Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La dignidad se llama José Saramago
RODOLFO ALONSO
Tres poemas
MARKOS MESKOS
José Saramago, un lusitano indomable
GUILLERMO SAMPERIO
Saramago: el gran lagarto verde y las tentaciones de San Antonio
ANTONIO VALLE
José Saramago: un desasosegador incansable
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO
Responso triste por una amistad remota
JORGE MOCH
In memoriam
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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
Mentiras Transparentes
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NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
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Nomás por comparar
Mediomundo suele hablar de cuán odiosas pueden ser las comparaciones, lo cual de ninguna manera obsta para que, por su parte, Todomundo dedique buena parte de su tiempo y sus talentos –abundantes o escasos da lo mismo– precisamente a comparar, es decir, “descubrir las relaciones, diferencias o semejanzas de dos o más cosas”.
Por ejemplo, los aficionados al balompié en todo el planeta han tenido, desde el viernes 4 de este mes, la oportunidad de llevar a cabo cualquier suerte de comparaciones, a partir de los cotejos futboleros que se verifican en el campeonato mundial de la especialidad, entre equipos de once jugadores que representan a países y son llamados “selecciones”.
Decir lo anterior parece una obviedad monumental, pero este juntapalabras quiere darse el gusto de imaginar, así sea durante un solo párrafo, que alguien por ahí, felizmente, ignora incluso la existencia del muy pingüe y multinacional negocio llamado Copa del Mundo, que se basa en la práctica de un deporte y que, como tal, ofrece la posibilidad de ser muy lindo, pero que indudablemente padece una plaga de intereses extradeportivos que lo amonstruan y lo desnaturalizan. Véase si no la zafia e insoportable comparación mediática, oficial y comercial, entre el desempeño de la “selección mexicana” y –despropósito flagrantísimo– el de la vida social a varios niveles y en varios estratos, preponderantemente institucional, gubernamental y empresarialmente hablando, valiéndose para ello de un huero nacionalismo, falso como lo son las expectativas deportivas inicialmente alentadas en torno al “tri”.
Escena de El secreto de sus ojos |
No es consuelo que al respecto los argentinos, por ejemplo, cuyo equipo representativo de futbol se compara hoy con el de México, procedan exactamente igual; antes más bien esa proclividad internacional ha de tener pensando a más de un sociólogo –profesional o no–, y con este último oficio no se habla por supuesto de los cada vez más numerosos hombres de letras que cada cuatro años, ya sea por gusto, por paga o por ambas cosas, prestan pluma y lengua para embonitar algo que debería ser bonito sin tales vegijas, y al rato Uno acaba pasmado y sin saber ni qué pensar, verbigracia, frente al espectáculo inefable de ver puestos al servicio de lo mismo la gran agudeza, el verbo riquísimo y el largo alcance conceptual del Perro Bermúdez, comparado con el menos que pobre desempeño léxico, las diez mil limitaciones y la elementalidad del intelecto de Juan Villoro. Perdón, al revés.
No hay un solo gurú panbolero que le dé a los tricolores del Vasco la más mínima posibilidad de victoria frente a los albicelestes del Diez, de manera que, si los pronósticos son buenos, hacia las 15:30 de este domingo, todos los frustráneos que se pusieron la verde procederán a quitársela y guardarla, ni modo, para dentro de cuatro años. Eso hará posible que dirijan la mirada a pantallas más grandes y algo menos monotemáticas, como las del cine –siempre y cuando con el negocio televisivo caiga también el de transmitir partidos de futbol en salas cinematográficas–, y se enteren de que, además de Toy Story 3, que por excelencia es el blockbuster de verano, entre otras veinticuatro siguen ofreciéndose la argentina El secreto de sus ojos y la mexicana Naco es chido.
De ningún modo Ricardo Darín es tan conocido como Leo Messi o el Kun Agüero, pero en la actuación, que es lo suyo, resulta comparativamente igual de bueno, lo cual puede ser comprobado al ver su desempeño en el filme que ganó el más reciente premio Oscar que los estadunidenses le dan a la mejor cinta para ellos extranjera. Coproducida por el país que vio nacer a Di Stefano y por el que sufre cuando el Niño Torres no anota, y dirigida por el bonaerense Juan José Campanella, El secreto de sus ojos contiene una secuencia que deslumbró a Masdeuno y que, por cierto, tiene lugar en un estadio de futbol, pero ese no es por cierto el mayor de sus méritos. Thriller agridulce, cuya densidad recae más en la riqueza de los personajes que en la trama –sin que ésta desmerezca o desfallezca–, uno de sus flancos aderezado con una historia de amor que se posterga pero de todos modos se cumple; otro flanco enriquecido con referencias claras a la dictadura argentina –durante la cual, por cierto, las huestes del Flaco Menotti le dieron a Argentina su primera Copa del Mundo–, El secreto... hace patente la madurez de una cinematografía que sale bien librada de los desafíos impuestos por ella misma.
No así el divertimento de los ex botellos, del que se habló aquí el 20 de diciembre del año pasado y que, comparando nomás por comparar, de seguro guarda parecido con el marcador final del partido México-Argentina.
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