Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
La escritura al margen
Adriana Cortés entrevista con Clara Obligado
Los secretos revelados del romano Palacio Farnesio
Alejandra Ortiz Castañares
Remedios Varo:
poesía en movimiento
Guadalupe Calzada Gutiérrez
In memoriam (1975)
Héctor Mendoza
Héctor Mendoza,
la espiral y el laberinto
Miguel Ángel Quemain
El quehacer escénico de Héctor Mendoza
Juan Manuel García
Leer
Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Luis Tovar
[email protected]
La naturalidad de lo normal
El viernes 4 de febrero comenzó el primer Festival Internacional de
Cine en la Ciudad de México (FICCMéxico), cuya etapa inicial concluye
precisamente hoy, domingo 13, pero que se extenderá hasta el
próximo mes de marzo. Entre sus muchos atractivos hay dos que
sobresalen: el primero, que la mayoría de sus funciones son gratuitas
y se ofrecen en espacios públicos perfectamente accesibles
como el Zócalo, las explanadas delegacionales y la red de Faros, y el
segundo, que el festival fue diseñado para servir de escaparate a
una gran cantidad de películas mexicanas que, por una razón u otra,
no han sido exhibidas aún, salvo pocas excepciones y siempre como
parte de algún otro festival.
Una de esas películas es De la infancia (2010), el más reciente
largometraje de ficción dirigido por Carlos Carrera, mismo que en
su reparto incluye, entre otros, a Damián Alcázar, a los niños Benny
Emmanuel (Francisco) y Rodrigo Oviedo (Damasco), así como
a Giovanna Zacarías, como los hijos y la pareja de aquél, respectivamente.
Facilista como suele ser, Unoqueotro se ha conformado con decir
que esta es la historia de una “familia disfuncional” en la que,
debido a dicha condición, suceden cosas terribles, verbigracia el
alcoholismo que padece alguno de ellos, la violencia verbal y física,
la infidelidad que da pábulo a una doble vida, más un etcétera igualmente
ominoso.
Desde luego, De la infancia contiene mucho más que ese catálogo
de taras, y también desde luego que no basta el simplismo calificador
de Unoqueotro. La estructura narrativa en espiral elegida
por Carrera para contar la saga de estos personajes, indica que una
de sus principales intenciones consiste en poner de manifiesto que
el conjunto de acontecimientos que dan cuerpo a esta historia no
pueden ser vistos como algo aislado, tal
como si fuesen producto de la generación
espontánea y, por ende, se tratase
de hechos que se consumen en sí mismos
y que, una vez ocurridos, no dejan
tras de sí ninguna marca, mucho menos
un condicionamiento o una herencia.
Todo lo contrario: la ejecución fílmica,
tanto a nivel de estructura como en el
plano formal –elección del punto de vista,
manejo de la cámara, etcétera–,
aunada a una progresión dramática cuyos
incrementos son precisamente los
que le confieren al filme la cualidad de
trascender el mero nivel de la circularidad
para alcanzar el de la espiral ascendente,
han sido diseñadas para indicar
que los sucesos aquí narrados, ciertamente
trágicos, no son sino una vuelta
más de tuerca en un engranaje social
que chirría, se atasca y salta en pedazos
con una facilidad que aterra.
Carlos Carrera |
Empero, De la infancia no se limita,
como ya se ha señalado líneas arriba, a
ejercer funciones de muestrario del horror
social contemporáneo a nivel del
núcleo familiar. Todo lo que, en manos
menos hábiles, habría quedado en mero
tremendismo, en las de Carrera se transforma
en una radiografía perfectamente
contrastada del modo en que la desgracia,
la tristeza y el dolor pueden, y de
hecho son, heredados de generación en
generación.
¿Cómo luce ese horror visto desde
los ojos de un niño? ¿Cómo se le vive, al
mismo tiempo que se es testigo del mismo?
Por supuesto, De la infancia no es el
primer acercamiento cinematográfico
al tema que para lograr buenos resultados
se valga de este enfoque; un somero
repaso a la filmografía mundial dará
cuenta de numerosos abordajes afines.
El plus de esta cinta radica en que prescinde
por completo de toda concesión
a nivel tanto anecdótico como visual, es
decir que no le ahorra al espectador la
indispensable dosis de crudeza, pero lo
hace sin jamás abandonar la perspectiva
de la infancia, incluyendo la carga de
fantasía, irracionalidad y pensamiento
mágico inherentes a dicha perspectiva.
El horror, entonces, no parecería tal,
puesto que no se conoce otra forma de
vida que funcione a manera de contraste;
y cuando asoma por ahí la posibilidad
–una familia vecina– de que las
cosas sean de otro modo, pronto se descubre
que, para decirlo coloquialmente,
“allá también hace aire”.
He ahí la propuesta última y más contundente
del filme. De a ratos sufriéndolo,
claro, pero de a ratos también enfrentándolo,
después evadiéndolo –por
ejemplo, en una escena de iconoclastia
exquisita que Carrera se dio el inmenso
gusto de montar– y más adelante, fatalmente,
también asimilándolo y por fin
reproduciéndolo, Francisco, pero sobre
todo Damasco, tan pequeños que
no cuentan con la menor posibilidad de
distinguir entre las referidas formas
de afrontar el horror, pasan de una a otra
con la naturalidad de lo “normal”, es decir,
de lo que suele suceder en una realidad
que, por cierto, no es sólo la de ellos
sino la única que su entorno les ha sabido
brindar.
|