Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 4 de noviembre de 2012 Num: 922

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Música, maestra
Alessandra Galimberti

Matemáticas y poesía
Fabrizio Lorusso

Rosario para letraheridos
Ricardo Bada

La poesía nayarita después de Nervo
Ricardo Yáñez entrevista
con Miguel González Lomelí

Blas Pascal, el
pensador sensible

María Bárcena

Retrato de
Enrique Fierro

José María Espinasa

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Columnas:
Jornada de Poesía
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Fidelidad y literalidad (II Y ÚLTIMA)

La “traducción” del texto beethoveniano, más que literal o fiel es parafrástica, vertiente que no deja de tener enormes riesgos por la cantidad desproporcionada de agregados personales: si las “asperezas” no se deducían de las palabras del compositor, mucho menos las “chingadas”. Como propone Francisco Torres Córdova, entre la literalidad y la fidelidad hay un pequeño espacio donde se abren grandes consecuencias. ¿Qué tanto es estar lo más cerca del original o ser fiel, ahí donde el compás del “contexto” empieza a abrirse, se meten de más las manos y se termina cometiendo adulterio? ¿De veras será un exceso que donde el original diga “cielo” se traduzca “firmamento”; o que donde diga “caballos”,  “corceles”? El traductor es una especie de boticario que debe calibrar y balancear las palabras de la lengua fuente y la lengua receptora: donde no existan correspondencias se hacen ajustes mediante los contextos y la riqueza de la lengua que recibe.

Si no es posible la literalidad, ¿debe buscarse la fidelidad? Quien emprende una traducción fiel comprende el contexto del texto, no digamos el texto en su lengua de origen, y sabe cómo escanciarla en la lengua de recepción (o intuye cómo hacerlo). Por más que se asemejen dos lenguas o un poema acepte ciertas facilidades, nunca se puede hacer, ni con mucho, una traducción totalmente literal.

Nel mezzo del camin di nostra vita, afamado endecasílabo con el que abre la Comedia dantesca, difícilmente puede traducirse a otro endecasílabo español donde no falte algo del verso original:  “Al medio del camino de la vida” es endecasílabo, pero falta el  “nuestra”, pues Dante no habla en abstracto, sino de la condición humana, ese “nosotros” que no cabe en el endecasílabo español sin forzar el sentido; “A mitad del camino en nuestra vida” es endecasílabo y está el “nuestra”, pero no es igual, comenzando porque el nexo “en” es locativo y el di nostra vita es un complemento adnominal del complemento adnominal del camin, que adjetiva a mezzo, núcleo gramatical de este verso;  “A la mitad del camino de la vida” es dodecasílabo; “A la mitad del camino de nuestra vida” es tridecasílabo; “A mitad del camino de la vida” (como traduce Ángel Crespo) es endecasílabo y no tiene el nostra (¿se sobrentiende en español ese pronombre?). Para traducir literalmente y con formato endecasilábico Nel mezzo del camin di nostra vita, debería escribirse Nel mezzo del camin di nostra vita.

Dice Torres Córdova: “El endecasílabo de Dante es un buen ejemplo, como tantos otros, del ‘casi’ que siempre queda en el aire en toda traducción: es casi sí, pero en realidad no, y ese casi es, a veces, tan grande y preciso como la distancia que separa, por hermanas que sean, a dos lenguas que se miran de frente y tratan de reconocerse. ¿Pero no es ésa la naturaleza misma de las lenguas que se hablan entre sí? ¿No es un ‘casi’ encuentro siempre? Y a pesar de eso mismo ¿no es el encuentro un acontecimiento inevitable, apasionante e imprescindible? Eso mismo es lo que mueve los goznes y rompe los puentes de la traducción. Hay textos o aspectos de un texto que son intraducibles y, en el mejor de los casos, [queda] lejos de la literalidad y de la fidelidad rigurosa, que uno busca y a veces encuentra.”

Borges, traductor de Virginia Woolf, en uno de los primeros capítulos de Orlando no elige traducir “ratones” sino “lauchas”, argentinismo decidido por el escritor argentino para mencionar al mismo roedor. Borges fue fiel, no literal pero, ¿la suya se trata de una traducción con valor local, difícil de extender al resto del ámbito hispánico? Por lo pronto, la suya es la única traducción de esa novela que circula en español y, que yo sepa, nadie ha señalado lo que menciono como un defecto de la versión borgeana.

Esto conduce a una reflexión hecha por Augusto Monterroso, escrita más o menos así: “No sé ruso ni aspiro a aprender esa lengua, pero por mala que sea una traducción prefiero leer así a Tolstoi y Dostoyevsky a nunca poder acercarme a sus obras.” Eso introduce el papel de los lectores que ignoran la lengua de la que procede una obra y confían en la versión que están leyendo. Hay editoriales que no se toman la molestia de indicar el nombre del traductor ni la lengua de procedencia: la confianza o la ignorancia de los lectores es mucha, o la suya muestra una actitud muy cercana a la resignación.

La traducción literal es imposible, pero la fidelidad no radica en “meterle mano al poema ajeno con ánimos usurpadores o desmedidos”, pues eso convertiría al traduttore en un verdadero traditore.