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Manuel Stephens
Un Desierto para la Danza (II Y ÚLTIMA)
La XIII edición del festival sonorense Un Desierto para la Danza contó con la participación de las compañías Producciones La Lágrima –a quienes dedicamos la entrega anterior– Antares y Quiatora Monorriel, las tres de Sonora; Eshel Vogrig y Montserrat Payró, del DF; Péndulo Cero, de Baja California; los españoles Sol Picó y La Intrusa; así como con una muestra de videodanza a cargo del Festival Internacional de Danza y medios electrónicos.
Con resultados desiguales, sin embargo, las agrupaciones encontraron un ámbito benéfico debido a la curaduría que mostró una idea clara en la consecución de objetivos: compañías que experimentan y se ponen en riesgo en la implementación de discursos que se alejen de lo canónico.
Cabe mencionar que la participación internacional mostró un alto nivel de producción, pero no así en los contenidos ni en la interpretación. Si en algún momento todo lo que llegaba del exterior merecía admiración, esto no sucede más.
La construcción de las identidades es un tema central en las décadas postmodernas y las artes participan de manera reveladora en el cuestionamiento de dónde se encuentra a sí mismo el individuo. Falso cognado, de Miguel Mancillas, obra de formato grande interpretada por el grupo Antares, y Mi última foto, de Esthel Vogrig, quien es la autora de todo en la producción, desde su planeación hasta la puesta en escena y su interpretación, son dos piezas que abordan el devenir de la identidad desde perspectivas personales.
A través de la relación entre la realidad y las imágenes, el solo de Vogrig es una exploración sobre el ser y el tiempo. Desde el epígrafe de Roland Barthes en el programa de mano: “Cada fotografía es un certificado de presencia”, la artista nos introduce en un ámbito de nostalgia que, sin embargo, elimina cualquier sentimentalismo fácil. La obra inicia con la protagonista mostrando fotografías a una cámara en proscenio que se proyectan al fondo; con éstas se dibuja un mapa íntimo que constituye el planteamiento temático de la pieza. Posteriormente, mediante una interfase que con el uso del sonido genera imágenes en tamaño real de la intérprete, se profundiza en la brevedad del ser por la paulatina sustitución de una imagen por otra, misma que también desaparecerá eventualmente.
La pieza de Vogrig crea una metáfora existencial sin desgarramientos de ningún tipo, en la que es notable su capacidad de síntesis y el uso inteligente de la tecnología, que no aparece como un agregado o elemento decorativo, sino que contribuye con contundencia al discurso. La brevedad y el estado de calma de Mi última foto demuestran que no se necesita de grandilocuencia o una gran extensión para crear un texto escénico de ideas que capture al espectador.
En Falso cognado, Mancillas se sumerge en un universo regido por las apariencias y la inestabilidad. Los cognados son palabras de distintas lenguas que se parecen y comparten el significado; los cognados falsos son aquellas palabras que parecen tener un origen común, pero que lingüísticamente se prueba que no tienen ningún tipo de relación. Esta premisa le funciona al coreógrafo para cuestionar las imposiciones de sexo-género, y las dinámicas de poder en que se encauza el yo para con el otro.
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En su estreno en 2005 y en sus posteriores representaciones, Falso cognado habitó teatros convencionales; en esta ocasión se presentó en el Templo de San Antonio de Padua, un tipo de espacio adecuado para una obra de esta naturaleza, pues dota al espectáculo de un medio ideal y, por lo tanto, reformula los sentidos del espectáculo. La estética del vestuario que mezcla lo glam y lo punk, la vertiginosidad del movimiento, la violencia entre los personajes y la cercanía con el público contrastan con el otrora espacio de culto –que lastimosamente está en el olvido– aportando lecturas y creando un mundo desposeído del que no hay escape. La música original de Corbett Lunsford, cuya instrumentación sonaba demodé y poco dramática en foros a la italiana, adquirió los vuelos que la obra necesita con la acústica del Templo. El espectáculo es interpretado por bailarines de amplísimos alcances: Tania Alday, Citlalli Ávalos Isaac Chau, Omar Romero, Lucía Urrea y David Salazar.
La recuperación del Templo de San Antonio de Padua, primero como patrimonio histórico esencial de Sonora y como espacio para las artes no debe demorarse, la prueba se dio con Falso cognado y la propositiva visión de Miguel Mancillas.
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