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Ola Nueva
I
Por segundo año consecutivo, uno de los eventos principales de un proyecto cultural alejado del ogro centralista pudo ver la luz. El ciclo de lecturas escénicas Ola Nueva irrumpió entre los antros de la Costera acapulqueña para batirse de nuevo contra las aspas de un molino abrumador: el de la abulia, la banalidad y la estulticia. Durante poco menos de una semana, el colectivo artístico El Arte Vivo le cambió el rostro a una discoteca del hotel Torres Gemelas para volverla espacio de ficción, tribuna para la palabra dramática, foro para apearse momentáneamente del vértigo caliente de la vida porteña e intentar hallar una pizca de sentido en el antiguo ritual del teatro. Los resultados podrían hablar de candor y/o del perfil quijotesco de quienes creen que la epifanía mínima y efímera de un solo espectador justifica íntegramente un esfuerzo de esta naturaleza, pero a ello podría oponerse la certeza de que el teatro en esta época, como lo han dicho muchos ya muchas veces, es a estas alturas un arte cuyas repercusiones posibles están en la intimidad y no en la masa. El teatro hoy en día está más para el calabozo que para la corte, y en Acapulco la mazmorra se situó en una zona de múltiples placebos para evadir la certeza de la finitud de la carne.
II Uno de los objetivos fundamentales del festival ha sido contribuir a tomarle el pulso a la joven dramaturgia mexicana, y por esto mismo podría esperarse que el sino del evento estuviera ganado por la irregularidad. Sorprendentemente, pudieron apreciarse las posibilidades escénicas de algunos textos cuya calidad innegable hace preverles una vida fecunda en escena. Para satisfacción de los que han disparado con salva, de Alberto Villarreal, es sin duda el ejemplo más notable para ilustrar este deseo ataviado de tesis. Villarreal se despoja aquí de sus impostaciones fársicas y consigue una escritura de una belleza enrarecida, lírica y conferida radicalmente de un temperamento contemporáneo. La puesta en lectura corrió a cargo de Mario Hernández, quien supo indagar con sentido en la morfología abierta de una obra ofrecida como supuesto monólogo dividiendo la voz del relato en tres, y sacando el máximo partido de un trío de actrices (Cassandra Ciangherotti, Karla Herrera y Ariana Figueroa) llevadas desde Ciudad de México para hacer trepidar el Salón Cactus de las Torres Gemelas guerrerenses.
La única autora que repitió presencia respecto al primer ciclo de lecturas fue Verónica Bujeiro. Prohibido acostarse al sol ha confirmado no sólo que la suya es una de las voces más rigurosas de la dramaturgia mexicana más reciente, sino que ha dejado ver que su pluma se ha diversificado en sus recursos estilísticos. Apartado del registro irónico y de comedia negra que había caracterizado a la autora, el texto es una lúcida y dolorosa revisión de la condición humana en un escenario apocalíptico que además presenta un juego complejo en cuanto a estructura y discurso formal. La propuesta encontró cierto eco en el director Eduardo Esparza, quien más allá de cierta inocencia e irregularidad, se adentró en la dramaturgia de Bujeiro sin temores ni concesiones.
III
Como hay que decirlo todo, no puede pasarse por alto lo que en conjunto constituyó la zona oscura del ciclo de lecturas. Que el director Iván Quintero abandone la responsabilidad de presentar la lectura de un texto de Mariana Hartasánchez, que el dramaturgo poblano Marcopolo Rodríguez haya tenido que incorporar a uno de los personajes de su obra Código Leather ante la fuga del actor designado para ello, que Ángel Lara haya preparado su lectura tres horas antes y haya ofrecido una coartada cínica para justificar su irresponsabilidad, son todos síntomas de un estado de cosas en el teatro guerrerense, extensivo a muchos otros puntos de la república teatral: la profesionalización, o la ausencia de la misma en todo caso. Los rezagos formativos en su localidad no es responsabilidad de quienes integran El Arte Vivo, pero sí habría que pedírseles mucho mayor rigor en la elección y el seguimiento de los grupos comisionados para realizar las puestas en lectura. Porque todo esto no hace sino empañar el esfuerzo de este grupo de artistas jóvenes por sacar adelante una empresa encomiable que ya ha dado frutos: la de situar a Guerrero en el mapa disperso y errático del teatro nacional.
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