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La bella, la bestia y otros cuentos
Alejandra Atala
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La emperatriz Carlota de México,
Norbert Frýd,
traducción de Gloria Céjka,
Instituto de Cultura de Morelos,
México, 2012.
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El autor checo Norbert Frýd (1913-1976), a través de su polifónica pluma, como en un cuento para niños, nos guía, no sólo a la intimidad de la vida de la princesa Carlota de Bélgica, antes bien, a todo el tarimaje o entramado político y social, en Europa y en México y en Estados Unidos, que la rodeaba con brazos, de tan afectuosos, harto estrechos –poco más que su corsé–, que a fuerza de tanto “amor” la fueron asfixiando. Frýd toma de la mano a la admirable y contristada Carlota y luego la deja a solas, mientras nos habla de su bien amado Ferdinando Max, o de su cuñado Francisco José, o del laureado Juárez, o de Lincoln o de Napoleón III, por decir poco; porque de árboles genealógicos tan vastos y pródigos en el regadero de títulos más allá del Atlántico y los que por desventura nos tocan, no queda corto; muy al contrario. La sapiencia de Frýd es la narradora, que ya juega como un rapaz y no sólo nos habla de las acciones, sino que habla en primera persona desde los líricos y políticos disertos, de varios, estos personajes que fueron tejiendo la historia del mundo.
Ocurren las páginas y, aunque en momentos no veamos a la emperatriz, sabemos que está ahí, en sus habitaciones propias, haciendo lo conveniente en un ser humano criado para amar a través del gobierno: instruyéndose, reflexionando, ponderando el camino a su tan necesario tanque de oxígeno, la vida, su vida, amoratada por un cuerpo mirado con tan escasa indulgencia.
Al parecer, toda historia de nobles, llámense reyes, príncipes o emperadores, es digna de un cuento, preguntémosle a Charles Perrault (1628-1703), con “La bella y la bestia”, a Jacob y Wilhelm Grimm (1785- 1863 y 1786- 1859, repectivamente), con su “Blanca Nieves”, o al mismísimo Hans Christian Andersen (1805 -1875) con “El nuevo traje del rey”, sólo por citar a unos pocos de los muchos inspirados en la tradición monárquica. Por eso es inevitable que al tomar este libro, no obstando que adolece de ilustraciones, colorines, viñetas, la mente niña se abra a sus pasados arcanos en la curiosidad insobornable de querer saber cómo vive una reina, princesa o, en este caso, emperatriz. Y, efectivamente, uno abre el libro y entra en un cuento para niños, pero al decir cuento para niños podría decirse que es para aquellos, como los infantes, que se atreven a ahondar en un corazón de carne y no en el modulado en piedra que van procurando los años o la civilización, como el de la bestia que es una cultura social aterrorizada por el amor, por el dolor que provoca el amor en sí mismo y porque sí, porque es violento y con él, por la locura –no del otro, sino de la propia– porque es tan alto y tan profundo que se entra en un estado de terror inconmensurable. Decía R. M. Rilke: “Todo ángel es terrible” y horrible es lo que provoca en la mirada de quien se arriesga a mirarlo de cerca.
¿Todo torri en un solo volumen?
Raúl Olvera Mijares
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Obra completa,
Julio Torri,
FCE,
México, 2011.
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Dispersa en publicaciones periódicas de la época, rescatada en forma póstuma entre sus papeles personales y correspondencia de años con diversos hombres de letras, sumada a la labor como prologuista, antólogo y autor de breves y sentenciosos tratados, la obra integral de Julio Torri jamás se había recogido en un solo tomo y es aún dudoso si la reciente Obra completa, en edición de Serge I. Zaïtzeff, contenga no sólo los posibles y deseables hallazgos, acariciado y febril sueño de quienes bucean en archivos, sino incluso la totalidad del cuerpo de la obra aparecida hasta la fecha. De manera sorprendente, el primer libro de Torri publicado por el Fondo de Cultura Económica, La literatura española (1952), quedó excluido de esta edición (de seguro por tratarse de una obra elemental o bien de carácter erudito, ya que el misterioso opúsculo de Torri permite una u otra lectura e incluso ambas).
La segunda exclusión la constituyen los Epistolarios (UNAM, 1995), de los cuales sólo se recogen las cartas a Alfonso Reyes, dejando en la orfandad el resto de la correspondencia con Pedro Enríquez Ureña, José Vasconcelos, Rafael Cabrera, Xavier Villaurrutia y otros escritores de México, América Latina y España. Más comprensible resulta la primera exclusión que la segunda, debido a un hecho en sí mismo accidental aunque de importancia singular. Zaïtzeff cuidó, anotó, recopiló y desempolvó la mayor parte del epistolario, mientras que La literatura española, editada en vida de Julio Torri, no estuvo ciertamente a su cuidado. Esto viene a colación porque de sus cuatro intervenciones, que serían El arte de Julio Torri (Oasis, 1983, Premio Villaurrutia), los prólogos a Diálogo de los libros (FCE, 1980) y El ladrón de ataúdes (FCE, 1984), con la adición de una bibliografía que promete ser exhaustiva, consideraciones teóricas donde se consumen alrededor de 150 páginas, sin contar con las elementales notas a pie de página por parte del editor con las que pretende explicar quiénes fueron Beethoven y Goethe, Quevedo y Góngora, Casanova y Le Corbusier, vienen a hacer del libro, no sólo un homenaje al gran literato saltillense, sino al emérito profesor de la Universidad de Calgary. O más bien la pregunta sería, cuando se revisa el trabajo con lupa, ¿la labor de quién resulta menos empañada?
La única reserva que permanece es si deben ser eruditos extranjeros los que se ocupen de editar a los mejores autores de México. Torri ha sido objeto de artículos, ensayos y monografías por parte de Alfonso Reyes, Antonio Castro Leal, Andrés Henestrosa, José Luis Martínez, Ramón Xirau, Emmanuel Carballo, Beatriz Espejo, Marco Antonio Campos, Gabriel Zaid, Guillermo Sheridan y Luis Ignacio Helguera. Se esperaría de este académico, nacido en Versalles de padres rusos y formado en el Canadá anglófono, un prurito singular en materia de edición, cuidando el cuerpo del texto, cerciorándose de que estuviera libre de erratas, lo que, por desgracia, está lejos de ser el caso, incluso en francés.
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