Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Jair Cortés
En la colonia astral
Aristóteles Nikolaídis
La verdad sobre
Sancho Panza
Ricardo Bada
Un escritor llamado Groucho Marx
Ricardo Guzmán Wolffer
Artemio Cruz, antes
de la última batalla
Antonio Valle
Carlos Fuentes: libros
y convicciones
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Carlos Fuentes
Aura o el deseo de sí
Antonio Soria
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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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La Otra Escena
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La cocina literaria
No hace mucho alguien me escribió reprochándome la falta de unidad en mi novela Conducir un tráiler. Me hablaba de la “estructura” en un tono algo beligerante. Señaló virtudes, pero yo me quedé con el asunto de la “unidad”. Me puse a pensar y en realidad no encontraba en dónde le faltaba unidad a todo eso. Tonto de mí. Caí en la cuenta de que el error estaba en el concepto que cada quien tiene de “unidad”. Para mí, por ejemplo, mi vida tiene unidad, y es la misma unidad que intento imprimirle a mi obra literaria. Cuando digo que mi vida tiene unidad me refiero a que, como en mi obra literaria, siempre va por ningún lado. Incluso cuando trato de darle sentido, el sentido se me tergiversa a mitad del camino. Las citas se me postergan, las personas que creía leales me defraudan, los viajes se me cancelan a último minuto, pienso una cosa y termino haciendo otra. Para mí esa es la unidad de la vida, pero veo que para muchas personas conocedoras de lo que es la ciencia literaria esto no es así, sino todo lo contrario. Por eso agradezco que se me haya advertido del error, aun cuando una parte de mí, muy en el fondo, siga tiritando de escepticismo |