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La importencia de lo urgentante (I DE II)
Es bien sabido que la frase “dejar de lado lo importante para atender lo urgente” aplica, entre muchas otras circunstancias, cuando la solución de fondo a un problema específico es postergada y en su lugar se prefieren los paliativos, que suelen tener de inmediatos lo mismo que de insuficientes.
Ejemplo mexicano insuperable de lo anterior es –quién puede dudarlo– la opción bélica-policíaca del gobierno federal en contra del “crimen organizado”, demostradamente incapaz de generar aquello para lo cual se supone fue instaurada: reducción sustancial de la criminalidad; recuperación de la seguridad y la tranquilidad colectivas, así como de la confianza en las instituciones; restauración del tejido social, más un etcétera enorme de condiciones que hoy parecen lejanísimas quimeras.
Al son pueril de “acabemos con los malos” –así de bobaliconamente lo han proferido, y no una sola vez–, tarea catalogada de urgente, se han olvidado de “los buenos”, para decirlo en términos que los Poirés, Garcialunas y Calderones puedan comprender.
Ese olvido/relegación/postergamiento es localizable, mensurable y, desde luego, absolutamente criticable. Puede verificarse en el Presupuesto de Egresos que el Poder Ejecutivo envió recientemente al Poder Legislativo para su eventual aprobación. Un simple cotejo entre el aumento de los recursos asignados a las entidades de un modo u otro involucradas en la “guerra contra el narco” y el propuesto para el subsector cultura, deja perfectamente claro cuál es la prioridad de este régimen: urge seguir haciéndose de “todos los juguetes” –así lo dijo Calderón refiriéndose al búnker secreto desde donde se dirige la estrategia del equipo–, antes de concederle a las instituciones culturales la posibilidad material de incrementar su labor, su presencia, sus propuestas a la población, es decir, su incidencia en la transformación real de una sociedad cada hora más cerca de la trayectoria de una bala que del sonido de un concierto musical o de las imágenes y las palabras de un filme.
Celebración sin motivos
El pasado lunes 12 de septiembre, la presidenta de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, la diputada panista Kenia López, quiso festinar que el Ejecutivo propusiera para 2012, según ella, un “incremento histórico de 43.5 por ciento” para el subsector, al asignarle 12 mil 821 millones de pesos (MDP). Mentira absoluta tumbada por una simple resta: este año el presupuesto para cultura fue de 11 mil 997 MDP, de modo que la diferencia entre uno y otro, de 823 MDP, equivale a 6.86 por ciento, bastante lejos del falso 43.5 y, por cierto, debajo de la inflación real –no la oficial– calculada para este año. Pasa que la diputada ignoró, y no se sabe si su ignorancia fue honesta o dolosa, que para este año la Cámara decidió añadir 3 mil 889 MDP al referido presupuesto, tras recibir una propuesta de 8 mil 932 MDP.
De todos esos millones al cine le tocarán 699, repartidos como sigue: 368 para el Imcine, 71 para el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), 155 para la Cineteca Nacional y 105 para los Estudios Churubusco. En ese mismo orden y siempre hablando de millones de pesos, recibirán aumentos de 12, 12, 40 y 93, disparidad que en porcentajes luce así: 3.3 de incremento para el Imcine, 20.33 para el CCC, 150 para la Cineteca y 61.53 para los Churubusco. Los dos últimos son así de abultados porque habrán de remodelar sus instalaciones, de modo que al siguiente presupuesto volverán la escasez y la pichicatería. Estos datos arrojan otra cifra interesante: del presupuesto total asignado a cultura, el cine recibirá sólo 5.45 por ciento.
Nada que celebrar, por supuesto, sobre todo considerando el factor inflación, y mucho menos cuando uno se pone a comparar estos dineros con los que se gastan todos los gobiernos –federal, estatales– en autopublicitarse a través de eso que llaman, eufemísticamente, “difusión de resultados”, o con los miles de millones asignados a esa farsa cruel de la partidocracia o, como se dijo al principio, con los miles y miles de millones dedicados a seguir comprando con qué matar personas.
¿Habrá quien ponga en duda que la solución real –lo mismo a corto y mediano que a largo plazo– para nuestros problemas actuales de criminalidad, inseguridad y deterioro social, necesariamente pasa por un incremento sustancial de nuestros niveles educativos y culturales? Mejor preguntado: ¿alguien dentro del gobierno se dará cuenta de que dicho incremento no sólo es importante sino también urgente?.
(Continuará)
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