Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de febrero de 2011 Num: 832

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La escritura al margen
Adriana Cortés entrevista con Clara Obligado

Los secretos revelados del romano Palacio Farnesio
Alejandra Ortiz Castañares

Remedios Varo:
poesía en movimiento

Guadalupe Calzada Gutiérrez

In memoriam (1975)
Héctor Mendoza

Héctor Mendoza,
la espiral y el laberinto

Miguel Ángel Quemain

El quehacer escénico de Héctor Mendoza
Juan Manuel García

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Columnas:
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Orlando Ortiz

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El quehacer escénico de Héctor Mendoza

Juan Manuel García

Al maestro Mendoza con toda mi gratitud

Casi tres años tomó darle forma y sacar a flote la edición de las Obras completas, de Héctor Mendoza (su muerte nos ganó a todos el pasado 29 de diciembre), que este año saldrá al público y cuyo proyecto tuve el privilegio de encabezar. Estas Obras completas cuya producción teatral escrita durante los más de cincuenta años de carrera de este hombre de teatro total, suman cuarenta y seis textos (Resonancias incluida) que abarcan sin duda todos los géneros dramáticos.

Con este conjunto de libros, la gente de teatro en México, los estudiosos y el público lector tienen ante sí una colección invaluable que da cuenta de las preocupaciones formales, temáticas, estéticas y teatrales de una época que va de la segunda mitad del siglo XX hasta los primeros años del siglo XXI.

Mucho es lo que el teatro mexicano le debe a Mendoza y tener reunidos por primera vez todos sus textos es apenas una mínima parte con la cual se puede reconocer la labor de un hombre que ha vivido por y para el escenario.

Búsqueda de la verdad escénica

Como un hombre de teatro total, Héctor Mendoza es la piedra de toque de la escena nacional. Pretender enlistar sus innumerables aportaciones al teatro mexicano es, sin duda, una tarea vasta. La pedagogía actoral, la teoría, la dirección y una portentosa dramaturgia parecen imposibles en una persona que, si se me permite el término, conjuga el espíritu renacentista en el campo del hecho escénico.

Desde su primera obra, Ahogados, escrita en 1951, este autor nacido en Apaseo, Guanajuato, en 1932, da cuenta de un talento excepcional, tanto para la escritura dramática como en la dirección.

No es de extrañar que en este último campo a Mendoza se le considere, sobre todo, el maestro de los actores en México, con sobrada autoridad en la materia. Por sus manos han pasado los mejores actores y directores de nuestro teatro.

A mediados de la década de los cincuenta, Héctor Mendoza, quien fuera discípulo de Enrique Ruelas, Fernando Wagner, Rodolfo Usigli y Emilio Carballido, se involucra en el movimiento de Poesía en voz alta, que estaba bajo la tutela de Octavio Paz y Juan José Arreola. Es ahí donde Mendoza va afianzando su paso por el teatro y dirige los cuatro primeros programas del grupo con las escenografías de Juan Soriano y Leonora Carrington.

Durante 1957 y 1958 realiza una estancia en Estados Unidos becado por la Fundación Rockefeller. Estudia en el Actors Studio de Nueva York y se hace alumno del mimo Etienne Decroux.

En los años siguientes, Mendoza va a constituir todo un corpus escénico sobre todo como formador de actores y como director en búsqueda de la renovación de los escenarios teatrales, e introduce una metodología en la actuación, contrastando sus teorías y reformulando las enseñanzas tanto de Diderot como de Stanislavsky.

Con bastiones como la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la Casa del Lago y la Escuela de Bellas Artes, combate el rezago y anquilosamiento actoral. Pugna por una reflexión de la acción misma del actor, sus motivaciones y los aportes de éste a la puesta en escena, pues es en el actor donde estriban todas las posibilidades del hecho teatral con sus consecuencias.

Mendoza, a decir de sus alumnos y estudiosos, forma a actores “científicos”, que investigan y hurgan en cada uno de los textos como posibilidad emotiva y no como un mero discurso, sino con las múltiples posibilidades de la significación de un texto.

Renovador de los autores clásicos, a los que aborda con un desparpajo total, Mendoza marca un hito –como en muchas de sus obras– con Don Gil de las calzas verdes, de Lope de Vega, que dirige en 1966 y que, pese a las críticas de los puristas y el escándalo provocado entre algunos por “faltarle el respeto a los clásicos”, gana el premio de la crítica a la mejor puesta del año.

En su introducción al libro La puerta abierta, de Peter Brook, editado en México por El Milagro, el director escribe: “Recuerdo cómo en los años cincuenta se escandalizaba una mayoría aplastante de nuestro público en México cuando un grupo de creadores jóvenes nos lanzamos a ‘faltarle el respeto a los clásicos’ en aquella aventura teatral que fue Poesía en voz alta.”

Con los montajes de Reso e In memoriam, de su autoría –la primera en 1972 y la segunda en 1975–, el director da a conocer el teatro mexicano en los festivales de Belgrado, Polonia y Bruselas, lo cual para esos años, que un autor y director teatral nacional fuera invitado y reconocido en Europa, constituía todo un acontecimiento.

Afincado ya como un creador sin precedentes, maestro formador y director escénico apabullante, Mendoza continúa en la escritura y dirección de sus dramas, hurgando en la praxis y teoría de la actuación, cuyas premisas ha decantado a la fecha en cinco obras que él mismo reconoce como los textos donde se encuentran plasmadas sus ideas pedagógicas (Actuar o no, La guerra pedagógica, Creator principium, El burlador de Tirso y El mejor cazador.)

Escribe Actuar o no en 1982 y en ella reflexiona sobre su teoría de que “actuar es reaccionar a estímulos ficticios”. Un año después, con Hamlet, por ejemplo, los actores disertan sobre las diversas formas de abordar un personaje.

La disección ante el espectador de los procesos de reflexión sobre el teatro y sus entresijos es preocupación esencial del maestro. En la citada introducción de La puerta abierta, revela: “Los que creamos una puesta en escena nos esforzamos en cambio en hacer del teatro un espectáculo vivo, actual y eternamente cambiante, porque no queremos que las salas del teatro se nos queden vacías. Porque necesitamos la comunicación inmediata, efectiva, y hasta efectista en algunas ocasiones, con ese público que está ahí, presente, observándonos y participando de nuestras sugerencias [...] Drama significa acción. El teatro, como creación artística es una creación renovada minuto a minuto hasta la última de sus representaciones.”

En las pocas entrevistas que Héctor Mendoza ha concedido a la prensa, se advierte siempre a un hombre generoso, con una inteligencia desbordada y decididamente interesado, preocupado y ocupado por el teatro de su tiempo y los procesos de actuación. Empeñado, como maestro de actuación, director y dramaturgo, en que los actores y, por ende, el público entiendan de lo que está hablando.

“Estoy esperando que el público piense, salga inquieto. No quiero decirle: mira hay que hacer esto o lo otro porque esto es bueno o malo. No; simplemente que piensen y que ellos decidan. En eso me parezco quizá a Brecht. Salvo que Brecht quería que pensaran lo que él pensaba, y falló”, le dijo en el 2007 a Braulio Peralta, en una entrevista publicada en la revista PasodeGato.

Luego de más de cincuenta años en la escena nacional, Héctor Mendoza sorprende aún con su concepción escénica. Reinventa, transforma como el fuego los principios textuales y de interpretación.

Si bien en su tierra natal, Apaseo, Guanajuato, se le conoce poco, es su titánica labor forjada con base en la honestidad intelectual y la disciplina la que lo vuelve un referente teatral en cualesquier región del país. México le debe mucho a Héctor Mendoza, porque gracias a este theatermensch, como lo nombró Mario Espinosa, nuestro teatro dejó el acartonamiento y la falsedad escénica para subirse a los carriles de una modernidad perenne.