Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de mayo de 2011 Num: 844

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Soneto
Ricardo Yáñez

Ciego Dios
Alfredo R. Placencia

Alfredo R. Placencia,
del dolor a la alegría

Raúl Bañuelos

Entrevista con
La Santa Muerte

Fabrizio Lorusso

Gonzalo Rojas:
eso que no se ve

Ricardo Bada

Hambre de México
Gonzalo Rojas

La Revolución árabe y la política del imperialismo. Un debate necesario
Pedro Fuentes

Javier Sicilia
y otras cuestiones

Marco Antonio Campos

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Luis Tovar
[email protected]

Dos que buscan

Si lo que el cinéfilo quiere en estos días es escurrirle el bulto a las más recientes mamarrachadas fílmicas estilo Thor (2011, de un irreconocible Kenneth Branagh, aquí indigno de su propio pasado cineasta), que inundan la cartelera con sus chorromil copias, nada mejor que voltear la vista a lo que ofrece el trigésimo primer Foro Internacional de la Cineteca.  Entre otras, encontrará propuestas que sí merecen tal nombre, verbigracia la japonesa Pez mortal, de Shion Sono, la española Cuchillo de palo, dirigida por Renate Acosta, la peruana Octubre, codirigida por los hermanos Daniel y Diego Vega Vidal, todas ellas de 2010, así como la británica Trash Humpers (2009), del irreverente y provocador Harmony Korine.

Todo pasa cuando no pasa nada

Hallará también una película inusual: la primera coproducción entre República Dominicana y México, titulada Jean Gentil (2010), codirigida por los autores de Cochochi, Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, ambos nacidos hace treinta años, ella en Santo Domingo, República Dominicana, y él en Monterrey, México. Referente a este filme, afirma el crítico dominicano Miguel D. Mena, que “el gran problema del cine dominicano es que es muy dominicano, es decir, muy epidérmico, pensando y hecho con códigos estancados entre Washington Heights y algún multicine del polígono central”, y también que “el cine dominicano es muy étnico: se quiere mostrar, enseñar, educar, sea con lo que sea, o con los sempiternos fantasmas del trujillato o con los más recientes de la migración”, y acaba concluyendo lo que pudo verse en el reciente Festival Internacional de Cine en Guadalajara y puede verse ahora en el Foro de la Cineteca: que, felizmente, Jean Gentil no adolece de dichos baldamientos, si como tales habrían de ser apreciados por un público poco o nada conocedor del cine que se ha hecho y se hace en esa isla caribeña, como en definitiva es el público mexicano. Lo que de seguro balarán algunos acá es la repetición cansina de su “argumento” endeble: que se trata de una película lentacontemplativaenlaquenopasanada. En otras palabras, por su raza de entertainers hablará su hollywoodesco espíritu, y les pasará de noche el intenso y rico viaje interior y también físico de este hombre maduro haitiano que, sin proponérselo, halla en la precariedad material más absoluta un método inmejorable para  reconciliarse con el mundo y consigo mismo.

Para ser, estar en los otros

Otro personaje que se busca y consigue hallarse de maneras insospechadas es el protagonista del filme venezolano El chico que miente (2010), de Marité Ugás. Viajero sin destino fijo, sin mapa y sin plazos por cumplir, este carajillo –que es como llaman allá a los que, por su edad, aquí nombraríamos chavo, chamaco, escuincle– sabe sin lugar a dudas lo que anda buscando, aunque bien a bien sea incapaz de decírselo incluso a sí mismo y, en la mejor tradición del road movie, descubre que el propósito verdadero de todo viaje consiste en el camino recorrido y no tanto en la meta anhelada. Su paso por los pequeños poblados de una costa venezolana recientemente azotada por un huracán es, al mismo tiempo, espina dorsal de la trama y pretexto dramático para una irrupción de vida incontenible: la que, a través de los ojos del carajillo, el espectador tiene ante sus ojos y oídos, en virtud de la cual escucha y mira cómo lucen, cómo hablan los habitantes de aquellas latitudes:  “un ciego escribió una carta y un mudo se la leía, y un sordo escuchaba lo que la carta decía”,  canta alguien por ahí una vieja tonada popular,  sin ufanarse de nada, resumiendo a la perfección el modo actual en el que nos comunicamos los seres humanos; una mujer alunada pasa por el camino, llevando en los brazos el cuerpo de un bebé muerto; otra le dice al carajillo: “si no ves tu reflejo en el agua, te mueres este año”; más adelante recibe la ayuda momentánea de una casi niña que alguien lleva en la parte trasera de un camión, obligándola a prostituirse; después participa en un cortejo fúnebre en el que todos, incluyendo a quienes cargan el féretro, dan tres pasos adelante y uno atrás, como quien se resiste a llegar al cementerio pero sabe que de todos modos no habrá de evitarlo...

En los personajes arriba descritos, así como en el resto que no puede referirse en este espacio breve, y por más que lo pequeño de su edad le impida ser consciente de ello, el muchacho acaba encontrando lo que buscaba: no precisamente a su madre luego de la tormenta, el deslave y el desastre, sino al pueblo, al lenguaje, la comida, la tierra adonde él y ella pertenecen.