Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La dignidad se llama José Saramago
RODOLFO ALONSO
Tres poemas
MARKOS MESKOS
José Saramago, un lusitano indomable
GUILLERMO SAMPERIO
Saramago: el gran lagarto verde y las tentaciones de San Antonio
ANTONIO VALLE
José Saramago: un desasosegador incansable
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO
Responso triste por una amistad remota
JORGE MOCH
In memoriam
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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
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Felipe Garrido
Garzas
–Véala bien, ya no hay tantas como antes –y la garza, como para lucirse, hizo más amplio el giro sobre las aguas grises.
–Todo empezó cuando aquella princesa se enamoró del lago. Pasaba los días en la orilla; caminaba por los tulares, los pies en el agua, un loto abierto en las manos.
La garza posó su blancura en la punta de un árbol oscuro.
–Dicen que un día llegó una gran comitiva. Un rey de otras tierras, de un reino distante, pedía la mano de la princesa, y había razones de peso para que su solicitud fuera aceptada. La princesa sintió que algo por dentro se le rompía y fue a ver al lago, que le dijo: “Vístete de blanco, rema bajo la Luna hasta el centro y salta al agua. Yo voy a recibirte para que nadie te aparte de mí jamás.”
Cayó al lago la princesa, llegó hasta el fondo y volvió a salir blanca, emplumada, convertida en garza. Dicen que cuando se acaben las garzas el lago se va a quedar sin su novia, se va a morir de tristeza, se va a secar. |