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Cuatro raros para un fi n de año
Va terminando el año, la década. Como cada doce meses, el Santa Claus
que llevamos dentro se inquieta meditando sobre algunos regalos
insoslayables. Con afán de ayudar al indeciso, aquí cuatro recomendaciones
para enrarecer el aire y ganar respeto mientras se disuelve
la reunión.
Varios, 2009 -Post-Punk
Con el segundo título de Original Anthems from the 70’s and 80’s Post-
Punk Scene (himnos originales de la escena posterior al punk de los
años setenta y ochenta), esta antología de tres discos realmente
puede considerarse una joya. Editada por Warner Music, en ella tenemos
pruebas infalibles de ese breve paréntesis –oscuro paréntesis
inclinado a la depresión y la introspección– que se abrió en Inglaterra
y Estados Unidos con la decadencia del punk, pero antes
de la institucionalización del glamoroso pop. Así, y disculpará el
lector este listado, Bauhaus, Pixies, The Jesus & Mary Chain, The
Birthday Party, Love and Rockets, Joy Division, Dead Can Dance, Nico,
Echo & The Bunnymen, Killing Joke, Snail, The Mission, The Sisters
Of Mercy, E. Neubauten y hasta Iggy Pop, entre muchos otros, esperan
conectarse con la melancolía de algunos treinta y cuarenta y
cincuentañeros de buena oreja. Altamente recomendable.
Escena de ¡Que viva México! |
Les Amateurs, 2009- Les Amateurs
Cayó en nuestras manos por accidente, una noche de alcoholizada
melomanía. No sabemos qué tan difícil sea conseguirlo en México.
Suponemos que si se le escribe a Juanfa Suárez (juanfasuarez@yahoo.
com.ar), su líder y compositor principal asentado en Argentina, será
tarea sencilla. Ahora bien, ¿qué hace tan especial a este disco? De
una fracturada canción de cuna a un noise estridente, apenas en sus
dos primeros tracks, lo de estos Amateurs abreva en proyectos vanguardistas
del jazz-rock anglosajón como The Bad Plus, Cuong
Vu y Battles, pero con una irreverencia latinoamericana,
nada ingenua, que como
su nombre les permite coquetear
sin “conflictos profesionales” con la estética
de la ópera rock, el surf, el progresivo,
la psicodelia y géneros vocales tipo
Zappa o Sigur Ros. Sabemos que lo dicho
no ayuda a eso de imaginarse un
sonido. Lo sentimos. Sepa quien nos mira,
sin embargo, que estamos sorprendidos,
impresionados con esta obra;
que aún no recuperamos el aliento tras
su novedosa avalancha compositiva (a
la mezcla y producción les falta poder,
eso es cierto); que sobre todo nos gusta
su espíritu abierto, poco engreído.
Porque aquí no hay virtuosismo sino un
simple dejarse ir luego de parir melodías
valiosas. Realmente notable.
Varios, 2009- Ecos del tejedor, v. 1
Editado en forma práctica (aunque sin
todo el cuidado debido, pues hay errores
en su empaque y diseño), Ecos del tejedor es una muestra necesaria, pequeña inevitablemente,
de lo que semana a semana
suena en las Cafebrerías El Péndulo de
la Condesa y Polanco. Enrique Quezadas,
Leticia Servín, Jaime Ades, Miguel Inzunza,
Los pechos privilegiados, Juan Pablo
Villa y Edel Juárez, son algunos de los dieciocho
participantes que, sobre todo
desde la nueva trova urbana, aportan
algo de sus propias producciones con el
afán de promoverse a bajo precio. Y es
que sí, esta obra cuesta menos de treinta
pesos y funciona bien como muestrario
de quienes muy rara vez suenan en la
radio. Desde luego, no se recomienda a
melómanos alérgicos a la guitarra de palo
o la rima intelectual, y se pide tolerancia
frente a sus inconsistencias.
Nine Rain, 2009-¡Que viva México!
Hoy integrado por Steven Brown (saxos,
clarinete y voces), Nicolás Klau (bajo,
electrónicos), Alejandro Herrera (vihuela,
requinto jarocho, berimbau, voces), José
Luis Domínguez (guitarras), Daniel Aspuru
(teclado, sax, batería, transductor
eólico) y Oxama (percusiones), el grupo
Nine Rain rara vez nos defrauda. Este esfuerzo,
el séptimo de su carrera, lo confirma.
Suponemos incluso que las pasajeras
desafinaciones de algunos instrumentos
son producto consciente del concepto
casi rupestre que lo anima. (O eso esperamos.)
¿Cuál concepto? El de musicalizar
el clásico del cine mudo de Sergei Eisenstein,
¡Que viva México!, filmado entre 1930
y 1932. Así, veintidós piezas en casi ochenta
minutos combinan la esencia de los
mundos prehispánico, colonial y mestizo
de nuestro país, desde la perspectiva jazzística
y melancólica de una banda multicultural
que, por experimento y capricho,
supo ponerse al servicio del mítico y
desaparecido director ruso. Disfrutable
sin la película pasando ante nuestros ojos,
sólo es criticable su mezcla, así como algunas
decisiones de producción y sonido
(las distorsiones de las guitarras, la crudeza
de las voces) que mandan el trabajo
algunos años para atrás. Destacan, empero,
composiciones como “Tehuanas”, en
donde la vihuela sabe dialogar con el
saxofón y los sintetizadores, y como
“México Woke Up”, pieza ambiciosa que
sin cumplir del todo su promesa deja notable
huella en el espíritu.
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