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con Margit Frenk
Entre el corrido
y la lírica popular
Adriana Cortés Koloffon
Miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española, Margit Frenk (Hamburgo, 1925) ha obtenido, entre otros reconocimientos, el doctorado Honoris causa por la UNAM. Su monumental Nuevo Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV al XVII), de 2003, reúne más de dos mil textos de la lírica popular hispánica, producto de sus investigaciones en las bibliotecas más importantes del mundo. En 2010 el Grupo Segrel grabó un disco que contiene una selección de canciones incluidas en el Nuevo corpus. |
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–Margit, ¿cómo influyó la lengua alemana en su gusto por la lírica popular hispánica?
–Todo lo que leía prácticamente era en alemán y los románticos alemanes influyeron en mi gusto por las cosas populares, a tal punto que ya en México, cuando yo tenía ocho años, empecé a coleccionar refranes. Hice mi pequeño refranero mexicano. Siendo adolescente, empecé a cantar canciones populares, agarré una guitarrita para niña que me regaló el papá de mi amiga, quien cantaba cosas maravillosas, y las aprendí de él. Durante años me gustaba cantar corridos, luego aprendí canciones populares españolas. No sé cómo llegó a mis manos un pequeño cancionero y me dicen que no tocaba mal. Después aprendí canciones francesas, finlandesas, checas, de Israel.
–¿Cómo vincula la poesía popular con lo académico?
–Toca un punto muy importante. Sé que la lírica y la poesía popular están en el margen de lo que se llama cultura. Mi afición por una poesía marginal tiene que ver con otro aspecto de mi biografía: yo he sido en muchos sentidos una persona marginal. En primer lugar por ser judía. También por haber sido extranjera en México, en mi niñez. Yo llegué a los cuatro años y aprendí a hablar el español muy rápido. La gente sabía mi nombre, aunque oficialmente era Margarita, porque así se les ocurrió a los que hicieron mi carta de naturalización. Mis apellidos son extranjeros y en México, en esos años, lo extranjero no era tan frecuente ni con mucho de lo que es ahora. Muchas veces me preguntaron: ¿tú qué eres? Y yo respondía: soy mexicana. Lo que menos quería ser era alemana, por supuesto. O me preguntaban: ¿comes chile? ¿No? ¿Qué comes? Pues resulta que yo comía a la alemana cuando vivía con mis padres.
–La lírica popular no se había estudiado mucho y en 1948 se descubren las jarchas mozárabes, como usted refiere en su libro La antigua lírica popular española (1966).
–En 1946 yo había presentado mi tesis de licenciatura sobre la lírica popular de los Siglos de Oro. Tomaba una clase con Julio Torri sobre literatura medieval. Era un maestro malo, pero nos hizo leer muchas cosas, una de ellas La primitiva lengua española, de Menéndez Pidal, de 1919. Me reveló todo un mundo.
Fotos: Cristina Rodríguez/ archivo La Jornada |
–¿Qué le gustó?
–La sencillez; esas cancioncitas muchas veces cargadas de símbolos, son poesías hermosas. Eran canciones que la gente humilde, de pueblo, hacía; los pastores cantaban en España, desde la Edad Media. Los textos aparecen a fines del siglo XV. Hice mi tesis sin asesoría, en esa época no se acostumbraba el tutor. Torri se portó muy bien conmigo; me dejó entrar en su biblioteca y encontré cosas utilísimas; trabajé en un estudio que él tenía, quizá especial para estudiantes, pero nunca me asesoró. Un día me lo encontré cuando él salía de su casa y me dijo: “¿Cómo va esa tesis?” Y yo: “Va bien, estoy haciendo esto y lo otro.” Dijo: “¡Ah, muy bien!” Esa fue mi asesoría. Yo me rasqué con mis propias uñas. Estaba también el libro de Henríquez Ureña sobre la versificación irregular, en parte dedicado a la versificación de esta poesía. A mí lo que me importaba era conocer textos. Recuerdo que fui a una conferencia de José Moreno Villa, escritor y poeta, refugiado español, y habló sobre esta poesía. Leyó unos textos que me tenían embobada. Después de la conferencia me explicó que eran de la antología de Dámaso Alonso. Años más tarde lo retomé y cuando pude ir a Europa hice una investigación más sistemática de las fuentes de todo tipo, de los siglos XVI y XVII, sobre todo.
–¿Cuándo empezó a estudiar las jarchas mozárabes?
–Hice la maestría en Berkeley y el doctorado en El Colegio de México. Había ya ediciones buenas sobre las jarchas que tienen mucho en común con las poesías que estaba estudiando. Me metí en camisa de once varas cuando me puse a investigar sobre los orígenes de la poesía en lengua romance. Los románticos lanzaron esta idea de que antes de que hubiera poetas trovadores, provenzales, sobre todo –una poesía aristocrática, muy compleja– había una poesía popular que no se había recogido. De pronto aparecen estas poesías –las jarchas– que en parte son anteriores al primer trovador provenzal. Mi tesis, que luego se publicó, se llama Las jarchas populares y los comienzos de la lírica románica, no “los orígenes”, como se intitulaban libros que habían hecho hipótesis sobre cómo serían. No sé si todos los lectores perciben que me estoy burlando de estas teorías: “el pueblo poetizante que está en el avance de toda poesía culta”.
–¿Qué sucede en el Renacimiento con la poesía popular?
–Cuando la cultura se hace más urbana con el crecimiento de las ciudades, a los poetas les fascina cantar cancioncitas y desarrollarlas a su medida. En esa época surgen muchas imitaciones de canciones populares y empiezan a filtrarse elementos de la poesía aristocrática. Vienen las glosas cultas de canciones populares, entonces hay allí ese encuentro.
–Otra de sus pasiones es El Quijote que lee con sus alumnos en la Facultad de Filosofía y Letras donde da clases desde hace cincuenta y dos años. ¿Qué le gusta del libro de Cervantes?
–La manera tan maravillosa que Cervantes captó el lenguaje popular. Me interesa especialmente la voz del narrador que por supuesto no es la de Cervantes y es una parte importantísima de la obra, que no se ha estudiado prácticamente. El Quijote es inagotable.
–¿Qué le ha dejado la lectura de El Quijote?
–Una sola palabra: fascinación.
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