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Juan Gelman: del poeta, de la tragedia y la esperanza
Gelman en una marcha de apoyo al juez español Baltasar Garzón,
Madrid, 24 de abril de 2010.
Foto: Susana Vera/ Reuters |
Juan Ramón de la Fuente
En un poema titulado “Arte poética”, publicado en 1961, Juan Gelman definió su vocación y su destino: “A este oficio me obligan los dolores ajenos,/ las lágrimas, los pañuelos saludadores,/ las promesas en medio del otoño o del fuego,/ los besos del encuentro, los besos del adiós,/ todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.”
Poeta de múltiples registros y amplios recursos literarios, heredero de los altos vuelos del lenguaje de Pablo Neruda y César Vallejo, la poesía de Juan Gelman está marcada por tres tragedias apenas soportables para cualquiera: la derrota política, la muerte de sus seres más queridos y el exilio.
Intelectual comprometido y militante del Partido Comunista Argentino, orillado a la clandestinidad y la guerrilla por la violencia y la represión, Gelman conoció y sufrió en carne propia, no sólo la persecución política sino también la pérdida de su hijo Marcelo y de su nuera Claudia, secuestrados por la dictadura argentina el 24 de agosto de 1976. Embarazada entonces, Claudia dio a luz a una niña en el Hospital Militar de Uruguay en el marco del infame Plan Cóndor.
Marcelo fue asesinado poco después de un tiro en la nuca y Claudia sigue desaparecida. Luego de interminables pesquisas, cartas a políticos indolentes, manifiestos y cartas de apoyo de amigos y simpatizantes, de interminables laberintos burocráticos, Juan Gelman pudo encontrar y conocer a su nieta. Un verdadero destello de luz en la oscuridad. Escribió el 12 de abril de 1995 en una carta abierta a su nieta o nieto (que aún no conocía): “Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él.” Y, sin embargo, en abril de 2000 se dio a conocer que Juan Gelman y su mujer Mara La Madrid habían identificado a la nieta desconocida: María Macarena Gelman, que contaba entonces con veintitrés años, y continúan aún juntos la pesquisa para aclarar el paradero de Claudia.
No obstante, en todos esos años de persecución, penuria y traslados, en la vida de Gelman siempre ha estado presente la poesía, como memoria y consuelo, como expresión y compromiso vital; desde sus primeros libros, como El juego en que andamos (1956) pasando por Cólera buey (1964) y Los poemas de Sidney West (1969), a los años de la dictadura y el exilio con Carta a mi madre (1989) hasta llegar al siglo XXI con Incompletamente (1997) y Mundar (2007), por mencionar sólo unos cuantos títulos de su vasta obra.
En sus inicios, la poesía de Juan Gelman transita por las veredas comunes de la juventud: el amor y la soledad, el desamor y la esperanza. Pero en poco tiempo la emoción política irrumpe en su poesía, que nace de la más directa experiencia personal, de su militancia partidista y guerrillera, siendo tres los motivos que abren en cruz su corazón: el amargo exilio, la muerte de sus compañeros y la derrota de la utopía. “En realidad lo que me duele es la derrota –expresa descarnadamente en 1980. Los exiliados son inquilinos de la soledad. Pueden corregir su memoria, traicionar, descreer, conciliar, morir, triunfar.”
Y de alguna manera, por su misma vocación o destino, el poeta es siempre un exiliado de los demás hombres. Tiene que exiliarse de los demás y de sí mismo para abismarse en el misterio de la existencia. Dice Thomas Carlyle que las palabras poeta y profeta tienen significado muy parecido; de hecho, “vate” significa ambas cosas. Los dos penetran en el “secreto evidente”, eso que está a la vista de todos, pero que casi nadie ve. El poeta-profeta ha penetrado en él, pues se trata de un hombre enviado para transmitírnoslo con la mayor eficacia, a través de la belleza del arte poético. El poeta no puede evitar ver más allá de lo evidente y tampoco puede dejar de ser sincero.
Así, en su doble condición de poeta exiliado, por su vocación y por sus convicciones, Gelman emprende el testimonio descarnado de su doble tragedia, como lo hizo en Bajo la lluvia ajena. Dice: “No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza. La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida.” Y lo oímos: “Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, las calores. Tenemos que aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire.” Y: “Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de kilómetros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y un océano. El sol me mira cuando ellas respiran en la noche, duelen de noche bajo el sol.”
Juan y Macarena Gelman, su nieta recuperada |
Como Eduardo Milán la define, la poesía de Juan Gelman es un concentrado de memoria, experimentación y conciencia. De memoria y conciencia, porque en ella se expresa, “como un destino, la suerte de un pasado de la historia latinoamericana reciente que ha dejado una huella indeleble en el hombre actual de nuestros países: la historia de la lucha por la transformación de nuestras sociedades y la represión de esa lucha”. En la poesía de Gelman, la memoria busca hacer aparecer lo desaparecido mediante la operación febril de la insistencia, para que nunca olvidemos, para que la humanidad toda nunca olvide: “Escribo lo que no puedo escribir en mí./ ¿Dónde está el crepúsculo dicho?/ Sería lindo juntar los restos que dejó en cada gente/ Para abrigarla otra vez,/ En realidad estoy hablando del futuro./ Dónde está si no./ Digo, en ninguna parte.”
La vida y la obra de Juan Gelman nos recuerdan que a pesar del dolor, de la tragedia y de la derrota, habrá esperanza, como hoy, como siempre, y que a pesar de todo, no hay que perder de vista lo que nos acerca y hermana a los hombres: las bellezas de la palabra.
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