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Tres poemas inéditos de Juan Gelman
Juan Gelman: del poeta, de la tragedia y la esperanza
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La Vibración del poema
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Hugo Gutiérrez Vega
LAURA Y DANIEL EN UN DÍA ESPECIAL
Tengo en mis manos e|l programa de uno de los espectáculos del Festival de México. Estoy sentado en la primera fila del pequeño y ya legendario, por muchas razones, teatro El Milagro. Me acompaña mi hija Lucinda, compañera de aventuras teatrales, operísticas y musicales. Me interesa la información que encabeza el programa: “Sin texto”. En el vestíbulo del teatro completo los datos de una puesta en escena que todavía me tiene maravillado. Leo que la obra es un trabajo de experimentación basado en la película de Ettore Scola, Una giornata particolare. Me entero, además, de que no hay director, pues se trata de un trabajo realizado por Laura Almela y Daniel Giménez Cacho, excepcionales teatreros llenos de imaginación y de inteligencia.
Trabajo sobre un día especial nos hace recordar a Yevreinov y su Teatro concreto, y a la idea de Vajtangov sobre el actor que llena el escenario con su sola presencia. Laura y Daniel no pretenden descubrir la pólvora, pero, sin petulancia alguna, clavan una pica en nuestro Flandes teatral. Su trabajo requiere que se establezca una relación estrecha con el público que, de una misteriosa manera, se convierte en cómplice de los actores que construyen sus personajes, arman una original escenografía y establecen una serie de convenciones que el público acepta y goza. Los actores se visten en el escenario, Daniel maneja el sonido con uno de esos aparatejos de la moderna tecnología y Laura hace ruidos de timbre y persigue por toda la casa y todo el edificio (construido en el cuarto año de la era fascista) a un pájaro escapado de su jaula. Los dos nos dicen que están listos para empezar y nos informan que la obra finalizó. (Este bazarista pidió permiso para lanzar un clamoroso ¡Bravo! a los ilustres, y uso la palabra con toda su fuerza académica, intérpretes.)
Durante la puesta en escena (como en el filme de Scola interpretado por Sofía Loren y el gran Marcello Mastroianni) se escucha la narración del desfile con que el grotesco Duce recibió al asesino Hitler. Con esas faramallas guerreras sellaron un pacto que hundió a Europa y al mundo en una trágica guerra. En un momento se anuncia la llegada de “Sua Maestá il Re Imperatore.” Esto me hizo recordar que en mi natal Guadalajara y cuando yo tenía seis o siete años, pasaban en algunos cines los noticiarios italianos de la Luce y los alemanes de la Ufa. Todos esperábamos la aparición del “Re Imperatore” y nos lo imaginábamos gigantescamente solemne y mayestático. Nada de eso. Sonaban las trompetas y aparecía un hombrecito diminuto tocado con una enorme cachucha militar. Daba risa ver sus piernitas trepadas en el sillón imperial.
De repente, Daniel nos hace escuchar la voz del Duce llena de egolatría y cargada de amenazas. Ese día, la familia de ella fue al desfile encabezada por el marido macho y fanfarrón de camisa negra. Ella se quedó en casa y, gracias al pájaro herido, pudo conocerlo a él. Enmarcada en una coyuntura política, la relación imposible en un hermoso momento se hace posible y convierte en una tontería todos los estereotipos sexuales. Él y ella dan todos los matices necesarios a sus personajes. Burla, ternura, compasión, simpatía, deseo... por estos territorios del sentimiento circula la obra y se desarrolla una empresa actoral que, en mi ya larga vida, pocas veces he visto y admirado sin restricciones.
Yevreinov, Vajtangov, Pirandello, Grau y Unamuno, son muchas las presencias que se agitan detrás de este experimento fundamental para el teatro mexicano de nuestros días, pero, por encima de esas sanas influencias, brilla el talento creador de Laura y de Daniel, actores en el sentido total de la palabra.
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