Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de abril de 2012 Num: 891

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

En la colonia astral
Aristóteles Nikolaídis

La verdad sobre
Sancho Panza

Ricardo Bada

Un escritor llamado Groucho Marx
Ricardo Guzmán Wolffer

Artemio Cruz, antes
de la última batalla

Antonio Valle

Carlos Fuentes: libros
y convicciones

Paula Mónaco Felipe entrevista
con Carlos Fuentes

Aura o el deseo de sí
Antonio Soria

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Rolando el Negro Gómez

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Javier Sicilia

La alianza innatural

Para Lucila, María Luisa, Brisa y Víctor, peregrinos del Evangelio

Desde la muerte de Iván Illich y la lectura de su último libro –la larga y exhaustiva entrevista que David Caylley le hizo hacia el final de su vida: The Rivers North of Future, un verso tomado de Paul Celan– no he dejado de pensar en la base espiritual y teológica que constituyó todo el pensamiento de Illich:  “La corrupción de lo mejor es lo peor” o, en términos más explícitos, la corrupción del Evangelio engendró la institucionalización de la caridad y de las sociedades de servicio del mundo moderno con sus recursos al poder, al dinero y a la administración totalitaria de la vida.

El origen de esa corrupción pude mirarlo en Asís, al que el último día de nuestra agotadora visita al Vaticano fuimos para agradecer y también, en mi caso, para reclamar a san Francisco no haber guardado de los asesinos a mi hijo, a quien en su bautismo su madre y yo consagramos. En medio de la sobria belleza de Asís, la corrupción de la que hablo aparece de una manera extremadamente clara y brutal en lo que fue la cuna del franciscanismo y el lugar en el que el propio san Francisco, enfermo y devastado, eligió morir: la Porciúncula (“Pequeña porción de tierra”). Esa pequeña capilla, erigida a 4 kilómetros del pueblo de Asís en un bosque de robles por los eremitas del valle de Josafat, entre los años 352 y 366 y restaurada por el propio Francisco, está hoy no sólo rodeada de comercios y suburbios, sino cobijada por una inmensa iglesia, Santa María de los Ángeles, edificada en el siglo XVII: inmensa, monstruosa y fea en su inane barroquismo como el poder del imperio romano al que quiere imitar.

La pobreza de la Porciúncula –rostro del Evangelio en uno de los santos más hermosos del cristianismo– contrasta de manera brutal y grotesca con la chata magnificencia del templo que quiere cobijarla. Ese contraste revela, en el orden de la arquitectura, el gran problema de la corrupción del Evangelio: la alianza innatural entre el pobre de Nazareth y el poder del César. Bajo ese rostro de Jano en el que la Iglesia se convirtió después de que Constantino I la asimiló a la administración del imperio romano, el Evangelio se preserva, pero deformado. Lo que nos dice el esplendor kitsch de la iglesia de Santa María de los Ángeles que busca cobijar la minimal belleza de la Porciúncula, es que la pobreza evangélica sólo puede preservarse al precio del poder y del juego de la mundanidad política.

Nada más alejado de Jesús y de Francisco, para quienes el Evangelio es inseparable de la pobreza, hija de la libertad, de la proporción, de la negación de cualquier administración política y, por lo mismo, de la inestabilidad.

La iglesia de Santa María de los Ángeles, que envuelve a la Porciúncula, no es más que la expresión en piedra del resultado de haber querido unir lo innatural: el recurso, dice Illich, al poder, al dinero, a la organización, a la gestión, a la manipulación y a la ley, para asegurar la presencia social de lo que sólo puede ser –es lo que se lee en el Evangelio, en la vida del Pobre de Asís y en la Porciúncula– la inestable y hermosa libertad de ir al encuentro de otros para vivir en la pobreza y la gratuidad del amor.

La vida verdaderamente evangélica tiene, por lo mismo, y como lo muestran Jesús, que nunca tuvo “dónde reclinar la cabeza”, y Francisco, que eligió para vivir, fundar su orden y morir, una capilla pobre, derruida y restaurada con sus manos, un hermoso grado de locura en términos del poder. Por desgracia, la historia del cristianismo, cuyo rostro es la iglesia de Santa María de los Ángeles, del rostro imperial que es el Estado Vaticano, y de las formas modernas y seculares del Estado y de sus instituciones de servicio, es la traición gradual a esa pobreza y a esa libertad de la que Cristo es el modelo y el testimonio, la traición grotesca a esa hermosa locura llamada Francisco de Asís y la Porciúncula que  reactualizaron el Evangelio que el poder volvió a pervertir en su intento innatural por preservarlo.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.