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La dignidad se llama José Saramago
RODOLFO ALONSO
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MARKOS MESKOS
José Saramago, un lusitano indomable
GUILLERMO SAMPERIO
Saramago: el gran lagarto verde y las tentaciones de San Antonio
ANTONIO VALLE
José Saramago: un desasosegador incansable
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Responso triste por una amistad remota
JORGE MOCH
In memoriam
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Las Rayas de la Cebra
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Bemol Sostenido
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25 AÑOS DE BLANCO MÓVIL
JOSÉ ÁNGEL LEYVA |
La revista Blanco Móvil cumple un cuarto de siglo. Hace algunos días, mi amigo Juan Carlos de Sancho, de las Islas Canarias, me enviaba un viejo texto, si se piensa en términos de la dimensión de la vida de un hombre. Viejo porque corresponde a su juventud, porque el texto fue publicado hace veinticuatro años en un periodiquito local, El Borrador, cuando él aún rondaba los treinta de edad. Cuando, como dice José Emilio Pacheco, no éramos todo aquello contra lo que luchamos. Ello me hizo pensar en tres razones para festejar la permanencia de este Blanco Móvil.
El otro. Celebro que una revista literaria haya nacido con el pulso firme y la destreza de pegar, desde el inicio, en la diana de un blanco móvil, es decir, su propio nombre. Eduardo Mosches, su director, es uno de esos ejemplos fieles de la importancia y la riqueza que significa para un país abrir las puertas a la migración, al otro, al extraño, al de fuera. México es un país contradictorio por naturaleza, y en ello quizás radique su encanto. El ancestral temor y desconfianza hacia el extranjero conspira en el seno de su historia y de su forma. Un país de litorales inmensos y abiertos por sus dos costados, por sus dos océanos, un país de extenso territorio y una herencia cultural apabullante comparte una larga frontera de ignominias y ambiciones con la mayor potencia económica y militar del mundo. Un pueblo de indios y mestizos no sale del enredo de su identidad, no termina por asumirse en la pluralidad de sus etnias, de sus culturas, de sus presencias internas y externas, de sus migraciones: los que se van y los que arriban. La publicación literaria que fundó Eduardo Mosches, hace veinticinco años, es como este país que lo adoptó o fue adoptado por él, un Blanco Móvil. Un objetivo en constante movimiento y mutación que se funda en la lectura, en el cultivo de la memoria y los deseos. Es cierto que Eduardo Mosches nació en Buenos Aires, Argentina, pero no ha dejado de nacer ni de crecer en este otro lugar de América donde plantó el Blanco Móvil de sus porfías.
Perseverar y resistir. En su texto, “Poetas y panoptistas”, Juan Carlos de Sancho exponía, en 1986, un antiguo dilema: el poder y los poetas. El carácter de gratuidad de la poesía, de la literatura diría yo, no obstante los bestseller, los premios y los privilegios, es un hecho inobjetable. La tendencia a leer literatura está a la baja, y de todos sus géneros, la poesía está en el sótano, aún cuando haya cada vez más poetas y más escuelas para nuevos versificadores, más facilidades para publicar y para salir del anonimato. De la literatura viven muy pocos y son muchos, muchísimos, los que aparentan vivir para la literatura.
“Es curioso pero este oficio de vanidad obtiene a menudo un rechazo social amplio. La fiesta de los poetas es un desierto lleno de incertidumbres y al mismo tiempo un campo de batalla plagado de soledades”, escribe De Sancho en su artículo de juventud, para luego alertar que en ese desierto dominan los panoptistas, los que abominan de la incertidumbre, de la libertad de espíritu. Nos recuerda que Jeremías Betnham afirmaba que los panoptistas ejercían el poder del espíritu sobre el espíritu, el control sobre la audacia. El Panóptico era una edificación circular con un patio y una torre al centro desde donde los vigilantes, los panoptistas, observaban a los individuos que moraban en el anillo exterior en pequeñas celdas sin puertas hacia fuera ni hacia dentro, de tal modo que fuesen siempre evidentes sus acciones, para despojar de misterios y de sombras la existencia de los niños, los obreros, los aprendices, los maestros, los locos. Es decir, como el Gran Hermano de 1984, de George Orwell, impedir la voluntad propia, el criterio, la opinión, el disenso, la rebeldía, la creatividad y la búsqueda. Los poetas, los artistas, los creadores, pero en particular los poetas, conscientes o inconscientes de su papel, se salen del campo de observación de los panoptistas. Ya lo dijo José Emilio Pacheco: los poetas por definición son de una orden mendicante, tengan o no la gracia del Estado. Los poetas están fuera del mercado; mejor dicho, la poesía está libre del mercado. La poesía no se vende porque no se lee, aunque numerosos panoptistas argumenten lo contrario. Quienes dedicamos parte de nuestras vidas a promover la poesía y a los poetas lo podemos constatar. ¿Para qué entonces escribir poesía, publicar poesía, hacer revistas literarias en tiempos del consumismo? No hay respuestas fijas, cada quien tiene la suya. La de Eduardo Mosches es un Blanco Móvil, un artefacto personal y colectivo que vive a salto de mata, perseguido por la mirada letal de los medios masivos, por los convencionalismos, por la comodidad, por la pereza, por el aburrimiento, por la ignorancia, por el analfabetismo, por la institucionalización, por la obediencia, por la vejez. No sólo es resistir y permanecer una vida, veinticinco años, sino celebrar su memoria, su liberación, su presencia, su inconformidad.
¿Qué celebrar? No hay nada específico en los temas celebrativos de los textos que reúne el número 114 de Blanco Móvil. La razón está en la propia convocatoria de Eduardo Mosches, festejar, conmemorar, homenajear, gozar, brindar, estar alegre, ponerle humor, gusto, irreverencia a la escritura. El motivo de cada uno es lo que nace y lo que muere, lo que cambia, pero nunca lo que se acartona, lo que se momifica. Celebro pues, a estas alturas, como dice mi amigo Juan Carlos de Sancho, que a sabiendas de que no he dicho todo lo que pensaba, ni todo lo que podía, ni siquiera todo lo que deseo, podamos aún seguir intentándolo, reconocer en el otro, en el antipanoptista, una parte nuestra, mía, una parte inquieta, imprecisa, transgresora, móvil y sin embargo constante, fiel, actual, presente. Más que una revista cultural, Blanco Móvil es una ofrenda a la inteligencia en medio de la barbarie, una fiesta de letras en medio de la tragedia. Felicitaciones, mi querido Eduardo Mosches, que veinticinco años es mucho.
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El pensamiento filosófico latinoamericano,
del Caribe y “latino” (1300-2000). Historia, corrientes, temas, filósofos,
Enrique Dussel, Eduardo Mendieta, Carmen Bohórquez (editores),
Siglo xxi/Crefal,
México, 2009.
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Más de mil apretadas páginas componen este volumen exhaustivo de título elocuente, que va desde las filosofías náhuatl, maya, tojolabal, quechua, mapuche y guaraní, hasta la presencia del pensadores filosóficos contemporáneos de todos los países del subcontinente. Cada uno de los cuatro grandes apartados abre con una introducción de Enrique Dussel, uno de los editores del libro.
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Nuestra lengua y otros cuatro papeles,
Alfonso Reyes,
Summa Mexicana,
México, 2009.
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Con presentación y notas de Adolfo Castañón, se reedita una de las obras indispensables del inabarcable novelista, cuentista, poeta, ensayista y diplomático regiomontano. Los otros “cuatro papeles”, así de humildemente denominados, son nada menos que Visión de Anáhuac, México en una nuez, Memorias de cocina y bodega, así como el Discurso por Virgilio.
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