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Juan Domingo Argüelles
La madurez poética de Marco Antonio Campos
En sus sesenta años de edad, y en el mejor momento (el más intenso
y el más maduro) de su obra poética, Marco Antonio Campos
(Ciudad de México, 1949) ha merecido, en España, el Premio Internacional
de Poesía Ciudad de Melilla, merced a su libro Dime dónde,
en qué país, aún inédito. Un año antes, también en España, recibió
otro premio, en honor de Antonio Machado, y en 2005 el Casa de
América de Poesía Americana, por su espléndido libro Viernes en
Jerusalén (Visor, Madrid, 2005).
Si leemos las más de cuatrocientas páginas de El forastero en la
tierra (México, 2007), la poesía reunida de Marco Antonio Campos,
que agrupa su obra de 1970 a 2004, veremos que a lo largo de más
de tres décadas, el poeta ha venido escribiendo un solo libro de su
paso por el mundo, y digo de su paso por el mundo porque Marco
Antonio nunca se ha estado quieto: ha caminado morosamente las
calles de México y diversas ciudades y pueblos de América, Europa
y Asia, y de cada lugar en donde ha estado nos ha traído poemas que
se van integrando a este hermoso libro del forastero: su testimonio
y su testamento.
Desde Muertos y disfraces, publicado en 1974, hasta Viernes en
Jerusalén (2005), pasando por Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1989) y Los adioses del forastero (1996), Marco Antonio Campos ha venido añadiendo capítulos a
este gran libro-río que reivindica la poesía a la par emotiva e inteligente,
en una elección vital, y vitalista, que no se anda por las ramas
de la pirueta ni del jueguito verbal muy a la moda desde hace un
siglo, es decir, muy a la moda de una moda pasada de moda que no
produce poesía, sino moda demodé.
Las palabras proféticas de Ernesto Mejía Sánchez en una de sus
estelas (poemas en prosa) que dedicó a Marco Antonio siguen vigentes.
Dijo don Ernesto: “Nos felicitamos
por este muchacho que desde que
comenzó tenía los dientes completos
y las bibliotecas bien leídas”, para luego
añadir: “Este muchacho quiere sufrir
y lo conseguirá. No hay remedio contra
estas cosas; es la inminencia de la
catástrofe.”
Cuánta razón tenía don Ernesto Mejía
Sánchez, pues desde el primer poema
de su primer libro, Marco Antonio
Campos nos dejó deslumbrados con su
madurez. No cualquier poeta escribe, a
los veintidós años esta “Declaración de
inicio”: “Las páginas no sirven./ La poesía
no cambia/ sino la forma de una página,
la emoción,/ una meditación ya
tan gastada./ Pero, en concreto, señores,
nada cambia./ En concreto, cristianos,/
no cambia una cruz a nuevos montes,/ no
arranca, alemanes,/ la vergüenza de un
tiempo y de su crisis,/ no le quita, marxistas,/
el pan de la boca al millonario./
La poesía no hace nada./ Y yo escribo estas
páginas sabiéndolo.”
Dos décadas después, en Los adioses
del forastero, el poeta culto, como también
lo definió Mejía Sánchez, nos entrega una
continuación o, si se quiere, el envés de
aquel poema de juventud, en este texto
maduro, su arte poética al rebasar los cuarenta
años de edad: “Se escribe contra
toda inocencia/ del clavel o el lirio, contra
el aire/ inane del jardín, contra palabras/
que hacen juegos vacíos, contra una estética/
de vals vienés o parnasianas nubes./
Se escribe abriéndose las venas/
hasta que el grito calla, con llanto ácido/
que nace de pronto pues imposible/ nos
era contenerlo, con luz dura/ como rabia
azul, quemado el rostro,/ destrozada el
alma, desde una rama/ frágil al borde del
precipicio,/ se escribe.”
Marco Antonio ha venido escribiendo
los poemas del forastero; este forastero
que es, a la vez, el hijo de Ciudad de
México, fiel al llamado de su tierra: el que
parte y vuelve, se va y regresa, sólo para
volverse a ir a ver, y a palpar, el ancho mundo
ajeno.
Siempre tengo al alcance de los ojos
su Cuaderno de aforismos, Árboles, y lo
releo con la certeza de que en todo momento
encierra, para mí, alguna gran verdad
o un mínimo consuelo, y a veces ambas
cosas. Releo, por ejemplo: “La amistad
tiene serios inconvenientes y no pocas
incomodidades, pero es lo más honorable
en las relaciones humanas.”
Marco Antonio Campos se ha vuelto
sentencioso porque se ha
hecho sabio, y una de las
cosas más importantes de
la sabiduría es que nos
protege del resentimiento,
esa emoción innoble
que nos impide alegrarnos
por la felicidad de los
otros. En un medio literario
lleno de rencores como
pústulas y pródigo en envidias,
Marco Antonio
Campos honra la amistad
y la poesía.
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