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Septiembre 11 de 2001: once años
de incertidumbre y guerra (I DE II)
El mito de la seguridad
A once años de los ataques del 11 de septiembre en contra del WTC y el Pentágono, el polvo y la bruma de la confusión no parecen haberse disipado. Por un lado, el gobierno y un grupo de expertos e intelectuales promueven y defienden la versión oficial según la cual un puñado de saudis pobremente preparados para volar aviones lograron burlar a la CIA, FBI, NSA y Mossad, por mencionar sólo cuatro de por lo menos otras dieciséis agencias de espionaje e inteligencia (a pesar de que algunas de ellas fueron contactadas por agentes e infiltrados) y, en un golpe maestro de suerte y habilidad digna de un thriller de Bourne, Salt o Misión imposible, estrellaron tres de cuatro aviones contra blancos en Nueva York y Washington. Este escandaloso fracaso de los mecanismos elementales de seguridad (cuatro aviones secuestrados al mismo tiempo sin contratiempos) puso en evidencia que la muy pregonada protección del espacio aéreo nacional provista por la North American Aerospace Defense Command (NORAD) no era más que un mito diseñado para disuadir a soviéticos ingenuos. Sólo imaginemos qué hubiera sucedido si en algún momento se hubiera materializado la pesadilla de la Guerra fría que consistía en una lluvia de gigantescos misiles supersónicos en contra de las principales ciudades estadunidenses. La población no hubiera tenido tiempo ni de meterse al refugio antinuclear de su sótano.
Viajeros sospechosos
Si hemos de aceptar que la más alta tecnología de vigilancia, rastreo y prevención, así como décadas de trabajo de preparación para responder a cualquier ataque no sirvieron de nada ante la velocidad y contundencia de un ataque con aviones de pasajeros, sorprende sobremanera que el 12 de septiembre de 2001 nadie haya perdido su empleo, nadie haya sido reprendido por su ineficiencia y nadie haya reconocido que semejante despilfarro era el mayor fraude militar de la historia. En lugar de eso, y de apresurarse a reestructurar los sistemas de defensa aéreos, las autoridades lanzaron docenas de programas y estrategias destinadas a intimidar a la población, acosarla y escudriñarla. Se invirtieron millones de dólares en equipo para inspeccionar el equipaje y el cuerpo de los viajeros, como si el problema radicara en la privacía del individuo y no en las instituciones que a un costo infernalmente alto supuestamente se dedicaban a protegerlo. El gobierno de Bush de hecho se mostró reacio a lanzar una investigación, y no fue sino hasta que la presión de las familias de las víctimas se volvió incontenible que se formó la tristemente célebre Comisión 9-11, en la cual no había expertos en terrorismo, ingeniería o aeronáutica, pero sí había políticos.
De conspiraciones a conspiraciones
A las pocas horas del ataque circulaban incontables teorías conspiratorias, desde quienes aseguraban que se trataba de una demolición controlada hasta el canard racista con resonacia de los Protocolos de los sabios de Sión, que pregonaba que los judíos e israelíes no se habían presentado a trabajar ese día. Si bien en EU la versión oficial ha sido en gran medida aceptada sin cuestionamientos, en el mundo domina aún ahora la idea de que el ataque fue provocado por los mismos neocones en el gobierno, con la intención de que una catástrofe de magnitud comparable a la de Pearl Harbor tuviera el poder de catalizar a la opinión pública y pudiera ser utilizada para reorganizar la política intervencionista con una actitud más agresiva, especialmente en Medio Oriente (como proponían los dogmas del Project for the New American Century, al que pertenecía numerosos neocones). Abundan las aparentes evidencias de esta estrategia; sin embargo, hoy estamos tan lejos como hace once años de cualquier prueba contundente. El movimiento 9/11 Truther o de buscadores de la verdad del 9-11 se ha diversificado enormemente. Algunos luchan por que el gobierno se responsabilice por el tratamiento, seguros de salud y pensiones para los miles de rescatistas, bomberos, policías y trabajadores que se expusieron al polvo y humo tóxico de las ruinas y ahora padecen –o han fallecido por su causa– una inmensa variedad de cánceres y devastadoras enfermedades respiratorias. La agencia de protección ambiental fue cómplice de esta tragedia subsecuente al no prevenir a este personal sobre el inmenso riesgo que corrían. Tampoco nadie ha sido encarcelado, o por lo menos cuestionado, sobre esta gravísima negligencia. Otros más creen en teorías un tanto exóticas, como el uso de compuestos termita para destruir las columnas de acero y derribar los edificios.
Curiosas evidencias
Para el undécimo aniversario, una cadena televisiva transmitió un replay de la cobertura que le dio NBC a los ataques. A la distancia llama la atención que el veterano presentador de noticias Tom Brokaw repetía incesantemente que los terroristas habían declarado la guerra a EU. Se trataba de una figura retórica (no hay guerras entre individuos o pandillas y Estados nacionales), pero se convirtió en el dogma de la Guerra contra el Terror de Bush. También es interesante notar que desde las 9:00 am se repetía que el único grupo capaz de un ataque semejante era el de Osama bin Laden. Esto se confirmó casi mágicamente pocas horas después cuando, supuestamente, antes de que se desplomaran los edificios, un peatón encontró, a una cuadra del WTC, el pasaporte intacto de uno de los secuestradores del vuelo 11: Satam al Suqami (un nombre que parece mandado a hacer por Hollywood).
(Continuará)
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