Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de junio de 2010 Num: 799

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La dignidad se llama José Saramago
RODOLFO ALONSO

Tres poemas
MARKOS MESKOS

José Saramago, un lusitano indomable
GUILLERMO SAMPERIO

Saramago: el gran lagarto verde y las tentaciones de San Antonio
ANTONIO VALLE

José Saramago: un desasosegador incansable
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Responso triste por una amistad remota
JORGE MOCH

In memoriam

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Del formato y otras quimeras (I DE II)

I

El teatro, ese arte viejo y testarudo, parecer haber sido confinado, al menos por los creadores de estas latitudes cuasi bicentenarias, a una dependencia severa hacia la manera en que organiza sus componentes epidérmicos; esto es que, al menos para buena parte de quienes lo perpetran, la morfología y el formato ocupan un lugar preponderante en sus concepciones poéticas. De esto último, del formato y de sus posibilidades, se quiere ocupar esta entrega, partiendo del análisis de dos puestas en escena; por un lado, la casi universalmente aclamada Trabajando un día particular, de Laura Almela y Daniel Giménez Cacho, presentada en temporada en el Teatro El Milagro capitalino; y por el otro, el debut en sociedad de la recién conformada Compañía Estable del Complejo Cultural Universitario de la poblana buap, con una versión al Fausto, de Marlowe, el genio isabelino de triste, misterioso y tabernístico fin.

II

Lo que detonó la imaginación de Almela y Giménez Cacho fue una eventualidad: esperaban, se dice, el texto escrito ex profeso por un director que lo iría cincelando durante el trabajo directo en la sala de ensayos. Se dice pues que ninguno de los dos, es decir, ni el texto ni el director, hicieron acto de aparición. Y que el binomio decidió tomar al toro por los cuernos y apostó por desnudar los mecanismos de ese arte que, ya se ha dicho, los tiene ya medio vetustos y con cierta urgencia de lubricación. El dueto de actores, tras desechar la espera por un texto terminado, procedió a poner en acción el gerundio del verbo construir, y mediante ello persigue abrir la ficción y problematizar, aunque sea tímidamente, algunos de esos mecanismos añejos que se relacionan con la representación teatral en su sentido más básico y esencial. Trabajando un día particular más que esconder, evidencia su referente principal –el filme Un día muy especial, de Ettore Scola, protagonizado por Sofía Loren y Marcello Mastroianni– y genera a partir de él una puesta que ancla en una austeridad que algunos pensarían franciscana y que a otros nos remite, sin duda alguna, al ideario algo empolvado del viejo Grotowsky y su teatro pobre, ése que veía en el actor el oficiante único de una liturgia que no precisaba del oropel para alcanzar un sentido y significado profundos. La fórmula no es nueva ni novedosa, pero acaso el relumbrón de ambos actores pueda hacer olvidar, por citar sólo un ejemplo de varios, la puesta en escena de Ángeles probables, que la dramaturga Zaría Abreu hiciera de su propio texto hace unos años y que, al igual que ahora lo hacen Almela y Giménez Cacho, utilizaba trozos de gis para trazar, insinuar, sugerir y dislocar los distintos ambientes y elementos propuestos en sus respectivos relatos, aun cuando la obra de Abreu tuviera un carácter menos realista y más poético en todos sentidos. Como sea, la apuesta de los actores sirve, de igual forma, para subrayar ese cierto tono de calidez, ligereza y candor que marca la relación entre los dos personajes, desarrollada en plena eclosión de Il Duce Mussolini como dictador fascista. Locutor de radio defenestrado por su condición homosexual él, ama de casa tradicionalista y estoica ella, ambos se entregan, no sin titubeos, al derribamiento paulatino de sus prejuicios, y encuentran en el otro el reflejo mutuo de sus propios caracteres… En fin, que el filme es conocido.

El caso es que este recurso, que de hecho constriñe y delimita el dispositivo escénico y el espacio de la representación, parece limitarse a acrecentar los rasgos carismáticos de ambos personajes y, por extensión o asociación directa, también los de los dos actores. Pues el espacio mental de ambos, que no sólo en esto acusan la falta de un monitor externo que los observara y encausara, parece corresponderse en poco con los espacios que habitan en la realidad: Giménez Cacho llega a tener problemas de dicción y proyección, mientras que Almela, extrañamente, se anticipa a casi todos los estímulos y habita una histeria que cuando menos resulta llamativa. Se podría esgrimir, y no sin razón, que ello corresponde al ámbito de la dirección de actores, pero también valdría la pena traer a cuenta una sentencia de Bachelard: que el espacio de la poesía no puede ser otra cosa que la revelación de un espacio íntimo.

(Continuará)