Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La dignidad se llama José Saramago
RODOLFO ALONSO
Tres poemas
MARKOS MESKOS
José Saramago, un lusitano indomable
GUILLERMO SAMPERIO
Saramago: el gran lagarto verde y las tentaciones de San Antonio
ANTONIO VALLE
José Saramago: un desasosegador incansable
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO
Responso triste por una amistad remota
JORGE MOCH
In memoriam
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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
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Javier Sicilia
Alberto Vadas Kuhn, In memoriam
Para Ann
La vida cultural está llena de grandes personajes. Por desgracia, el centralismo de nuestro país sólo reconoce a aquellos que desde el DF hacen su labor. Las provincias, sin embargo, también tienen los suyos. En Cuernavaca, uno de ellos fue Alberto Vadas, quien por muchos años dirigió la Casa Estudio de Siqueiros a quien él mismo bautizó con el nombre con el que se le conoce, La Tallera. Lo conocí en la década de los noventa del siglo pasado. Me llamó una mañana para invitarme a desayunar a su casa porque Jorge Carrillo Olea, entonces gobernador de Morelos, quería verme junto con un grupo de intelectuales. La invitación me desagradó. No sólo porque nunca he tenido gusto por los políticos, sino porque en las páginas de la revista Siempre! lo había atacado por su empecinamiento en querer vulnerar la vida pueblerina de Tepoztlán, construyendo ahí un club de golf. Pese a eso o, mejor, por ello –era la oportunidad de decírselo de viva voz– asistí. La presencia del Vadas, como después lo llamé –un gordo descomunal con facha de policía húngaro que me recibió en la puerta–, me desalentó: me imaginé intimidado por él y una runfla de guaruras mexicas a causa de mis críticas al gobernador. No fue así, detrás de ese intimidante gordo había un ser afable y con un gran sentido del humor, mediante el cual tendía puentes y construía el diálogo entre los actores más disímbolos, un gigante bueno, un “Shrek” morelense. Desde entonces nos hicimos amigos. No sólo me abrió las puertas de La Tallera donde, al lado de otros, impartí cursos, sino que me pidió que cada sábado le llevara a sus desayunos el pan que entonces el filósofo Georges Voet y yo fabricábamos en una pequeña panadería artesanal, y me develó su oficio: el tallado del vidrio, del que dejó magníficas piezas. A veces, después de entregar el pan, me invitaba a desayunar. Su gran amigo en esas reuniones, donde desfilaban políticos, artistas, intelectuales, difusores de la cultura y eclesiásticos de todo cuño, era Ricardo Garibay. A veces, antes de iniciar el desayuno, se dirigía a donde Garibay se encontraba sentado y, tomándolo del brazo, con humor irresistible le decía: “Maestro, ¿ya está listo para su dosis de humildad?” Con sus ojos saltones, Garibay, gruñendo, se dejaba conducir hasta el vidrio de un gran ventanal. Frente al reflejo de sus siluetas –dos gordos trabajados por la edad y los excesos–, Vadas le decía: “Mírese: vea lo horrible que nos hemos puesto. ¿Ya tuvo suficiente? Vámonos a desayunar.”
Alumnos de La Tallera |
El humor del Vadas era irreverente, chispeante e ingenioso; bromeaba y aguantaba las bromas sin perder de vista su difícil labor de constructor de puentes y de difusor de la cultura en un estado cuyos políticos la desprecian y la hacen imposible. Un día, durante la presentación de mi obra poética en La Tallera, una muchacha del público, obnubilada por un demonio, tomó la palabra y decidió casi canonizarme. El viernes siguiente, en el interior de la casa de Siqueiros, donde, paradójicamente, impartía un curso sobre mística, vi que mi grupo me miraba con una hilaridad contenida. Al volver el rostro descubrí el motivo: sobre uno de los pretiles, el Vadas había colocado un altar con veladoras, flores, exvotos y una imagen del Santo Niño de Atocha con mi rostro y una leyenda que decía: “El Santo Niño Sicilia, patrono de los poetas.” Vadas jugaba, hacía de la cultura una multitud de correspondencias y resonancias que la hacían apetitosa, ligera, profunda e irresistible.
Tres años atrás, la Dirección de Bellas Artes, de quien depende La Tallera, le quitó la dirección de la misma. Nunca he sabido el porqué. Lo único que sé es que desde entonces La Tallera perdió su encanto y su fuerza cultural, para convertirse en un simple punto de referencia que orienta al transeúnte en el dédalo de Cuernavaca.
El domingo 6 de junio, la escritora Alejandra Atala me llamó para decirme que había muerto. Me dolió. Con su muerte y la de otro gran difusor de ella en Morelos, Efraín Pacheco, nos hemos quedado más solos y abandonados a la barbarie de nuestros políticos y de su sombra: el crimen organizado.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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