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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
No hay Juan sino Juanes
LUIS GARCÍA MONTERO
Nombrar con nombre imposible
DANIEL FREIDEMBERG
Los fantasmas con un sollozo mudo
EDUARDO HURTADO
Juan Gelman o “Los hielos de la furia”
VÍCTOR RODRÍGUEZ NÚÑEZ
Don Juan Gelman
ENZIA VERDUCHI
Juan Gelman: palabra de hombre
JOSÉ ÁNGEL LEYVA
Juan Gelman, su poética
JUAN MANUEL ROCA
Un poeta metido en el baile
JORGE BOCCANERA
Tres poemas inéditos de Juan Gelman
Juan Gelman: del poeta, de la tragedia y la esperanza
JUAN RAMÓN DE LA FUENTE
La Vibración del poema
RICARDO VENEGAS entrevista con MARIO CALDERÓN
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Manos de Juan Gelman en su casa de México.
Foto: Daniel Mordzinski |
Juan Gelman,
su poética
Juan Manuel Roca
A veces, como Max Bense y su riesgosa revuelta anticartesiana que decía que poesía es cuando dos palabras se encuentran por primera vez, o como el viejo dadá que afirmaba que el pensamiento nace en la boca, a un poeta puede tentarlo el salto al vacío, lo irrefrenable, el impulso lingüístico, el rapto poético que lo lleve a concluir que si un pájaro se pone a pensar por qué demonios está volando, muy seguramente se cae. Pero, en verdad, pocas veces al transitar privativamente esos asertos automáticos, se produce un hecho poético de relevancia.
En contrario y sin que haya una absoluta negación de lo irracional, si buscáramos un poeta cuyos versos sean una forma del pensar, si rastreáramos a alguien que haya ejercido en muchos tramos de su obra ese distanciamiento que informa a la poesía de la poesía misma, quizá el nombre que más nos asalte sea el de Juan Gelman.
La lengua franca en la que Gelman escribe su poesía, esa suerte de piedra Rosetta en la que el poeta resulta un traductor de sí mismo, creo que vive de manera constante en sus poemas.
Que “la poesía es una manera de vivir”, un verso suyo perdido en Violín y otra cuestiones, resulta algo por lo que Gelman ha luchado a lo largo de su vida y a lo largo de su obra. Y no lo ha hecho desde un yo romántico, desde ese yo que sufre o festeja de manera exclusiva en su pellejo, sino que convierte el nosotros en “los otros”, para llamarse “pedro, juan, ana, maría, pájaro, plumón, el aire, mi camisa”.
El poeta durante su discurso en la Universidad de Alcalá de Henares en Madrid, al recibir el Premio Cervantes de manos del Rey Juan Carlos, en 2007 |
En su poema “Poderes”, de su libro Relaciones, y avasallando la cacareada frase de Hölderlin y su negra pregunta de para qué la poesía en tiempos de penuria, como si todos no lo fueran, parece recordar el sentido inverso de esa dubitación, un ¿para qué la poesía en tiempos que no sean de penuria? ¿Cómo simple esteticismo? ¿Cómo bibelot?
Así, de esta frontal manera, Juan Gelman nos recuerda que la poesía es como la araña que sube por la escoba que la barre: “como una hierba como un niño como un pajarito nace/ la poesía la torturan/ y nace la sentencian y nace la fusilan/ y nace la calor la cantora”.
Ya en otro verso de Velorio del solo, no en balde titulado “Arte Poética”, expresa lo anterior de manera quizá más categórica o menos elusiva si se quiere: “A este oficio me obligan los dolores ajenos.”
Son tantos los ejercicios realizados por Gelman en torno a una reflexión insumisa de los espejos de la poesía, esos cristales que no devuelven siempre lo que quisiéramos ver, sino lo que su implacable visión nos impone, que podría hacerse toda una antología de sus poemas que trazan un arte poética, en una amplia red temática que engloba el lirismo, la ironía o el dicterio, lo mismo que un mapa de países del acaso que no excluyen un país donde la belleza sea posible, “donde un hombre pueda beber un vino más delicado”, diría Malcolm Lowry.
Aunque sepa como pocos que “el poema del gorrión no vuela más” y sepa también como pocos que “se le fueron los astros al poema del cielo”, aunque sea un perito en firmamentos abolidos y tenga que padecer la historia de los que “escriben con un lápiz sin punta”, Juan Gelman una y otra vez nos recuerda que es bueno “quitarnos las telarañas de la costumbre” (Cortázar dixit.) “El perro”:“El poema no pide de comer. Come/ los pobres platos que/ gente sin vergüenza o pudor/ le sirve en medio de la noche./ La palabra divina ya no existe. ¿Qué puede/ hacer el poema, sino/ contentarse con lo que le dan?/ Después aullará por ahí/ sin respuesta, será/ otro perro perdido/ en la ciudad impiadosa.”
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