Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de diciembre de 2009 Num: 770

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Al pie de la letra
ERNESTO DE LA PEÑA

Anochecer
ATHOS DIMOULÁS

Vivir más allá de los libros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES entrevista con ALÍ CHUMACERO

La ciudad letrada y la esquizofrenia intelectual
ANDREAS KURZ

Augusto Roa Bastos y el cuento
ORLANDO ORTIZ

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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LAS NACIONES DEL MÉXICO ANTIGUO

RAÚL OLVERA MIJARES


El pasado indígena,
López Austin y Leonardo López Luján,
FCE,
México 2008.

Arqueología e historia son disciplinas que se dan la mano en una obra a la vez didáctica y exigente salida de la pluma de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, El pasado indígena, cuya primera edición viera la luz en 1996, ahora va en su cuarta reimpresión. Las grandes divisiones para abordar el cada vez más vasto estudio de la historia en la era precolombina y las grandes regiones en que puede dividirse el México actual, y el México del pasado, constituyen los ejes temáticos alrededor de los cuales gira el esquema del libro. Buena parte de la América septentrional, donde ahora estarían enclavados los estados de California, Arizona, Nuevo México, Texas –pero también partes de Colorado, Nevada e incluso Utah– fueron escenario de mundos culturales que los antropólogos han bautizado como Aridoamérica y Oasisamérica respectivamente, distinguiendo a grupos de pueblos de cazadores y recolectores por un lado y, por el otro, de agricultores y alfareros, asentados en sitios aledaños a fuentes de agua. La mayor parte del México de hoy, así como de Guatemala, Belice, Honduras, Nicaragua y partes de Costa Rica, conformaba lo que se ha dado en llamar Mesoamérica, cuna de las grandes civilizaciones en esta porción del continente.

En términos de cronología existe una serie de períodos históricos caracterizados por el paso del nomadismo al sedentarismo, la aparición de la vida cívica, la edificación de grandes estructuras arquitectónicas y el surgimiento de Estados supranacionales, altamente bélicos que concluye con el ocaso de su hegemonía a causa de la llegada de los europeos. A grandes rasgos, es posible hablar de un Preclásico temprano, que abarcaría de 2500 a 1200 AC; un Preclásico medio y tardío, que irían del 1200 AC a 200 DC; un Clásico entre 200 y 900 DC y, finalmente, un Posclásico, entre 900 y 1500 DC. Al abordar las variadas culturas y civilizaciones que se dieron en México, se divide su estudio por regiones: el norte, el Occidente, el Golfo, Oaxaca, el sureste y naturalmente el Centro.

Obra que repasa una serie de nociones ampliamente difundidas, sobre todo las relativas al centro de México y la supremacía del dominio tolteca, que vendrán pronto a reclamar los aztecas en los algo más de dos siglos de su historia, El pasado indígena completa una visión necesariamente fragmentaria –dada la naturaleza provisoria de muchas ideas en arqueología que cambian con cada nueva excavación y cada nuevo concepto de los investigadores– que se tiene de un pasado cada vez más complejo y lleno de matices. Particularmente iluminadoras resultan las consideraciones sobre el norte, el Occidente y la cultura maya en Guatemala y Honduras. De seguro, por más avisado que sea el lector, no dejará de sorprenderse con esta y otras novedades acerca de las extrañas culturas que se manifestaron al norte, en particular en Oasisamérica. Más amplia de lo que se pensaba resulta la historia de las distintas naciones que habitaron el México antiguo.


LAS BUENAS NUEVAS

MARIO TORRES RUIZ

Pierre Menard, autor del Quijote; Cide Hamete Benengeli, Alonso Fernández de Avellaneda, Miguel de Cervantes Saavedra. ¿Cuántos autores más merodean la creación y recreación de las andanzas del ingenioso hidalgo?

Para Borges en su fascinante universo de ficción, Menard no quería escribir otro Quijote, sino el Quijote, por tanto, era su autor. Para Cervantes, en uno de tantos guiños y tomaduras de pelo a sus lectores, Benengeli, ese sabio historiador musulmán, era el verdadero creador de tan afamadas aventuras; no así Alonso Fernández de Avellaneda, seudónimo de no sabemos qué escritor, padre del Quijote apócrifo, a quien Cervantes se encarga de denostar en su segunda parte de la novela caballeresca. Habría que añadir a los traductores que durante centurias han vertido el Quijote a diversas lenguas; también son, de algún modo, autores de tan célebre pieza literaria.

Las traducciones son la traducción, la autoría. Sus lectores comparten el asombro por una obra y el trabajo de transcribir lo inasible, porque cada idioma es una concepción particular del universo. Podemos incluso decir que no hay traducciones fidedignas, que hay aproximaciones, acercamientos. ¿Cuánto del Ulises de Joyce se queda en el camino de una traducción, por ejemplo?

Con todo, cuando el conocimiento de la lengua o de una simple palabra está en el oficio, la disciplina y esfuerzo del traductor, nos encontramos con las buenas nuevas. Como un evangelizador, el buen traductor literario nos trae lo que de su asombro inicial vino, acompañado de ritmo, de un buen fraseo, como si hubiera sido escrito en ese idioma.

Sergio Pitol, el escritor de novelas, ensayos y relatos, el promotor literario incansable, ha sido también durante décadas el traductor, el portador de las buenas nuevas. La Dirección Editorial de la Universidad Veracruzana ha sacado a la luz una colección denominada Sergio Pitol Traductor, que abarca la prolífica y excepcional obra de este escritor mexicano en dicha faceta.

Con una veintena de títulos en su haber, desfilan en esta recopilación autores como Joseph Conrad, Henry James, Malcom Lowry, Boris Pilniak, Kazimierz Brandys, Anton Chéjov, Witold Gombrowicz, Jerzy Andrzejewski, entre otros.

El de Pitol es un universo de vasos comunicantes, de muchas literaturas que se rozan y conectan de manera oblicua; temática y temporalmente. El hallazgo y la revelación de un escritor ruso, por ejemplo, pionero en varios aspectos de la moderna narrativa en relación con el lenguaje cinematográfico en “Un cuento sobre cómo se escriben los cuentos” es una muestra de ello. Boris Pilniak y su obra se conectan así con nuestro presente político y social de siglo XXI al hacer una radiografía del Estado ruso en el cuento “Pedro, Su Majestad, Emperador”, mismo que da nombre al volumen que integra también esta colección.

El narrador dice: “no puedo apartar el pensamiento de mi patria. Su historia es oscura, puesto que los cholopy [campesinos, siervos] (N. del T.) y la plebe toda están abandonados a condiciones primitivas, mientras que el sliachetsvo [palabra polaca que significa nobleza] (N. del T.), a pesar de que estudia en la Academie des Sciences, y, por otra parte, tiene reglamentos y ha recibido el conocimiento de toda disciplina, no es otra cosa más que un conjunto de melindrosos y galanteadores, petulantes y extorsionistas, violentos y ladrones, estafadores, dilapidadores del tesoro público, por lo que su conciencia se ha corrompido y ha olvidado los buenos preceptos […] Nuestro Estado Ruso perdura en el hambre, la pestilencia, los conflictos y los tumultos”.

Sólo cabe agregar que la vigencia de esas ideas en relación con nuestro país asombra y da escalofríos… Todo está en todas partes.

Sergio Pitol es el peregrino, el descubridor siempre; heraldo y portador de buenas nuevas.


EN EL MÉXICO DE LOS CINCUENTA

LEO MENDOZA


Yo te conozco,
Héctor Manjarrez,
Editorial Era,
México, 2009.

El signo más notorio de la modernidad, señalan Marx y Engels en el Manifiesto, es que todo lo sólido se desvanece en el aire. Hay diversos estudios sobre cómo esta afirmación es una realidad, por lo menos en el paisaje urbano, constantemente violentado y transformado. Es precisamente este arribo a la modernidad lo que les toca vivir a los protagonistas de la última novela de Héctor Manjarrez, Yo te conozco, retrato de una educación sentimental y paseo por otro México, el del milagro económico de los años cincuenta, cuando la salida del atraso parecía estar a la vuelta de la esquina. Al retratar la vida de una madre divorciada y sus dos hijos en los años cincuenta, Manjarrez muestra también a una sociedad que, atrapada por el cambio, se aferra a la tradición sin saber que, aun sin quererlo, el vértigo de la modernidad la ha atrapado.

Yo te conozco es un ejercicio de rememoración, la recreación de un reino perdido a través de la mirada y la imaginación de los dos hermanos Romanito, así como de las ausencias que marcan sus vidas, definen sus deseos, sus lecturas y aun los pasos de los extraterrestres que, en ese entonces, apenas y se dejaban ver por las islas caribeñas, aunque un buen día desembarcan en la cocina del departamento familiar.

Julio César y Marco Antonio son los dos niños evocados por Manjarrez con reveladora prosa: los Romanitos son, desde el principio, caracteres enfrentados, cada uno de ellos mirando el mundo desde su identidad y desde el peso de la ausencia, así sea el padre afincado como diplomático en Praga o la curvilínea sirvienta que desata el deseo.

Novela en muchas formas iniciática, Yo te conozco tiene como una de sus principales virtudes mantener siempre presente la mirada de los pequeños, que son testigos de los amoríos de su tía Rosa con un excombatiente estadunidense negro, a la vez que buscan entender el abandono del padre o enfrentan el rechazo de una sociedad pacata que tolera el institucional “segundo frente”, pero que se escandaliza ante la disolución legal del matrimonio y ve a los hijos de los divorciados como apestados. Mientras que Julio, el mayor de los Romanito, reconoce que la situación acelera el fin de su infancia y trata de explicarse aquel abandono devorando el único recuerdo físico de su padre (una pierna de jamón) y busca a su primo, víctima de la disciplina castrense, para buscar explicaciones, Marco se aferra a su infancia, a su pasión por María y su rechazo a Eufemia, la nueva sirvienta y, convaleciente de hepatitis, se convierte en un soñador. En ambos casos, su crecimiento también está determinado por su descubrimiento de la lengua y su relación con escritores como Kafka, Rimbaud, Verne y Salgari.

Rodeando sus vidas, además de la madre y sus aleccionadoras conversaciones, se encuentran todos esos momentos que marcaron definitivamente aquella mitad del siglo: los autos modernos, aerodinámicos, los refrescos gaseosos, los primeros satélites artificiales, la perrita Laika y su pretendida hazaña. Historia familiar y social a la vez, Yo te conozco es una novela que recupera un tiempo irremediablemente perdido, pero revivido gracias al poder evocador de la prosa de Manjarrez para convertirse en memoria.