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Verónica Murguía
Ay, Cantinflas
El 12 de agosto pasado se celebró, con bombo, platillo y harto discurso, el centenario del natalicio de Mario Moreno Cantinflas. Como la mayoría andamos tristes porque el país se nos deshace en las manos mientras los políticos y poderes fácticos nos despluman, los desplumadores se aferraron a la figura de El gendarme desconocido y se pusieron a darle al nacionalismo y dizque al humor. Esto con el fin de siempre. A saber, dizque distraernos y atarantarnos hasta que no nos quede una neurona viva.
La verdad es que Cantinflas fue, en su primera época, un cómico extraordinario. A estas alturas del año hasta el más distraído sabe que Cantinflas fue boxeador y torero antes de ser actor; que su atuendo se originó en una tira cómica titulada El chupamirto, publicada en el periódico El Universal; que cantinflear es una palabra reconocida por la Real Academia, aunque no sé porqué eso es un honor tan cacareado. Hay miles de palabras reconocidas por la Real Academia Española: muchas son insultos o designan cosas asquerosas, así que eso no nos debería importar nada. Pero bueno, es parte de la biografía del celebrado, y como que le confiere altura mundial, aunque eso más bien vino con los cinco Oscares que ganó en 1957 la película La vuelta al mundo en 80 días.
Hay quien sostiene que el nombre Cantinflas viene de la frase “En la cantina… ¡te inflas!”, mientras otros juran que lo adoptó porque un señor que era su seguidor le gritaba “¡Ese mi Cantinflas!” desde las gradas. No importa, aunque hubo sesudas discusiones sobre este asunto. Que si se encontró a un teporocho que lo inspiró; que si los nervios le despachurraban el sketch y por eso hablaba como sabemos; que si su concuño Estanislao Shilinsky lo ayudó a pergeñarlo, en fin, unas mesas redondas en las que la actitud de la mayoría de los participantes era de una seriedad que contrastaba bruscamente con el tema.
Hace años, en un programa de radio en el que trabajé, Arturo Ortega, el productor, y yo, entrevistamos a don Armando Jiménez, el autor de Picardía mexicana, uno de los escasos libros que se leen con atención en este país. Le preguntamos quién era el mejor y más diestro alburero que él conocía y nos contestó sin dudarlo: Cantinflas, al principio. Después entrevistamos a Resortes. Le preguntamos quién bailaba bien, como para darle batalla a él, por ejemplo. Cantinflas, opinó. Entrevistamos a Zamorita, quien nos habló maravillas de Tin Tán, otro genio cuyo recuerdo, espero, no sea tan manipulado jamás. Zamorita nos comentó, un poco melancólicamente, que Cantinflas, al inicio de su carrera, era el más chistoso y el mejor jugador de billar del planeta. En fin, nos enteramos de que antes de que la fama lo dejara convertido en el extraño señor que protagonizó El barrendero, su última película, había sido de armas tomar: parrandero, bailador y jugador. Tengo para mí que al final, cuando se filmó El barrendero, parecía burlarse de sus primeros papeles, una cosa tristísima.
Pero este año se armaron decenas de ciclos con sus películas en cine y en tele; escuchamos muchos de sus chistes por la radio y leímos cientos de páginas en las que los autores hicieron manifiesto su amor apasionado por el hilarante protagonista de El bolero de Raquel. Difundieron en los vagones del Metro cápsulas con su voz; cápsulas que me temo nadie escuchó porque en el Metro, debido al ruido que hacen la maquinaria, los pasajeros y los ambulantes, no se oye nada a menos que te griten en la oreja. También estrenaron una pieza cuadrafónica del compositor Omar Morales, misma que se escuchó de forma unánime en el Auditorio Nacional, la Cineteca y la Fonoteca.
En resumen, lo beatificaron, santificaron e ingresaron al Olimpo mexicano en unas cuantas semanas. Yo, al menos, quedé harta. Además, como ya venía septiembre, el mes más patriotero, xenófobo y cursi, lo convirtieron en el cuarto símbolo patrio, después del escudo, la bandera y el himno. Lo llamaron el único mexicano universal. Jorge Castañeda escribió que Cantinflas “era un mexicano típico”. Allí está el detalle.
Cantinflas es intraducible, es parte de su chiste. No es típico. Era mucho más simpático de lo normal. Quienes lo imitan lo hacen involuntariamente y con malas intenciones. Casi siempre son políticos.
Felipe Calderón lo parafraseó con la declaración de que el gasolinazo no afecta, sólo irrita, glosa de no es lo uno ni lo otro sino todo lo contrario.
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