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“Haz deporte” (y atragántate de porquerías)
México es un país de gordos. Este que escribe y muchos de quienes me leen somos gordos. Las autoridades sanitarias han reconocido ya como serio problema de salud pública la gordura del mexicano, su propensión a la diabetes, a las cardiopatías, a la hipertensión y otros padecimientos que se derivan de nuestra obesidad y de nuestros malos hábitos. Junto con otros récords mundiales que suman otras vergüenzas, como el hombre más rico del mundo en un país con millones de pobres, el narcotraficante más poderoso del orbe y quizá el más generoso pagador o la ciudad más contaminada y atestada del planeta, nos jactamos de ser el país donde más refresco embotellado se consume por habitante. La Coca Cola nos ama. Uno de sus gerentes fue presidente de la nación, vaya caricato.
La televisión, causa y efecto de esa perversidad postmoderna que es la publicidad, es corresponsable de esa enajenación alimentaria que ha convertido a México en paraíso de productos chatarra. Las constantes manifestaciones de interés público, a menudo enderezadas por personeros de la izquierda, para regular la oferta de comida chatarra comercial, por ejemplo, en las escuelas del país, ha encontrado una formidable resistencia que va desde el simple y descarado desacato hasta campañas de cabildeo que incluyen, desde luego, a los medios masivos electrónicos, y allí la televisión juega un papel de obvia preponderancia. La regulación hasta hace unos años inexistente en el rubro publicitario de los productos chatarra es fruto de una lucha constante contra poderosos consorcios, propiedad de personeros de derechas y notorios contribuyentes en las campañas electorales de la derecha, como Lorenzo Servitje, el dueño del grupo Bimbo, o los ejecutivos y accionistas de otros emporios de la chatarra, como el grupo Femsa, que controlan el mercado de los refrescos embotellados y las golosinas. De hecho, en la praxis cotidiana, las disposiciones gubernamentales que ponían coto a la oferta de alimentos chatarra procesados y saturados de sodio, grasa o azúcares de nulo valor nutrimental, como papitas, pastelitos o refrescos embotellados, han sido esquivadas o incumplidas con algún disimulo; si ahora hay cafeterías escolares donde no se ofrece una gaseosa, hay en cambio un sucedáneo igualmente endulzado con fructosa industrial y saturado de saborizantes y colorantes, pero que en lugar de “refresco” en el envase promete “jugo”.
Prácticamente todos los anuncios de la televisión que ponderan las delicias de galletas, chilitos, chicles o botanas saladas mencionan de pasada, en cintillos o con susurros apretados de sus locutores, las recomendaciones más obvias, que están allí solamente para hacer como que las empresas –y los medios– cumplen responsablemente con tratar de mejorar la alimentación –o al menos reducir tanta peligrosa adiposidad– de nuestros niños, es decir, su nicho de mercado: “disfrútalo con leche”; “come frutas y verduras”; “haz deporte”, pero tanto los fabricantes como las televisoras se niegan a suprimir el mentiroso bombardeo de sus publicidades porque se trata de una elemental visión “de negocios”, y por encima del bien público en este sistema retorcido y perverso que es el consumismo brutal siempre se sitúa primero el lucro particular de esas empresas y la riqueza sin fin de sus dueños. Además de todo hay otros actores y factores que se sumaron a la problemática alimentaria del mexicano a partir de la inclusión de México en el mercado global, y se trata desde luego de las cadenas de comida rápida, que también son esencialmente alimentos chatarra, excesivamente saturados de grasas, de sodio y de azúcares no nutritivos, que nos han invadido como franquicias de marcas estadunidenses de pizza, de pollo frito o de hamburguesas. Las riadas de dinero que tales franquicias gastan en publicidad televisiva, al poner automáticamente a los cabilderos de las televisoras a su servicio, han blindado en la práctica la perniciosa oferta de sus productos al público mexicano.
No se trata únicamente de que los gordos nos pongamos a dieta y hagamos ejercicio, sino de que se fomente conciencia pública de la deliberada campaña lanzada en contra de la salud de los mexicanos, principalmente de nuestra niñez, por un puñado de crasos a los que les importa un dietético pepino el bienestar de nuestra gente, aunque es precisamente el pueblo el que los ha enriquecido, y cuyos egoísmo, avaricia y ambición no tienen final ni escrúpulos: una cuestión de salud de muchos contra la excesiva riqueza de unos pocos.
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