Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de febrero de 2011 Num: 832

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La escritura al margen
Adriana Cortés entrevista con Clara Obligado

Los secretos revelados del romano Palacio Farnesio
Alejandra Ortiz Castañares

Remedios Varo:
poesía en movimiento

Guadalupe Calzada Gutiérrez

In memoriam (1975)
Héctor Mendoza

Héctor Mendoza,
la espiral y el laberinto

Miguel Ángel Quemain

El quehacer escénico de Héctor Mendoza
Juan Manuel García

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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La naturalidad de lo normal

El viernes 4 de febrero comenzó el primer Festival Internacional de Cine en la Ciudad de México (FICCMéxico), cuya etapa inicial concluye precisamente hoy, domingo 13, pero que se extenderá hasta el próximo mes de marzo. Entre sus muchos atractivos hay dos que sobresalen: el primero, que la mayoría de sus funciones son gratuitas y se ofrecen en espacios públicos perfectamente accesibles como el Zócalo, las explanadas delegacionales y la red de Faros, y el segundo, que el festival fue diseñado para servir de escaparate a una gran cantidad de películas mexicanas que, por una razón u otra, no han sido exhibidas aún, salvo pocas excepciones y siempre como parte de algún otro festival.

Una de esas películas es De la infancia (2010), el más reciente largometraje de ficción dirigido por Carlos Carrera, mismo que en su reparto incluye, entre otros, a Damián Alcázar, a los niños Benny Emmanuel (Francisco) y Rodrigo Oviedo (Damasco), así como a Giovanna Zacarías, como los hijos y la pareja de aquél, respectivamente.

Facilista como suele ser, Unoqueotro se ha conformado con decir que esta es la historia de una “familia disfuncional” en la que, debido a dicha condición, suceden cosas terribles, verbigracia el alcoholismo que padece alguno de ellos, la violencia verbal y física, la infidelidad que da pábulo a una doble vida, más un etcétera igualmente ominoso.

Desde luego, De la infancia contiene mucho más que ese catálogo de taras, y también desde luego que no basta el simplismo calificador de Unoqueotro. La estructura narrativa en espiral elegida por Carrera para contar la saga de estos personajes, indica que una de sus principales intenciones consiste en poner de manifiesto que el conjunto de acontecimientos que dan cuerpo a esta historia no pueden ser vistos como algo aislado, tal como si fuesen producto de la generación espontánea y, por ende, se tratase de hechos que se consumen en sí mismos y que, una vez ocurridos, no dejan tras de sí ninguna marca, mucho menos un condicionamiento o una herencia. Todo lo contrario: la ejecución fílmica, tanto a nivel de estructura como en el plano formal –elección del punto de vista, manejo de la cámara, etcétera–, aunada a una progresión dramática cuyos incrementos son precisamente los que le confieren al filme la cualidad de trascender el mero nivel de la circularidad para alcanzar el de la espiral ascendente, han sido diseñadas para indicar que los sucesos aquí narrados, ciertamente trágicos, no son sino una vuelta más de tuerca en un engranaje social que chirría, se atasca y salta en pedazos con una facilidad que aterra.


Carlos Carrera

Empero, De la infancia no se limita, como ya se ha señalado líneas arriba, a ejercer funciones de muestrario del horror social contemporáneo a nivel del núcleo familiar. Todo lo que, en manos menos hábiles, habría quedado en mero tremendismo, en las de Carrera se transforma en una radiografía perfectamente contrastada del modo en que la desgracia, la tristeza y el dolor pueden, y de hecho son, heredados de generación en generación.

¿Cómo luce ese horror visto desde los ojos de un niño? ¿Cómo se le vive, al mismo tiempo que se es testigo del mismo? Por supuesto, De la infancia no es el primer acercamiento cinematográfico al tema que para lograr buenos resultados se valga de este enfoque; un somero repaso a la filmografía mundial dará cuenta de numerosos abordajes afines. El plus de esta cinta radica en que prescinde por completo de toda concesión a nivel tanto anecdótico como visual, es decir que no le ahorra al espectador la indispensable dosis de crudeza, pero lo hace sin jamás abandonar la perspectiva de la infancia, incluyendo la carga de fantasía, irracionalidad y pensamiento mágico inherentes a dicha perspectiva. El horror, entonces, no parecería tal, puesto que no se conoce otra forma de vida que funcione a manera de contraste; y cuando asoma por ahí la posibilidad –una familia vecina– de que las cosas sean de otro modo, pronto se descubre que, para decirlo coloquialmente, “allá también hace aire”.

He ahí la propuesta última y más contundente del filme. De a ratos sufriéndolo, claro, pero de a ratos también enfrentándolo, después evadiéndolo –por ejemplo, en una escena de iconoclastia exquisita que Carrera se dio el inmenso gusto de montar– y más adelante, fatalmente, también asimilándolo y por fin reproduciéndolo, Francisco, pero sobre todo Damasco, tan pequeños que no cuentan con la menor posibilidad de distinguir entre las referidas formas de afrontar el horror, pasan de una a otra con la naturalidad de lo “normal”, es decir, de lo que suele suceder en una realidad que, por cierto, no es sólo la de ellos sino la única que su entorno les ha sabido brindar.