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Juan Gelman: del poeta, de la tragedia y la esperanza
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Sueños y balas
LOS SUEÑOS
Escuchado en un café:
–Quiero ver la película ésa del doctor Párnasus –dijo ella, mujer joven ataviada con el terno azul de un uniforme escolar que de ningún modo parecía corresponderse con la edad aparente de quien lo portaba.
–Es dóctor Parnassus –corrigió él, hombre poco menos joven que ella, sentado enfrente y ostentador de un claro gusto por calificar todo aquello que no le agrada como “un horror”.
–¿Ya la viste? –quiso saber ella.
–No –informó él, reforzando la negativa con un gesto que se quiso enfático, en idéntico sentido al de la semántica, más bien empobrecedora, que puede contener el abuso en el uso de la descripción arriba entrecomillada.
–¿Por qué?–naturalmente repreguntó ella.
–Porque no veo nada donde salga Johnny Depp –se asuficientó él.
“El verdadero horror”, pensó Uno, que bebía café en la mesa contigua, “es privarse a sí mismo de cualquier cosa, por ejemplo de ver una película, nomás por culpa de un prejuicio, en este caso disfrazado de yonidipfobia o algo por el estilo.”
Lo que el horrorizable comensal quizá ignora, y que por culpa de su intransigencia muy probablemente seguirá ignorando, es que la más reciente película del ex Monty Python Terry Gilliam no tiene como protagonista al actor que hace de filibustero principal en Piratas en el Caribe ni, por cierto, éste ocupa en la pantalla parnassusiana más de unos quince minutos, en virtud, como bien sabe Todomundo, de que Depp y un par de actores más le entraron al quite cuando el colega suyo de apellido Ledger abandonó la vida y, con ella, los bártulos de actor, precisamente a medio rodaje de la extraordinaria The Imaginarium of Doctor Parnassus, cuándo no, fallida y pobremente traducida como El mundo imaginario del doctor Parnassus.
Pues no, comensal horrorizado, y no, inefables traductores: el protagonista no es Depp y en la película no se asiste al “mundo imaginario” de un doctor con nombre de monte griego. ¿Era demasiado para ustedes, tradittori, simplemente dejar las cosas bien, es decir como estaban? Sólo tenían que recordar la existencia de los aviariums o, por ejemplo en Ciudad de México, la de un hermoso sitio llamado Universum, para colegir/deducir/suponer que esa forma latina indica un sustantivo y no un adjetivo.
Quien ha soñado lo sabe: por muy cuesta arriba que a algunos pueda resultarles el traslado a los terrenos de la lógica, no hay nada menos imaginario y más real, cuando se sueña, que lo soñado, y el sueño, como bien sabe quien ha soñado, es un conjunto de imágenes no sólo visuales que sabe alimentarse de todo. Lo que Gilliam hizo, y de manera magistral, fue amalgamar símbolos/elementos como el espejo, el trance meditativo, la memoria, el bien, el mal y el inconsciente, estructurados bajo la forma lúdica de una suerte de circo ambulante –el Imaginarium del título, precisamente– que funciona a partir de la acción facilitadora de algo que sería una especie de médium pero de ningún modo relacionado con espiritismos ni pajolerías por el estilo, sino uno que le permite, a quien tiene la osadía –en este caso lúdica– de atravesar el espejo de su propio ser racional, acceder a la visión consciente de la mezcla mental que forman sus sueños, sus aspiraciones, sus fantasías, sus deseos, pero también sus fobias, temores e imposibilidades, con el propósito, éste ya no circense ni meramente entretenido, de que quien pase por el trance salga del mismo bajo los efectos del éxtasis necesariamente implícito en el parnaso, el nirvana o paraíso que significa conocer-se, estar-se, ser-se...
De todo lo cual, amén de otras maravillas incluidas en esta película sobresaliente que sigue manteniéndose en cartelera, no podrán enterarse aquellos que se horrorizan por la presencia en el reparto de un actor que pone, bien puesto, su grano de arena.
LAS BALAS
Este juntapalabras tuvo la suerte de verla antes de que le pusieran voces que, según dicen algunos, “la mexicaniza”, de modo que ignora qué tal se ve, pero sobre todo qué tal se oye “mexicanizada” la coproducción argentino-mexicana Boogie, el aceitoso (2009, Gustavo Coba). Admirador declarado de la mítica tira del extrañado Negro Fontanarrosa, el que escribe disfrutó el acierto de haber logrado que Boggie sólo se parezca a sí mismo: matón sin fisuras, inapelable, cruelérrimo, queribleodiable por igual, efecto al que contribuyen las citas directas de ciertos pasajes ya leídos, y en cierta medida una trama cinematográfica eficaz por simple y bien planteada.
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