Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Al pie de la letra
Ernesto de la Peña
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
El alma de Léon Bloy
Bernardo Bátiz V.
En el amor los cuerpos establecen su propio paraíso
Ricardo Yánez entrevista
con Jorge Souza
Leonora Carrington, la inasible
Germaine Gómez Haro
Copi y la Irreverencia
Gerardo Bustamante Bermúdez
Leer
Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Corporal
Manuel Stephens
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
¿Justicia o ajuste de cuentas?
Todos los medios de comunicación del mundo difundieron la noticia de la muerte del líder terrorista árabe de Al Qaeda, Osama bin Laden. El propio presidente de Estados Unidos dio la información desde la Casa Blanca. En Occidente, predomina el júbilo por este hecho porque no se han olvidado los desalmados ataques contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Sería imposible olvidar la alevosía con que fueron perpetrados y el saldo trágico de más de 2 mil 600 muertos.
A partir de ese momento se inició una búsqueda desesperada para dar con el autor o los autores de un atentado tan sangriento. Empezó a hablarse entonces de la organización de Al Qaeda (que significa “la base” y alude a la base de datos que manejaba Bin Laden) y de sus líderes y secuaces. Finalmente Osama bin Laden, verdadero enemigo público de Occidente, fue localizado en un refugio en la ciudad de Abbottabad, en Pakistán. El terror provocado por sus órdenes se apaciguó: los estadunidenses sintieron que se les quitaba un peso de encima… pero sólo momentáneamente, porque ahora temen, como es natural, las represalias de los fundamentalistas islámicos que vieron en este individuo a una especie de adalid que, con astucia y sin escrúpulos, había logrado resquebrajar el poderío de Estados Unidos. Un terror sucede al otro. La presencia de los fanáticos religiosos (de cualquier índole que sean) no da tregua a la sociedad civil y amenaza a la militar.
Pero en el trasfondo de estos hechos hay una parte de gran responsabilidad que corresponde precisamente al gobierno de Estados Unidos, mejor dicho, a una de sus agencias más distinguidas, la CIA, que contrató los servicios de Bin Laden en su afán de oponerse a la expansión de la Unión Soviética. De manera paradójica, el archienemigo de los estadunidenses y del mundo occidental en general inició sus actividades como agente de una organización policíaca de Estados Unidos. Pero este individuo, por otra parte, se unió a la resistencia nacional cuando los soviéticos invadieron Afganistán. Hombre contradictorio, aunque indudable fanático, Osama bin Laden tuvo, por así decirlo, dos rostros igualmente rotundos: criminal para los países occidentales; heroico para los musulmanes.
No cabe duda de que la acción llevada a cabo en contra de Bin Laden nace de un espíritu de justicia. Él y su organización sembraron despiadadamente el luto, el temor y la desesperación en todo el orbe occidental. Su muerte era necesaria para pacificar a un sector enorme de la población de Estados Unidos y, paralelamente, a la mayor parte de los habitantes de los países occidentales. El terrorismo ha sido y sigue siendo una de las actividades más censurables y temibles del ser humano en contra del ser humano: “El hombre es un lobo para el hombre”, dijo sabiamente Hobbes.
Sin embargo, ante una reflexión tan desapasionada como sea posible, hay una pregunta válida que todos podemos plantearnos. La represalia de Estados Unidos en contra de su archienemigo natural e independientemente de la justicia que significa no pierde su cariz de venganza y, para los muchos enemigos de los estadunidenses, sólo demuestra la prepotencia militar de este pueblo que, dicen, se ha autonombrado policía del mundo.
A los hombres de buena voluntad no nos queda más que un camino: luchar por un avenimiento, quizás imposible, entre los extremismos religiosos y una visión del mundo muy lejana de cualquier dogmatismo. Por desgracia, en la realidad mundial del momento abrigar este deseo es una señal de indisculpable ingenuidad.
|