Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de febrero de 2011 Num: 832

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La escritura al margen
Adriana Cortés entrevista con Clara Obligado

Los secretos revelados del romano Palacio Farnesio
Alejandra Ortiz Castañares

Remedios Varo:
poesía en movimiento

Guadalupe Calzada Gutiérrez

In memoriam (1975)
Héctor Mendoza

Héctor Mendoza,
la espiral y el laberinto

Miguel Ángel Quemain

El quehacer escénico de Héctor Mendoza
Juan Manuel García

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

In memoriam (1975)

Héctor Mendoza


Foto: María Meléndrez Parada/
archivo La Jornada

Este fragmento corresponde a la escena final del texto de Héctor Mendoza para el espectáculo basado en la vida y la obra de Manuel Acuña. Con música de Luis Rivero, coreografía de Ruth Noriega y asistencia de Flora Dantus, la compañera que cruzó con el dramaturgo el siglo XX desde los años setentas. Las actuaciones fueron de un conjunto emblemático de sus actores: Rosa María Bianchi, Julieta Egurrola, Margarita Sanz, Lucía Paillés, José Caballero, Jaime Estrada, José Luis Cruz y Carlos Mendoza. El texto, trabajado para su publicación posterior al montaje, está dedicado a Luis de Tavira. Es un trabajo que se le fue ocurriendo a medida que trabajaba con sus actores; las ideas no se presentaron en el orden secuencial de la obra, las editó después. Originalmente el espectáculo estuvo concebido para cuatro actrices y cuatro actores específicos, alumnos del CUT. Es una visión extraordinaria del poeta, del eterno femenino, del suicidio (“acre olor de almendras amargas” ) y de la certeza de que “la tumba es el final de la jornada”. La importancia fundamental de ese montaje es la introducción en un escenario desnudo de un poderoso texto poético, “incurablemente romántico”. Los textos de Acuña fueron tomados de la edición que hizo José Luis Martínez para la Colección de Escritores Mexicanos de Editorial Porrúa de 1965.

miguel ángel quemain

Cuatro parejas bailan muy lentamente un vals, del fondo Manuel IV se desprende de su pareja y avanza hacia proscenio, mortalmente pálido. Frente al público y mientras las otras tres parejas siguen bailando, dice el Nocturno a Rosario, fechado en 1873.

manuel
i

¡Pues bien!, yo necesito/ decirte que te adoro,/ decirte que te quiero/ con todo el corazón;/ que es mucho lo que sufro,/ que es mucho lo que lloro,/ que ya no puedo tanto,/ y al grito en que te imploro,/ te imploro y te hablo en nombre/ de mi última ilusión.// II/ Yo quiero que tú sepas/ que ya hace muchos días/ estoy enfermo y pálido/ de tanto no dormir;/ que ya se han muerto todas/ las esperanzas mías,/ que están mis noches negras,/ tan negras y sombrías, /que ya no sé ni dónde/ se alzaba el porvenir.// III/ De noche, cuando pongo/ mis sienes en la almohada/ y hacia otro mundo/ quiero mi espíritu volver,/camino mucho, mucho,/ y al fin de la jornada/ las formas de mi madre/ se pierden en la nada/ y tú de nuevo vuelves/ en mi alma a aparecer.// IV/ Comprendo que tus besos/ jamás han de ser míos,/ comprendo que en tus ojos/ no me he de ver jamás;/ y te amo, y en mis locos/ y ardientes desvaríos/ bendigo tus desdenes,/ adoro tus desvíos,/ y en vez de amarte menos/ te quiero mucho más.// V/ A veces pienso en darte/ mi eterna despedida,/ borrarte en mis recuerdos/ y hundirte en mi pasión;/ mas si es en vano todo/ y el alma no te olvida,/ ¿qué quieres tú que yo haga,/ pedazo de mi vida,/ qué quieres tú que yo haga/ con este corazón?// VI/ Y luego que ya estaba/ concluido tu santuario,/ la lámpara encendida,/ tu velo en el altar;/ el sol de la mañana/ detrás del campanario,/ chispeando las antorchas,/ humeando el incensario,/ ¡y abierta allá a lo lejos/ la puerta del hogar...// VII/ ¡Qué hermoso hubiera sido/ vivir bajo aquel techo,/ los dos unidos siempre/ y amándonos los dos;/ tú siempre enamorada,/ yo siempre satisfecho,/ los dos una sola alma,/ los dos un solo pecho,/ y en medio de nosotros,/ mi madre como un dios// VIII/ ¡Figúrate que hermosas/ las horas de esa vida!/ ¡Qué dulce y bello el viaje/ por una tierra así!/ Y yo soñaba en eso,/ mi santa prometida,/ y al delirar en ello/ con alma estremecida,/ pensaba yo en ser bueno,/ por ti, no más por ti.// IX/ Bien sabe Dios que ese era/ mi más hermoso sueño,/ mi afán y mi esperanza,/ mi dicha y mi placer;/ bien sabe Dios que en nada/ cifraba yo mi empeño,/ sino en amarte mucho/ bajo el hogar risueño/ que me envolvió en sus besos/ cuando me vio nacer!// X/ Esa era mi esperanza/ mas ya que en sus fulgores/ se opone el hondo abismo/ que existe entre los dos,/ ¡adiós por la vez última/ amor de mis amores,/ la luz de mis tinieblas,/ la esencia de mis flores,/ mi lira de poeta, mi juventud, adiós!”

23.

En una especie de carrusel desordenado se cruzan los ocho actores y de pronto se detienen para realizar las siguientes entrevistas

a) periodista 1 y rosario ii:

él: Perdone, señorita de la Peña, ¿es verdad que Manuel Acuña se suicidó por usted?

ella: No.

él: ¿Entonces niega usted lo que todo mundo afirma?

ella: Yo no soy todo mundo. Yo soy Rosario de la Peña.

b) periodista 2 y rosario iv:

él: Todos la conocen a usted ahora como “Rosario la de Acuña.” ¿Le molesta a usted eso?

ella: Mi nombre es Rosario de la Peña.

c) periodista 3 y rosario iii:


Rosa María Bianchi, Héctor Mendoza y José Caballero a la extrema derecha en el estreno de In memoriam Teatro de la Ciudadela, 1975. Foto: Rogelio Cuéllar

él: Señorita de la Peña, se ha vuelto terriblemente difícil que usted conceda una entrevista a la prensa. ¿Por qué? ¿Teme usted delatarse acerca de la causa de la muerte de Manuel Acuña?

ella: La muerte de ese querido amigo es algo terriblemente doloroso para mí. No quiero que se me hable de ese asunto.

él: Hablemos de la vida de ese inestimable poeta, entonces. Usted lo acaba de llamar “ese querido amigo”, ¿quiere decir eso que entre ustedes dos no había otra cosa que amistad?

ella: Entre nosotros dos existía nada menos que una hermosa amistad.

él: En su “Nocturno” él no habla de una hermosa amistad, sino de un amor apasionado. ¿Manuel Acuña mentía?

ella: No.

él: ¿No? Allí noto, y perdóneme, una grave contradicción.

ella: Es que usted debe ser idiota.

d) periodista 4 y rosario i:

ella: ¡No quiero hablar con ustedes! ¡¿Cuántas veces tengo que decírselo?! ¡¿Qué pretenden ustedes de mí?! ¡¿Volverme loca?! ¡¿Que me suicide?! ¡¿Qué?!

él: Perdóneme, yo no soy un periodista.

ella: ¿Entonces?

él: Estoy haciendo un ensayo sobre la obra de Manuel Acuña.¿Podría usted ayudarme?

ella: ¿Qué quiere saber?

él: Para llenar sus datos biográficos, me gustaría saber...

ella: ¿Si yo fui la causa de su muerte?

él: ...qué fue lo que ocurrió en esa última entrevista que sostuvo con usted pocas horas antes de su muerte...

ella: ¡No voy a contestar!, ¡no quiero contestar a eso!

él: ¿Se habló de Manuel M. Flores?

Rosario 1 mira al periodista, aterrada, inmovilizada. El periodista sonríe sarcásticamente y se retira sin dejar de mirarla. Los otros periodistas se retiran al mismo tiempo sin dejar de mirar a las cuatro Rosarios que, atormentadas, se cubren las orejas con las manos

periodistas (repiten varias veces hasta salir de escena): ¿Se habló de Manuel M. Flores?

rosario i (contestándoles, pero diciéndoselo más a ella misma): De Manuel Acuña. Se habló de Manuel Acuña. A Manuel M. Flores no se lo mencionó. (Ahora es un tono totalmente íntimo y atormentado). Me cuidé muy bien de pronunciar ese nombre... Pero yo no sé si él lo adivinaba. Todos los poros de mi piel lo estaban diciendo: Manuel, Manuel..., cada dos segundos, cada segundo, cada medio segundo... No me pregunte si cuando mi boca decía Manuel se refería a uno o se refería al otro. Pero lo que sí es verdad es que nunca llegué a pronunciar ningún nombre completo. (Ríe).

rosario iv: Yo no quería matarte, Manuel. ¡No quiero matarte!... Es simplemente que todo lo que toco se va convirtiendo en luto...

(Abandona el escenario a paso muy lento).

Las Rosarios que quedan sobre el escenario hacen grandes movimientos romántico-modernistas con un sentimiento exacerbadamente doliente. Separadas, cada una sola en su dolor.

rosario iii: ¡Manuel. Manuel!... ¿Por qué te me vas yendo? ¿Por qué quieres producirme esta soledad corrosiva? Te me vas una vez y te quieres ir dos veces. ¿Una sola no bastaba, Manuel, Manuel, para producirme la muerte? ¿O crees que una mujer puede resistir la doble muerte de un ser amado? Primero esa horrible enfermedad del alma, esa morbosidad que te llevó al suicidio; y ahora esa espantosa enfermedad del cuerpo que te va consumiendo día tras día delante de mis ojos. ¿Por qué te has querido ir? ¿Por qué quieres irte? ¿Todo el amor de una mujer no basta para evitar tu doble muerte?

rosario ii: ¡Manuel!... ¡Manuel..., ¡no me dejes sola! ¡Llévenme con ustedes a donde quiera que hayan ido! ¿Qué quieren que yo haga aquí, sola, vacía, rodeada de gente que no comprende la naturaleza del amor? Manuel-Manuel, mi poeta doble, llévame contigo. ¿Qué voy a hacer aquí si mi amor todo se ha ido con ustedes? ¿De qué sirve una mujer en esta tierra cuando el amor se le ha ido con dos muertes y se ha quedado vacía?

rosario i, ii y iii (al mismo tiempo, lamentosas, desesperadas): ¡Manuel-Manuel!... ¡Manuel-Manuel!... ¡Manuel-Manuel!...

(Ahora se han juntado y cantan las cuartetas primera, séptima y última del Adiós... de Manuel Acuña, fechado en Septiembre de 1873, con algunas palabras cambiadas).

“Después de que el destino me ha hundido en las congojas/
del árbol que se muere crujiendo de dolor,/ tronchando una por una las flores y las hojas / que al beso de los cielos brotaron de mi amor,/
¡es fuerza que se alejen... rompiéndome en astillas/ ya siento entre mis ramas crujir el huracán,/ y heladas y temblando mis hojas amarillas/
se arrancan y vacilan y vuelan y se van...!/ Y ¡adiós! si acaso pueden oír en ese cielo/ el último ¡ay! del himno de amor para los dos.../ se van y ya levantan el ímpetu y el vuelo/ se van y ya me dejan. Manuel, ¡adiós. adiós!”

24.

Entran los poetas cargando el cuerpo muerto de Manuel i. Rosario IV entra, haciendo volar sudario de gasa. Los poetas depositan el cuerpo sobre el suelo. Los siete estiran el sudario y lo dejan caer sobre el cadáver. Manuel I se incorpora dentro del sudario y dice la carta de suicidio de Manuel Acuña:

manuel i: Lo de menos era entrar en detalles sobre la causa de mi muerte, pero no creo que le importe a ninguno; basta con saber que nadie más que yo mismo es el culpable.

Manuel I está a punto de caer, los poetas lo sostienen y vuelven a depositar sobre el suelo. Los siete actores lo rodean formando una especie de Mausoleo romántico-modernista, al tiempo que se unen coralmente a la música de fondo

oscuro