Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
Jair Cortés
Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova
Entre el corrido y
la lírica popular
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Margit Frenk
Un muralista en la UAEM
Óscar Aguilar
Borges y el jueves
que fue sábado
Ricardo Bada
Con Borges en Ginebra
Esther Andradi
Borges en catorce versos
Ricardo Yáñez
Los halcones, cuatro décadas
Orlando Ortiz
Leer
Columnas:
Galería
Rodolfo Alonso
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Luis Tovar
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Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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Felipe Garrido
Fortuna
Un hombre que había hecho una inmensa fortuna robando a los demás, como se hacen las fortunas, estaba contando las monedas de oro que guardaba en su recámara, y haciendo mentalmente una lista de sus propiedades. Un fastidio, porque siempre perdía la cuenta. “En verdad –se dijo– tengo una gran fortuna; no conozco los límites de esta casa; me acompaña la mujer que hoy apetezco; mis hijos se preparan para sucederme. Mucho he trabajado –llamaba trabajo a sus embustes–, y mucho tengo que gozar.” En eso estaba cuando llegó el ángel de la muerte: “Tu tiempo ha terminado.” “No es justo –dijo el hombre–. Mucho he trabajado; déjame gozar de mi fortuna. Te daré la mitad.” Y el ángel de la muerte le contestó: “Insensato, conmigo no hay tales tratos.” “Está bien –dijo el hombre–, sólo permíteme dejar un mensaje.” El ángel asintió y el hombre alcanzo a escribir: “No guardes lo que no puedas gastar.” [De las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat.] |