Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de mayo de 2011 Num: 844

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Soneto
Ricardo Yáñez

Ciego Dios
Alfredo R. Placencia

Alfredo R. Placencia,
del dolor a la alegría

Raúl Bañuelos

Entrevista con
La Santa Muerte

Fabrizio Lorusso

Gonzalo Rojas:
eso que no se ve

Ricardo Bada

Hambre de México
Gonzalo Rojas

La Revolución árabe y la política del imperialismo. Un debate necesario
Pedro Fuentes

Javier Sicilia
y otras cuestiones

Marco Antonio Campos

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Orlando Ortiz

Amanecí pesimista

Hace ya varios siglos, don Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, sentenció que sexo y comida son los dos grandes motivos por los que la especie humana vive. Desde luego que él lo dijo de otra manera:  “Como dize Aristótiles, cosa es verdadera: / El mundo por dos cosas trabaja: la primera, / por aver mantenencia; la otra cosa era / por aver juntamiento con fenbra placentera.” Un porcentaje muy alto de hedonismo palpita en esta sentencia del siglo XIII castellano; mas esto no reduce sus dimensiones fatales.

La subsistencia es algo que ha marcado el desarrollo de la humanidad. Debió ser harto dramática en los inicios, cuando el hombre habitaba en cavernas y debía ir de un lugar a otro para encontrar algo (planta, animal o semejante) con que saciar su hambre. Después se dio la sedentarización, consecuencia a su vez de la domesticación de animales y plantas comestibles. Es muy posible que cuando el hombre sembró y tuvo a la vera animales que le proporcionaban leche, carne, pieles, seguramente hubo quienes pensaron que habían quedado atrás los tiempos de escasez y hambrunas. Sin embargo –como “El Dinosaurio” de Monterroso– el hambre siguió ahí, asolando aldeas y pueblos, bien como consecuencia de malas cosechas, bien debido a la especulación y al acaparamiento.

En el siglo XVII o XVIII avanzaron los métodos de cultivo, se proyectaron incluso incipientes sistemas de riego, con lo cual se garantizaba un incremento en la producción de cereales para el consumo humano y para alimentar ganados. De nuevo se pensó que la humanidad no padecería hambre en los siglos venideros. No fue así. El hambre siguió lacerando, en mayor o menor medida, a ciertos estratos sociales, los más bajos, y en ocasiones alcanzó a algunos segmentos medios de la población. Incluso países completos, víctimas del colonialismo, padecían hambre mientras quienes los dominaban crecían y concentraban riqueza y poder. El hambre nunca ha sido pareja, siempre discrimina.

Al parecer es una fatalidad que, aparentemente, la producción de alimentos no logre nunca satisfacer la demanda –o la necesidad social–, aunque casi siempre no es la reducida producción, sino la especulación y el acaparamiento (o la destrucción de alimentos, para mantener precios altos), lo que genera el hambre.

La mecanización llegó al campo, luego se pasó de la producción agropecuaria extensiva a la intensiva, y con excepción de breves períodos, y no generalizados, el hambre siguió aguijoneando el estómago de millones de seres humanos, eliminando a también millones de famélicas criaturas de los países marginados o tercermundistas o “en vías de desarrollo”.

El caso es que el hombre ahora anda por el espacio, ¿buscando superficies adecuadas para producir granos o criar ganado? No, anda por allá con fines bélicos y estratégicos. Y en la Tierra, los países desarrollados se desentienden de las investigaciones para incrementar y mejorar la producción agropecuaria, y destinan cuantioso recursos a la carrera espacial y a la producción de armamento para hacer la guerra. (Eso me recuerda los legendarios jinetes del Apocalípsis: La guerra, el hambre, la peste y la muerte, que eran el terror de la humanidad en viejos tiempos, y que al parecer ya nadie los recuerda con esos nombres pero no dejan de estar chingando; aunque es muy posible que sigan haciéndolo no por gusto sino porque no dejamos de invocarlos.)

Todo esto salió a colación porque el Fondo Monetario Internacional pronostica que en este año y los siguientes el precio de los alimentos aumentará, debido a “la escasez de insumos claves para la producción, como tierra, agua y energía”. Claro que el FMI se cuida de no mencionar que a lo anterior sería necesario sumar el acaparamiento y la especulación internacionales.  La recomendación del FMI es que el mundo se acostumbre desde ya a los alimentos caros. Esto, para quienes tienen recursos para comprar alimentos, pero ¿qué deben hacer quienes carecen de recursos, o han visto reducirse considerablemente el poder adquisitivo de su salario, y eso si la buena fortuna  (¡suertudotes!) les ha permitido conservar su trabajo?

Y en nuestro país, ¿qué va a suceder, cuando a ese pronóstico del FMI se realizará en “el marco” de las campañas para elegir nuevo presidente, lo cual implica que millones y millones de toneladas de alimento se esfumarán porque el dinero que podría emplearse para adquirirlos acabará convertido en papel, plástico, tiempo-aire, tela, inserciones de apoyo pagadas en los medios impresos, pendones, viseras, playeras, mantas y regalitos promocionales?