Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de agosto de 2011 Num: 857

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Al pie de la letra
Ernesto de la Peña

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

El alma de Léon Bloy
Bernardo Bátiz V.

En el amor los cuerpos establecen su propio paraíso
Ricardo Yánez entrevista
con Jorge Souza

Leonora Carrington, la inasible
Germaine Gómez Haro

Copi y la Irreverencia
Gerardo Bustamante Bermúdez

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Verónica Murguía

El Viagra de oro

Robin Williams, quien en cine puede ser un cursi, en sus monólogos es el hombre más inteligente que uno se pueda imaginar. Las malas lenguas dicen que era cursi cuando bebía. Creo que ahora que está sobrio no sólo está mejor del hígado, también está a salvo de la melcocha. El monólogo que citaré comienza con una conversación entre un científico superpoderoso y un señor a quien el científico ofrece una píldora para curar lo que desee:

–¿No quieres una pastilla que conserve todos tus órganos en perfecto estado por avanzada que sea tu edad?

–No.

–¿Una pastilla que te otorgue una lucidez inaudita aunque tengas mil años?

–No.

–¿Qué quieres, pues?

Lo que sigue es previsible. El señor quiere sexo. Luego, Williams dicta un resumen de las posibilidades del Viagra: el efecto que tiene sobre los matrimonios; el aspecto de quienes mueren de sobredosis (Williams imagina que el priapismo ad eternum sería un rasgo); lo que pasa al día siguiente de una orgía, etcétera.

Todo es carnavalesco, pero tiene un núcleo de verdad. Claro que el Viagra no se creó con esos objetivos en mente: el compuesto –citrato de sildenafilo– fue resultado de una investigación que buscaba un remedio para la angina de pecho. Las pruebas, que han de haber resultado muy chistosas, mostraron los efectos secundarios que sabemos. Pfizer, el laboratorio que patentó la fórmula, no tardó en comercializarla y venderla por todo el mundo como pan, perdón, caliente.

Se ha dicho que el nombre viene de vigor (vigour, en inglés) y de Niágara, como en las cataratas, una asociación de ideas tosca, si se quiere, pero también se dice que viene del sánscrito viagrha, tigre, pues es un animal que, para los asiáticos, encarna la virilidad.

Pobres tigres. Los beneficiados por el reciente boom económico chino, los bao fa hu, o nuevos ricos, son ávidos consumidores de animales en extinción. Quiero advertir que este artículo no es antichino, ni anticomunista. Además, no sé si el gobierno de la República Popular China, que ha logrado reunir en un mismo sistema el consumismo más delirante con la tiranía de partido más eficiente, sea comunista. Y si a alguien friegan los jerarcas del Partido es, primero, a otros chinos.

Pero el hecho es que, como afirma la clasicista Ruth Padel, nieta por cierto de Charles Darwin, en su libro Tigers in Red Weather, (Tigres en clima escarlata), China se ha convertido en una especie de hoyo negro para los animales en extinción. La fuerza gravitacional de la ignorancia, la ostentación, la corrupción y el dinero (hasta parece que estoy hablando de México) causan la muerte de tigres, elefantes, tiburones, tortugas, los casi desaparecidos rinocerontes. El diseñador taiwanés Jason Wu dice que, antes, los chinos querían poseer todo lo que los demás tenían. Ahora quieren tener aquello que nadie más posee. Eso incluye a millones de animales cuyas muertes detestables sólo sirven para presumir.

Los bao fa hu  son aficionados a lo prohibido: sopa de médula de jirafa, abrigos de piel de zorro plateado; tigre, el dizque afrodisíaco más poderoso. Del tigre se comen el corazón, los riñones, el pene, los testículos. La piel es para apantallar a las visitas; los dientes, para hacerse collares espantosos. El cuerno del rinoceronte ha sido su perdición. En lugar de tomarse cien Viagras, estos hombres prefieren añadir polvo de cuerno de rinoceronte, que no sirve para provocar erecciones, a su whisky.

Las poblaciones de elefantes han sufrido muchísimo. La palabra china para nombrar el marfil, xiang ya, significa, literalmente, colmillo de elefante. Las escasas manadas de elefantes que aún sobreviven en África se han visto diezmadas por los cazadores furtivos que venden el marfil a intermediarios que lo llevarán a su destino final: China.

El tiburón es otro animal en peligro. Para asegurar el abastecimiento de aletas de tiburón para la dichosa sopa, los pescadores recogen al escualo, le cortan las aletas y lo arrojan de nuevo al mar. Y el tiburón se ahoga, pues carece de vejiga natatoria.

Si se trata de presumir, pues el consumo de tigre, rinoceronte, elefante o tiburón no sirve para tener una vida sexual emocionante, Pfizer debería comercializar una variedad de Viagra bañada en oro. El oro, en láminas finísimas, se ha utilizado desde siempre en la comida y la medicina. Nunca ha servido de nada, pero es carísimo.

Viagra, bañado en oro. Y que dejen a los animales en paz.