Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de septiembre de 2012 Num: 916

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Chavela Vargas en la Residencia de Estudiantes
Marco Antonio Campos

El retorno del mito
Ricardo Venegas entrevista
con Víctor Toledo

El spanglish y la RAE
Ilan Stavans

Momentos estelares
Ricardo Bada

El sótano del
Ara militaris

Agustín Escobar Ledesma

El universo Piazzolla
Esther Andradi

Alfred schmidt
Stefan Gandler

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Ana García Bergua

Nieve

Nunca he estado en la nieve. Por eso me fascinó Decir la nieve (Siruela), de la escritora madrileña Menchu Gutiérrez, que es una caminata, más que un ensayo, por parajes blanqueados. En él, la autora nos muestra distintas transfiguraciones de esta materia que es agua pero no lo es; su esplendor u oscuridad duran tan sólo un tiempo. La nieve es una materia transitoria y por ello es también una especie de milagro o de pesadilla que en la contemplación se transforma en materia poética pura, esencial y mudable. Así, a lo largo de la lectura de Decir la nieve, no sabemos si nos hemos movido a lo largo de un paisaje nevado, o si algo se ha ido moviendo adentro de nosotros.

Menchú Gutiérrez acude a autores de la literatura universal que en su obra han incluido  la nieve. La primera estación de este periplo es la magia de la nieve, que “borra una realidad e instaura otra”, modificando nuestra percepción de las cosas. Así, la leyenda de Abderramán III, donde el paisaje se llena de flores de azahar simulando la nieve, así como  El castillo de Yodo de Inoué Yasushi, dan pie para hablar de ella como paisaje para la contemplación y la elevación, o como la conciencia de lo efímero, tal como expresan los textos de Basho y Kawabata. Asimismo, dentro de la transformación se encuentra la visión de la nieve como un tejido o la nieve que blanquea las telas y les transmite su pureza.

“La nieve se convierte en el espejo de quien la contempla: es lo que tú eres o lo que desearías ser, despierta a la imaginación y hace que el escritor torturado pueda ver sobre ella un ángel negro.” La contemplación lleva al tema del espejo; la nieve puede simbolizar el odio y la desunión como la estalactita y la estalagmita de la novela El cortejo nupcial helado en la nieve de Ismaíl Kadaré. O el blanco de la tela que recibe a un bebé y el blanco del sudario que nos despide del mundo. O la oposición entre el cuento de Kawabata titulado “Nieve” y “El albergue” de Maupassant, donde estar encerrado en medio de la nieve constituye un milagro o una pesadilla.

“Si el canto gregoriano parece la respiración de la música, los copos de nieve parecen la respiración del silencio; un silencio vivo, entregado a la tarea de borrar los sonidos”. Igual que la espera, el vacío, el recogimiento, se pueden considerar acciones y no muestras de simple receptividad pasiva, el silencio de la nieve es algo que se produce, que se crea. Músicos como Morton Feldman o John Cage hablan en este apartado de la necesidad espiritual de construir el verdadero sonido y el verdadero silencio. El verdadero silencio, similar al que se crea con la nieve, es el que permite escuchar el sonido de los  cascabeles de los trineos que viaja por el paisaje nevado de las obras de Tolstoi y de Rilke. Un silencio que puede “producir la más armónica de las melodías o ensordecer nuestra razón tiene también el poder de quemar o de apagar el fuego. Fuego y nieve. Calor junto a frío.”

Para algunos autores, el manto de la nieve representa un cobijo cálido que guarda y protege a la naturaleza, anticipando el júbilo de los brotes en la primavera; para otros, esto mismo representa la sepultura. A ello se suman, por supuesto, el significado de la nieve que se derrite con el calor y con el fuego, y la que convive con la hoguera de modo vital, así como la fantasía de la conservación de la nieve como una metáfora de la detención del tiempo. En un inquietante fragmento de la obra de Menchu Gutiérrez, la nieve, al derretirse en el cuerpo, participa en el acto amoroso.

La nieve sucia es una puerta de salida de Decir la nieve: la nieve manchada de sangre, de lodo, y sus expresiones móviles y opuestas. El ejemplo del hombre que orina en la nieve del cuento de Kawabata y goza con la visión del vapor que se desprende al horadarla es uno de los ejemplos más bellos y perturbadores a los que recurre la autora.

Este libro incluye algunas imágenes que refuerzan la experiencia sensorial. Una de ellas sería la de los copos de nieve, tesoro microscópico que la nieve guarda en su seno. La foto de Robert Walser muerto en medio del paisaje nevado es una de las citas más elocuentes: la paz de la muerte en la nieve, que acoge en su calor al fallecido y a la vez conserva el cuerpo.

Decir la nieve es un viaje delicado por la contemplación y las emociones que la nieve suscita, a las que la literatura ha respondido de tantas maneras que Menchu Gutiérrez urde en su trama flexible, cálida y helada a la vez.