos y los porqués de algo hecho en su supuesto honor, el Siervo de la Nación estaría, clásicamente, revolcándose en su tumba.
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