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Festival de cine de Nueva York:
tres pequeñas joyas
De entre la treintena de filmes que se presentan en la edición 50 del Festival de Cine de Nueva York, vale la pena señalar una película alemana, una japonesa-iraní y una italiana, obras fascinantes y excepcionales, porque a su manera las tres son obras nostálgicas que plantean nuevas posibilidades para la supervivencia y revitalización del cine. Una de estas cintas es de una pareja de hermanos que a los ochenta y tantos años siguen produciendo cintas geniales; otra de un cineasta en un paradójico exilio que le impide filmar en su patria, por lo que debe peregrinar por el mundo con su cámara en busca de historias, y una más es de un director germano relativamente poco conocido con una sorprendente propuesta visual, política y moral.
Sacrificio
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La cirujana pediátrica Bárbara (la fabulosa Nina Hoss) tiene la osadía de pedir una visa de salida de la República Democrática Alemana en 1980. Bárbara, de Christian Petzold, es una inquietante reflexión sobre el espíritu, la solidaridad y la dignidad en un régimen autoritario y sofocante. El castigo de la protagonista es ser expulsada del prestigioso hospital berlinés donde trabaja y enviada a un modesto hospital de provincia, donde es acosada por agentes de seguridad y tratada con frialdad por sus colegas. Bárbara asume el castigo y se somete al trato más humillante imaginable causados por sus deseos de desertar. Bárbara se encarga ahí de atender a jóvenes en situaciones desesperadas, que terminan por obligarla a bajar la guardia y entregarse a ayudarlos no sólo en lo profesional sino también en lo emocional. Su novio, que vive en la República Federal, prepara su escape, le da dinero regularmente y la visita de manera clandestina. Sin embargo, pronto el jefe de cirujanos del hospital comienza a interesarse en ella y se desarrolla entre ambos una tensa relación repleta de sospechas, deseo, angustia y frustración. Petzold va mucho más allá de hacer una denuncia de la represión en el desaparecido régimen de Alemania Oriental; asimismo, su cinta es más que un filme de aventuras o un romance trágico. En muchos sentidos Bárbara, con su fascinante fotografía deslavada que enfatiza la sensación de decrepitud, desasosiego y paranoia dominante, es una puesta al día, en una versión madura y notable, del clásico sacrificio cinematográfico de Casablanca (Michael Curtiz, 1942).
Malentendido
El cineasta iraní Abbas Kiarostami se ha vuelto una especie de poeta nostálgico e itinerante que va de país en país tomando fotos, coleccionando situaciones, filmando historias y explorando los recursos de una gran variedad de medios para expresarse. Su nuevo proyecto Like Someone in Love, fue filmado en Japón y narra una historia que sería imposible de contar en Irán. Una joven y atractiva estudiante que en su tiempo libre trabaja como prostituta tiene un singular encuentro con un profesor retirado. Entre ellos se desarrolla una curiosa complicidad. En el breve tiempo que comparten, él la desea pero la respeta, y ella lo ve como un refugio a sus dudas e inseguridades, principalmente en relación con un novio posesivo que la acosa. Así tenemos una situación extraña que propicia una serie de malentendidos y eventualmente reacciones violentas, muy poco comunes en el cine de este autor. Desde la primera escena en un bar donde tardamos varios minutos en descifrar quién está hablando, podemos anticipar la confusión y los juegos de personalidades que evocan aquella obra maestra de Kiarostami, Close Up (1990), donde un individuo pretende ser el cineasta Mohsen Makhmalbaf. Like Someone in Love es otra obra maestra de un autor prodigioso, capaz de tomar prácticamente cualquier historia, en cualquier parte de mundo y apropiarse de ella al reducirla a emociones esenciales y universales.
Shakespeare en la cárcel
Este año los veteranos y prolíficos directores, los hermanos Vittorio y Paolo Taviani (reconocidos por La noche de San Lorenzo, 82 y Padre Padrone, 77) ganaron el Oso de Oro de Berlín con César debe morir, una cinta de una simpleza y una profundidad extraordinarias acerca de la puesta en escena, por un grupo de presidiarios, de la obra Julio César, de Shakespeare, en la prisión de máxima seguridad de Rebibbia, en las afueras de Roma. La cinta tiene poderosas resonancias no solamente por la forma en que se entretejen las vidas y los crímenes de los protagonistas con el teatro, el cine y la vida dentro y afuera de la prisión, en particular con la política italiana contemporánea. Los presos interpretan un papel, pero también se interpretan a sí mismos como presos-actores en una tragedia política que tiene los ecos de toda tragedia política. El filme alterna el blanco y negro con el color para diferenciar el “presente” del “pasado”, e imprimir un tono narrativo sencillo que enfatiza el relato de traición, lucha de poder, la búsqueda de la justicia y en particular el fracaso del idealismo ante la realidad humana y la política. La cinta culmina con la revelación inquietante de un preso-actor, quien al regresar a su celda declara teatralmente: “Desde que descubrí el arte, esta celda se volvió una verdadera prisión”.
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