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Germaine Gómez Haro
Popourrí de conceptualismos en el MAM:
Hecho en casa (II Y ÚLTIMA)
En la entrega anterior (domingo 22 de noviembre) se planteó
la compleja relación que existe en la actualidad entre el
arte contemporáneo y el público en general. Tomamos como
ejemplo la exposición Hecho en casa que se presenta en
el Museo de Arte Moderno, la cual reúne alrededor de unos
cuarenta artistas de diversas generaciones representados por
una amplia selección de prácticas objetuales, instalaciones,
registros y documentación de acciones y objetos, ensamblajes,
etcétera. Si bien resulta notable el soporte didáctico
que complementa esta muestra con el objetivo de crear
puentes que acerquen a los visitantes del museo a este género
de arte, que normalmente resulta inaccesible, a mi
parecer es poco probable que esta finalidad se cumpla. ¿No
es ingenuo pensar que alguien que no ha tenido una formación
al menos elemental en historia del arte moderno consiga captar lo que es un ready made, o relacionar las
obras expuestas con términos tan complejos como “apropiación”,
“cosificación” o “fetiche”, con sólo leer las fichas
explicativas? Desde mi punto de vista, el problema de la
incomunicación entre el público y el arte contemporáneo
es demasiado complejo para ser resuelto mediante elucubraciones
teóricas que, inclusive, a veces más que sacarnos
de la ignorancia nos llevan a la confusión. En un país como
el nuestro, en el que los programas educativos oficiales han
anulado casi por completo las humanidades, y el acercamiento
de los niños al arte se reduce a una que otra visita
obligada a museos donde la tarea es copiar las fichas técnicas,
¿qué oportunidad puede tener el gran público de
disfrutar un arte que demanda un esfuerzo colosal para su
comprensión, incluso a los supuestos “entendidos”? Y un
arte que, en muchos casos, lejos de despertar la emoción
estética provoca el desconcierto y, no en pocas ocasiones,
la irritación y el rechazo. Esta exposición es una buena
oportunidad para evaluar nuestra capacidad de asombro,
de goce, de disgusto o de intolerancia ante la creación contemporánea
que engloba todo tipo de expresiones.
Las obras más antiguas de esta muestra datan de los
años setenta y me pareció un gran acierto incluir el ensamblaje
Homenaje a Picasso, de Alberto Gironella, uno de los
artistas mexicanos más relevantes de la segunda mitad del
siglo XX, quien erróneamente se asocia con el surrealismo,
cuando en realidad su trabajo cargado de referencias, paráfrasis
e ideas en torno a la literatura y la historia tiene que
ver mucho más con los preceptos del conceptualismo. En
este sentido, también resultan acertadas las cajas de Xavier
Esqueda y Adolfo Patiño, con sus ingeniosos ejercicios de
apropiación y reciclaje de objetos cotidianos. Sin embargo,
la inclusión de El gran cañón, de Francisco Toledo –una maravillosa
escultura de deliberada intención fálica– me parece
un despropósito o una asociación totalmente forzada,
ya que no encuentro su vínculo con el resto del guión curatorial.
La variedad de propuestas es amplia, mientras que la
calidad es bastante desigual. Hay piezas de belleza poética,
como las cajas de Yani Pecanins, la instalación de María José
de la Macorra realizada con finas hileras de botones que
penden del techo dando la sensación de una delicada lluvia,
o el estilizado vestido confeccionado con semillas de
pepita por Xavery Wolski. En este mismo tenor están las
esculturas en Talavera de Irma Palacios y la talla-collage de
Laura Anderson. Piezas de gran poder expresivo son los
vasos “tatuados” por el Dr. Lakra, los objetos escultóricos
construidos con piel de cerdo y acero, de Thomas Glassford,
y la irónica instalación titulada Maíz transgénico, de Eduardo
Abaroa y Rubén Torres. En lo personal, los documentos
de acciones no despiertan ningún interés, salvo el de Silvia
Gruner, gran pionera mexicana de este género, cuyas obras
son normalmente asombrosas, mientras que la pieza 7 Fósiles,
de Jaime Ruiz Otis, podría calificarse como un buen
ejercicio de ocio: siete objetos recolectados por el artista
hacen referencia a la huella de sus recorridos por las calles
de la ciudad… Y ante esta obra –y otras tantas más– seguramente
más de un visitante se habrá formulado la gran
pregunta: ¿Y esto es arte? La respuesta no está ni en las
cédulas explicativas ni en los tratados de historia del arte.
Los argumentos que justifican y legitiman el arte contemporáneo
se hacen cada vez más barrocos y alambicados,
hasta envolverse en sí mismos y rayar en lo absurdo. Qué
es y qué no es arte no es el punto a discutir aquí, pero sí
cabe dejar abierta la reflexión de que en esta búsqueda
obsesiva del artista contemporáneo por la novedad y la
“originalidad”, es fácil –y altamente peligroso– terminar
llamando “arte” a cualquier cosa.
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