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Acapulco, el FICA y otras cuestiones (I DE II)
Las cuatro ediciones anteriores del Festival Internacional de Cine Acapulco,
el FICA, se llevaron a cabo en el respectivo segundo trimestre de
cada año. Este 2009, la presencia real e imaginaria del virus de la influenza
AH1N1 impidió la realización del evento en las fechas acostumbradas
y lo ubicó en noviembre, mes en el cual, según informan sus organizadores,
ha de quedarse el festival de ahora en adelante.
Ojalá que la reubicación cronológica implique todo aquello que el
festival se ha planteado. Por lo pronto, es innegable que la involuntaria
pospuesta le sentó definitivamente mal, en dos aspectos tan insoslayables
como indispensables, y que tienen que ver con presencias –o,
de seguro mejor dicho, con ausencias: en primer lugar está la ausencia,
el vacío que las instancias gubernamentales tanto de nivel municipal
–en Acapulco– como estatal, acabaron haciéndole al FICA.
Desde sus inicios, éste ha sido un evento impulsado y sostenido,
más que por cualquier otra cosa, por la saludable terquedad de Víctor
Sotomayor, cabeza y origen, pero desde luego no bastan el tesón
ni los recursos materiales de una sola persona para mantener con
vida algo tan complejo y tan costoso como un festival cinematográfico.
Este juntapalabras ignora en qué medida los gobiernos local y
municipal aludidos habían apoyado anteriormente al FICA; el punto
es que lo habían apoyado, y que esta vez sencillamente actuaron
como si ningún evento estuviese llevándose a cabo en su suelo.
Las carencias del pueblo guerrerense son de las que uno jamás
acaba de enumerar; por ende, aquella sociedad vive sometida, entre
muchas otras anorexias, a una de carácter cultural que no hará sino
agudizarse, en virtud de “decisiones” como dejar el Centro de Convenciones
Acapulco en manos privadas –y que la Orquesta Filarmónica
de Acapulco, por ejemplo, que ahí tenía oficinas y sitio para
ensayar, y ahí daba sus conciertos, se vaya con sus atriles a otra parte–,
o como dejar
al FICA colgado de
la brocha.
La otra ausencia
contra la cual el
FICA sigue luchando
es la del público en
las salas. Uno de
los haberes conceptuales
del festival
consiste en ser,
aunque no directo,
heredero de otros
tiempos, no muy
lejanos, que cinematográficamente
tuvieron en Acapulco
una sede propicia, de la que
muchos guardamos una memoria grata.
No es que hayan sido hordas las que, en
aquellos ayeres del Tour de cine francés
y de la mítica Muestra, se apersonaban
frente a las pantallas, pero de ninguna
manera había que lamentarse, como
sucede hoy, por proyecciones frente a
las cuales languidecen una o dos decenas
de personas, y en ocasiones hasta
menos. Cabría pensar, pues, en el acapulqueño
como en un público al menos
medianamente afín, o como mínimo
familiarizado con la presencia de un puñado
de filmes que en otras circunstancias
–las habituales de cartelera mediocre
y colonizada hasta el tuétano– sería
imposible ver, pero el caso es que las
salas donde el FICA se exhibió fueron, la
mayoría de las veces, auténticos páramos
de ausencia.
Hay aquí, como bien puede verse,
una serpiente que se muerde la cola: un
público que no acude, masivamente
hablando, a un evento cultural que las
autoridades de su demarcación no auspician
o auspician de mala gana o con
flojera, autoridades
que pueden ver en una
baja convocatoria el
pretexto ideal para no
apoyar, de buena gana
y sin flojera, un evento
cultural que mucho
bien le haría a un público
que, como se dijo
antes, padece de una
anorexia cultural tan
crónica como la que,
por lo demás, puede
percibirse en otras
treinta y un entidades
del país.
De perfil(es)
Nada de lo anterior debe hacer que se
soslaye lo que quizá sea, entre todos los
aspectos a mejorar, la necesidad más
grande del FICA: darse a sí mismo un perfil
bien definido, en estrictos términos
de propuesta cinematográfica. Si Guanajuato
es cortometraje internacional,
Guadalajara es largometraje mexicano
e iberoamericano, Morelia es documental/
cortometraje nacional y michoacano/
largo mexicano/presencia de Cannes,
¿qué es Acapulco?
Al respecto, tiene visos de buen comienzo
el hecho de que en esta ocasión
se haya instaurado un premio al cortometraje
universitario. Algo que organizadores
y programadores del FICA pueden
preguntarse ahora es si basta con
eso, o de qué manera el festival puede
adquirir unos rasgos particulares de los
que hasta ahora no ha gozado. Eso permitirá,
entre otras ventajas, la no menor
de que el público asistente, poco o mucho,
tenga una expectativa en particular
y no, como parece estar sucediendo,
ninguna en general.
(Continuará)
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