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Si las balas fueran de chocolate
En México, aunque esto no lo subraya el gobierno en la parafernalia propagandística tan de cínica factura con que pretende atiborrarnos en los medios, se han tenido que implementar protocolos de reacción y salvaguarda de la integridad de los niños en las escuelas, pero no para hacer frente a un desastre natural como un sismo, un incendio o una inundación, sino para saber qué hacer en caso de balacera. El protocolo contempla básicamente que hay que echar pecho a tierra y tratar de fomentar la calma de los educandos mientras se los mantiene lo más alejados que sea posible de la vía pública, de fachadas o de zonas que puedan resultar de riesgo como accesos o ventanas. Así como antes se hacía simulacros de evacuación, ahora se hacen de atrincheramiento. Trincados en el medio de una guerra brutal que nadie pidió y a la que su convocante principal ahora quiere que llamemos de otro modo, lo que impera para los mexicanos en muchas regiones del país es sobrevivir en el propio barrio, en la casa, el taller mecánico, la escuela, el autolavado o el centro comercial convertidos muchas veces en trampas mortales. En el impasse, la televisión es, ya por complicidad o por pura vocación de divertimento, la gran encargada de volver la vida ese ideal en pantalla, con entretenimiento al costo que sea, como el futbol; con edulcoramiento soez, como en los noticieros de Televisa y TV Azteca; o con simple pastura para rumiar bobería, como las telenovelas y los programas de humor sobado y vulgar; o concursos a los que la inmensa mayoría de los televidentes nunca va a asistir y mucho menos a ganar nada. En este trayecto vicioso, la publicidad de una inmensa cantidad de artículos que no necesitamos para vivir y la propaganda de un gobierno esquizoide colman la voraz tabula monetaria de los consorcios televisivos. Intentan siempre soslayar la realidad, omiten, callan mucho más de lo que aparece a cuadro. Pero la información es verdaderamente global y no tienen más remedio que hacerse cargo. Eso pasó con el video de los niños del kínder de La Estanzuela. A mí me llegó apenas lo subieron a la red, pero desde España.
Las imágenes le han dado la vuelta al planeta ya varias veces y el gobierno de ese hombre “pequeño por todas partes,/ incapaz de todo menos del rencor” (Jaime Sabines dixit) no ha tenido más que apechugar con la vergüenza de la exhibición de su incompetencia, de sus mayúsculos y mortales yerros. Martha Rivera Alanís, la maestra mexicana de preescolar que logró mantener cordura y cabeza fría para transmitir alguna calma a sus pequeños alumnos de cinco años de edad en medio de los estampidos de los fusiles de asalto, es una heroína de nuestro tiempo. No es político, ni es soldado ni es policía, pero representa en cambio a uno de los pocos gremios que pueden cambiar, asear, curar, consolar a este país agujerado de baches y balas, a pesar, además, de la fauna parasitaria que se enquista en su cúpula sindical: es maestra de párvulos.
Sé que su gesta ya es noticia vieja. Sé que poco se ha dicho que a dos días de que Martha asumiera con valentía la manera de solventar el miedo de sus niños, volvieron los sicarios al sitio de taxis donde presumiblemente fue la balacera cercana al jardín de niños Alfonso Reyes y masacraron a cuatro varones y una mujer allí mismo, en un extremo del estacionamiento de una tienda Soriana. Tampoco era la primera vez que esas criaturas tenían que soportar el estruendo del odio hecho ráfaga de cuerno de chivo, y tristemente tampoco será la última.
Miro y remiro el video donde los chamaquitos obedecen a su maestra y logran evadir el terror que se cosecha a unos metros de su aula cantando fantasías: si las gotas de lluvia fueran de chocolate, me gustaría estar ahí. Si las balas fueran de caramelo, también.
Si las gotas de lluvia fueran de chocolate la fantasía ganaría la silla a la realidad, lo deseable a lo impuesto, lo conducente a lo que más conviene. Lo importante, como dijo la mística niña Mafalda alguna vez, ganaría turno a lo urgente. Si nuestras calles fueran nuestras y no trinchera, nuestros jóvenes futuro y no carne de cañón, nuestros políticos facilitadores profesionales de la eficacia que comandaría un experto, un santón casi, un señor humilde y más cercano a la reflexión del iluminado que al orador exaltado que se traga sus propios cuentos, tendríamos entonces un presidente que sería guía para su nación, y no un mequetrefe oligofrénico que lo empuja, dando bandazos, al despeñadero…
Y me gustaría estar allí.
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