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Hugo Gutiérrez Vega
Soneto
Ricardo Yáñez
Ciego Dios
Alfredo R. Placencia
Alfredo R. Placencia,
del dolor a la alegría
Raúl Bañuelos
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Hambre de México
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La Revolución árabe y la política del imperialismo. Un debate necesario
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El joven cura Placencia |
Alfredo R. Placencia,
del dolor a la alegría
Raúl Bañuelos
Alfredo Román Placencia (Jalostotitlán, 1873- Guadalajara 1930) pertenece al grupo de poetas que según Max Henríquez Ureña, en su tercera fase, pone los ojos en sus circunstancias más cercanas, empezando por su propia persona y su entorno geográfico. Afirma Max Henríquez Ureña que la intención es: “Captar la vida y el ambiente de los pueblos de América, traducir sus inquietudes, sus ideales y sus esperanzas, sin abdicar por ello de su rasgo característico principal: el lenguaje con arte.” La primera fase es: “el culto preciosista de la forma”. Y en la segunda: “el lirismo personal alcanza manifestaciones intensas ante el eterno misterio de la vida y la muerte”.
El aspecto regional es subrayado por Placencia en la constante mención de sitios y pueblos donde vivió. Aparecen Amatitán, Temaca, Bolaños, Tonalá, Tequila, el barrio de San Diego, etcétera. Además menciona nombres y personajes de la vida común: el ciego, el perro, su hijo Jaime, los capellanes, la tisiquita, el campanero, los miserables y pordioseros, etcétera. Como dos asuntos vertebrales, además, aparecen la noche y el dolor.
La aparición de la noche es múltiple y frecuente en la obra de Placencia. A veces está como símbolo o metáfora. Pero en otras ocasiones su presencia es la atmósfera que le da un aspecto negativo a los acontecimientos. En el caso de lo primero, veamos algunos ejemplos: “Toda una inmensa noche de pesar se despeña sobre el volatinero, cuando el desastre advierte”, “La noche del dolor es grave y densa.” Además: “Una noche infinita,/con su mortal gravitación de rosa,/ sobre la soledad se precipita.” Otro ejemplo: “Vosotros, como yo, tenéis el alma/ grande, y triste también como la noche.” Finalmente: “Descendí hasta el alma de la noche/ y en sus abismos me senté; aquí estoy.”
Bolaños, Jalisco |
En el segundo caso –la noche como lo negativo– encontramos que está asociada con la infelicidad y con la perversidad, con los vicios y las catástrofes. Escribe: “¿Por qué serán tan siniestras/ las noches del corazón.” Y: “Una vez más en la penosa marcha/ que emprendí por los senos del dolor,/ se me acabó, de súbito, el camino, se me ha escondido el sol [...]/ Dad la mano a este pobre que se pierde/ sin un rayo de sol.”
El dolor es uno de los motivos dominantes en la obra de este poeta y tiene diversas vertientes. Una de ellas es la familiar. Allí hay cuatro dolores esenciales: el de la muerte de su padre, el de la muerte de su madre y el dolor asociado a sus dos hermanos (una monja y un soldado). Su hermano: “Mi hermano Higinio era el hermano pequeño…/ Sin deudos y sin luces en mi dolor lo veo.” Su hermana: “Lloró la última lágrima Cristina/ ¡Oh que pena esta pena que así apaga/ La última luz que en mi desierto ardía.” Su padre: “Padre: aguárdame./ Mira cómo tiemblo/ Y en su sudor me deshago [...]/ Tu sombra, mientras yo corro en la tierra,/ Sobre la eternidad sigue volando.” Su madre: “No goces tú con mi dolor. Bendíceme./ Acaríciame, háblame,/ Imagen cariñosa/ que no olvido jamás/ Sombra impalpable.”
Otra vertiente del dolor es el del abandono de las queridas cosas y de los sitios que fue amando. Uno de esos es Temaca, pueblo al que llegó el 16 de julio de 1910, donde ejerció su sacerdocio durante dos años. Escribe: “Adiós, Temaca/ ¿Quién cuidará tu Cristo?/ ¿Quién prenderá tu lámpara?/ Tu lámpara y tu Cristo que alumbraron/ Sobre la noche inmensa de mi alma./ Hay que decirte adiós desde la cumbre/ de mi inmenso dolor. ¡Adiós, Temaca!”
Pero el dolor en la poesía de Placencia no siempre tiene aspectos negativos, pues por un lado purifica y limpia y, por el otro, es resultado de una clara conciencia de la culpa de los pecados. Un ejemplo de lo primero: “Siéntome cansadísimo. Estoy como abrumado/ Por los muchos reveses que la vida me ha dado./ El dolor que, de suyo, busca empañar los ojos/ Ha limpiado los míos.” Y de la segunda: “De amor rendido/ Quiero besar la fimbria de tu vestido,/ Y gritarte mis culpas, arrepentido [...]/ Que tus ojos se aparten de mi pecado/ Y que, mansos, se inclinen a mi tristeza.”
Placencia estaría de acuerdo con Novalis cuando éste dice:
“Cuando huimos del dolor es que ya no queremos amar.”
Por otra parte:“ Fue la gente más buena/ La que me dio la espalda …/¡La que más ha rezado!” (Del poema “Éxodo”, en El vino de las cumbres.)
Atoyac, Jalisco |
Este concepto sobre el culto a Dios manifestado en los actos rituales (a menos que sea irónico) está equivocado. La gente que más reza no es necesariamente la más buena, si sus actos no son de amor a sus semejantes. Es más: es la que todavía está más comprometida con el amor a los otros convivientes (hasta los no humanos, por supuesto).
En El pensamiento de los profetas, Israel I. Mattuck (publicado en los breviarios del FCE.) escribe: “El verdadero culto a Dios debe comprometer toda la vida; los actos rituales tienen valor en la medida en que ayudan a ello, pero pueden ser peligrosos porque pueden sofocarlo si se multiplican excesivamente o si se les da una importancia exagerada. Es esta en mi opinión una deducción acertada de las palabras de los profetas. Él no es un Dios ‘lejano sino cercano’, pero se necesita de la fe en Dios para poder advertir su actividad, lo mismo que para sentir su presencia.”
Igual que para Netzahualcóyotl, para Placencia existe y es el Dios del cerca y del junto. Para ellos Dios está vivo en el día a día y no es ajeno a lo que acontece interior y exteriormente (mejor: interexteriormente).
En el libro titulado La metáfora y lo sagrado, Héctor Murena escribe: “El artista pone en juego su vida real en el crisol de la metáfora, pero lo que sale de ello no le pertenece, puesto que ha sido forjado por el relámpago de atracción que se estableció a través de la persona del artista entre la trascendencia externa, absoluta. La obra es producto de un diálogo de Dios con Dios a través del hombre. El nombre del artista es el seudónimo de Dios, actuante por su intermedio.”
Placencia está en absoluta sintonía con estos conceptos, cuando en su primer poema del libro El libro de Dios, dice: “Aquí sí que no puedo/ Nada si no es temblándome la mano/ ¿Cómo voy a poder…? Soy un gusano.” Así entonces, le pide a Dios que intervenga. Le suplica que se deje acercar a su Amor para que lo sane y lo transforme de gusano a hijo de Dios: “El Amor puede tanto/ Que a un tiempo lava y cura y deifica.”
Panorámica de Temaca, Jalisco |
Aquí la palabra deifica es esencial, pues no solamente su acción de médico espiritual de lavar y curar se queda allí, ya que su amor lo transmite a y hacia Él mismo y transforma a la persona en divina. Decía San Pablo: “ Somos hijos de Dios; por lo tanto, somos divinos.” Pero aunque esa donación sea gratuita, Placencia debe primero aceptar su condición de criatura y dolerse de sus pecados hasta arrepentirse de ellos. Y se duele hasta las lágrimas, llevadas a su extremo: el llanto: Así, otra clave es la integración completa de Creador y criatura. Dice: “Déjame antes llorar, eso es muy mío./ Deja que piense en ti y en ti me abrase./ Aguarda a que me pase/ esta ola de frío/ Y luego escribiré, si es que ya puedo,/ Tu libro éste, que me causa miedo.”
Despojado de todo, el poeta ya desnudo y sin estorbos aguarda a que su “Amor lo enferme.”
Hay versos en que Placencia manifiesta su rotunda confianza en el amor de Dios que ha de recibirlo después de la muerte: “Así es que si la muerte me convida,/ Bien hará en no tardar./ Más me conviene/ La casa nueva que la casa ida.”
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