Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de mayo de 2011 Num: 844

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Soneto
Ricardo Yáñez

Ciego Dios
Alfredo R. Placencia

Alfredo R. Placencia,
del dolor a la alegría

Raúl Bañuelos

Entrevista con
La Santa Muerte

Fabrizio Lorusso

Gonzalo Rojas:
eso que no se ve

Ricardo Bada

Hambre de México
Gonzalo Rojas

La Revolución árabe y la política del imperialismo. Un debate necesario
Pedro Fuentes

Javier Sicilia
y otras cuestiones

Marco Antonio Campos

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Enrique López Aguilar
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La imagen desolada en la obra
fotográfica de Juan Rulfo (VII DE X)

¿Qué hacer con Juan Rulfo, el fotógrafo revelado al público apenas cinco años y medio antes de la muerte física del escritor? Su caso es extremadamente interesante desde muchos puntos de vista y me permite regresar a las perplejidades que expuse al principio de estas reflexiones: sin el homenaje nacional de 1980, sin El Llano en llamas, Pedro Páramo y El gallo de oro, ¿conoceríamos las fotografías de un melancólico y tímido señor que fue agente viajero, trabajó en la burocracia y se llamó Juan Rulfo?, ¿apreciamos las buenas fotografías de un magnífico escritor porque no son tan malas como para suscitar la sonrisita irónica del crítico perdonavidas?, ¿las apreciamos como buenas porque, aparte de que no son malas, nacieron teñidas con la fama de su autor?, ¿alguna vez pudimos mirarlas virginalmente, como el anónimo coleccionista de Caminos de México que no sabía quién era Juan Rulfo ni había leído nada suyo?, ¿tendríamos el corazón de reconocer que las fotografías “antropológicas”, “indigenistas” y “de la tierra”, de Rulfo, no son tan novedosas como las de retratos, paisajes y arquitectura? He vuelto a la retahíla de preguntas para merodear una sola duda, muy lejana de las confiscaciones gremiales y de los especialismos fundamentalistas: ¿hasta qué punto Rulfo, el fotógrafo, le debe la vida a Rulfo, el escritor?, ¿hasta qué punto se puede apreciar la obra fotográfica de Juan Rulfo con objetividad?

Formal y técnicamente, Rulfo fue un fotógrafo cuidadoso, exacto, impecable y bien ubicado: siempre ojo de águila para las tomas y siempre en blanco y negro, siempre en persecución de los grises para buscar el matiz de la expresión exacta o el estado de gracia de la sugerencia, más que el del dramatismo, sus materiales dejan ver el adiestramiento de un hombre que sabe qué tomar con la cámara, en dónde estar parado y cómo hacer el registro que le interesa. En ese sentido, es inevitable el recuerdo del buen oído lingüístico que se le atribuye, la invención de un estilo “de la tierra” y su capacidad como creador y receptor de voces, historias, tonalidades y paisajes trasmutados en verbo literario. Sin embargo, esto es una contaminación, es un prejuicio: estoy juzgando al fotógrafo porque he leído al escritor y la crítica acerca de su obra, pero no puedo evitarlo, no puedo mentir que no sé nada acerca de Rulfo (¿cuántas personas, sin haber leído Pedro Páramo, ya saben que todos sus personajes están muertos?).

No sé quién podría decir lo siguiente, si el lector previo de Rulfo o el entusiasta descubridor de su obra fotográfica: el fotógrafo es excepcional y las fotos son muy buenas, pero formalmente no son tan atrevidas, renovadoras, experimentales ni revolucionarias como su literatura, sino un brillantísimo acompañamiento de las aportaciones verbales, un acorde deslumbrante, paralelo y complementario de su obra artística, pero no el principal, como la música de Nietszche o la pintura de Fernando del Paso respecto a sus obras filosófica y literaria, respectivamente.

Me explico, de nuevo: frente al hecho de saber que El Llano en llamas y Pedro Páramo culminaron, cancelaron y abrieron nuevos cauces a la vertiente narrativa de corte nacionalista, que fue la dominante no sólo de la literatura sino de la cultura mexicana entre 1920 y 1955, durante treinta y cinco años de postrevolución (muralismo, música mexicanista, el cine de temas ranchero y provinciano, las novelísticas de la Revolución, indigenista y antropológica); frente al hecho de que, junto con la obra fantástica e intelectual de Arreola y los vislumbramientos de Octavio Paz, la obra literaria de Juan Rulfo fue uno de los parteaguas que dio paso a vertientes universalistas y novedosas como las de Rufino Tamayo, en las artes plásticas, y la de Carlos Fuentes, en la llamada “nueva” literatura mexicana; frente al carácter trastornador de la literatura rulfiana, característica que les mereció a Rulfo y Arreola el epíteto de “nuestros nuevos clásicos”, por José Agustín, me parece que su obra fotográfica es una confirmación extremadamente talentosa e imaginativa de lo que la fotografía mexicana realizaba entre los años cuarenta y cincuenta, así como una exploración original de sus territorios: en este sentido, la obra fotográfica de Rulfo propone una espléndida continuidad dentro de los mejores caminos de las artes visuales de México, pero no una ruptura con dicha tradición.