Juan Gelman:
palabra de hombre
José Ángel Leyva
Entre todas las personas que conozco y quiero que están dedicadas a la literatura, Juan Gelman figura como la más emblemática por su coherencia y su valor. Ambas cualidades existen al margen de su talento poético. Voluntad de ser, de porfiar en la lucha cuerpo a cuerpo contra la desesperanza sin perder de vista la pertenencia a un mundo donde las palabras son más que signos y símbolos de comunicación y memoria, donde las palabras representan la vida, donde el hombre es porque se reconoce en las palabras: ejemplos de conducta de Juan, el poeta, el amigo.
En Gelman no hay estética sin ética: la poesía sólo pertenece a la poesía. La diversidad temática o exploratoria de su discurso responde siempre a ese horizonte, al enigma de la palabra que nombra e interroga, llama y se renueva. La complejidad de su obra radica justo en esa alternancia de voces y recurrencias que derivan de manera inevitable en bifurcaciones, ramas de un mismo sendero que van y vienen en el tiempo, en el espacio. Una trayectoria de escritura que toca y penetra distintos momentos y motivos: la causa política, el diálogo materno, la presencia ausente de lo amado, la vigencia del mito y la utopía, la búsqueda del hijo, las preguntas al misterio corriente de los días, el éxtasis del santo, las existencias posibles de una tribu consanguínea, los Juanes de Juan, los amores del cuerpo, los ardores del alma, los niños inventores del tiempo, el desconcierto ante los pájaros que nos hablan de otra orilla. Arquetipos de quien no olvida ni cede al borrón y cuenta nueva. La poesía es memoria, arqueología de existencias y de sueños. La voz gelmánica es compleja, no hace concesiones a la lectura apresurada, exige interlocución y agudeza. Sus otros yo, sus yo de otros combinan lenguas y culturas para mostrarnos una misma cosa, la soledad del hombre, su andadura particular, su voz.
Hay poetas que leo y admiro, pero nunca me dolió no conocerlos; al contrario, lo celebro. Ser parte de los afectos de Juan me confirma que no se puede andar por la vida sin compartir con él la mesa y la alegría, sin entrañar sus otredades. |